Los 12.000 jóvenes que asistieron en Santiago de Compostela a la Peregrinación Europea de Jóvenes comienzan a ver los primeros frutos espirituales de su experiencia. La ilustradora Pati.te, un arzobispo y una peregrina cuentan a Aleteia su experiencia
No eran turistas, aunque habían recorrido cientos de kilómetros, ni estaban de fiesta, aunque cantasen por la calle a pleno pulmón. «Íbamos caminando hasta Santiago porque queríamos tener una experiencia fuerte de Dios, queríamos encontrarnos con Él. Y al final, aunque hayamos acabado con los pies reventados, Dios nos ha dado muchísimo más de lo que pensábamos. ¡A mí, la primera!».
Así resume Sara Andújar, una joven de 21 años de la diócesis madrileña de Getafe, su paso por la Peregrinación Europea de Jóvenes (PEJ) que ha congregado a cerca de 12.000 jóvenes este verano en Santiago de Compostela.
Ua muchedumbre de chicos y chicas llegados de todos los puntos cardinales, recorrieron durante días los 11 itinerarios del Camino jacobeo. Y ahora, ya de vuelta a sus lugares de origen, comienzan a ver los primeros frutos espirituales de su experiencia.
«Ganas reales de vivir con Jesucristo»
«Lo de la PEJ ha sido algo impactante», explica para Aleteia la ilustradora Patricia Trigo, @pati.te, que impartió varios talleres testimoniales y participó en la Vigilia final.
«Por las calles, en las catequesis o en las oraciones veías a miles de jóvenes con un deseo potente de encontrarse con Dios; jóvenes normales, majísimos, con muchísima energía y muchísima fuerza. Y con una felicidad que no era ese típico chute de alegría pasajera de cuando estás de fiesta, sino una alegría muy, muy profunda. Una alegría que refleja que estamos en la verdad, no en el error, cuando vivimos con Cristo en el centro de nuestra vida», asegura.
Porque, más allá del buen ambiente propio de estos eventos, Pati.te -que a sus 29 años suma ya más de 108.000 seguidores en Instagram- pone el acento en uno de los primeros frutos de la PEJ: la necesidad de dar testimonio.
«Mostrar bien nuestra fe y dar a conocer bien a la Iglesia es una cuestión de justicia, primero hacia Dios, y después hacia las personas alejadas. Y eso es lo que se ha hecho en la PEJ. Yo misma estuve alejada de Dios y con pereza hacia la Iglesia durante muchos años. Y volví a la Iglesia al ver a jóvenes que vivían su fe como estos de la PEJ: con alegría, con naturalidad y con ganas reales de vivir con Jesucristo y con la Eucaristía como el centro de nuestra vida».
Y zanja: «Sin medias tintas: nosotros queremos ser santos».
Confesionarios desbordados
Ese deseo de renovación interior y exterior se plasmó en la enorme cantidad de personas que, durante la PEJ, se acercaron a la catedral de Santiago para confesarse.
«Un amigo sacerdote de Getafe -explica Sara- me contó que había estado varias horas confesando en la catedral, porque los curas estaban desbordados por la cantidad de personas que se acercaban al sacramento. No eran solo peregrinos, sino gente que había ido a la catedral, y al vernos, habían sentido las ganas de confesarse».
De hecho, ella misma se acercó al sacramento: «Cuando visitaba la catedral y pasé ante los confesionarios, me hice la despistada, pero un sacerdote me saludó simpatiquísimo, y al final me confesé. ¡Y menos mal, porque en ese momento me encontré con Jesús! Salí con una paz y una felicidad tan grandes, que una compañera que me vio me dijo que me había cambiado la cara», nos narra.
Tres claves para darle continuidad
Empotrado entre los 300 jóvenes de su archidiócesis, como un peregrino más, estaba el arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Sáiz Meneses, uno de los 55 obispos españoles que participaron en la PEJ.
«A Santiago fuimos peregrinos, pero de Santiago volvemos apóstoles para evangelizar en cada lugar», señala para Aleteia.
El reto ahora, claro, es que «ese fuego que ha prendido en la PEJ hay que mantenerlo vivo en las asociaciones, en las diócesis, en los movimientos, en las hermandades, en las parroquias…», apunta Sáiz Meneses.
Y surge la pregunta clave: ¿cómo hacerlo? «Primero – enumera el arzobispo–, compartiendo cada uno su encuentro con Cristo en los ambientes en que viva; porque el testimonio que no se da, se pierde, y eso impide a los demás encontrarse con el único que cambia la vida: Jesucristo».
En segundo lugar, «fijando objetivos de futuro, por ejemplo la JMJ de Portugal 2023, para prepararla; de modo que vayamos creciendo en nuestra vida de oración y en nuestro compromiso cristiano», añade.
Y por último, «llamando a los jóvenes a la santidad y al apostolado, sin complejos. Dios no quiere que nos instalemos en la rutina ni en la mediocridad, sino que nos desarrollemos plenamente como hijos suyos. Y ese desarrollo pleno es la santidad. En tiempos de flojera, de liquidez, de temor, hace falta que presentemos a los jóvenes ideales de altura, ideales nobles, ideales de santidad: ¡animarles y ayudarles a que sean santos y apóstoles!».
O, como concluye Pati.te: «Darnos cuenta a partir de ahora de que lo importante es que Jesucristo está vivo. Que es muy fuerte que lo puedas tener dentro. Que puedes ir a la parroquia de al lado a rezar al mismo al que adoramos en la Vigilia de Santiago; y que si no soy persona de oración y de Eucaristía; si no le tengo a Él en el centro de mi vida contemplativa y profesional, no tengo nada que hacer».
José Antonio Méndez, Aleteia
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