Un día como hoy, de 2010, el mundo entero contenía el aliento ante la noticia de que 33 mineros chilenos estaban atrapados a 700 metros bajo tierra. La mina San José se había derrumbado y los trabajadores comenzaban así una lucha particular por sobrevivir, que les llevaría a permanecer 69 días sepultados sin acceso al exterior. Aunque no se le viera, el minero 34, que para ellos era Dios, siempre estuvo presente.
Jorge Galleguillos, minero de Copiapó, Chile, recordó en su momento a un medio internacional cómo se persignaba frente a una imagen de la Virgen María que habían colocado cerca de la entrada a la mina. Cada turno, antes de descender a los niveles inferiores de la mina, los trabajadores le pedían que los protegiera. El día del derrumbe, al igual que cualquier otro día, Galleguillos mostró su reverencia a la Virgen María y se dirigió a la mina. Galleguillos cuenta que durante este turno en particular, escuchó unos crujidos que lo alertaron, pero siguió trabajando.
Agradecimiento infinito
Galleguillos relató que cuando la mina empezó a colapsar y el aire se llenó de polvo, vio a su nieto de seis días de nacido en sus brazos y a su madre de pie frente a él. "No voy a volver a ver a mi madre. No voy a conocer a mi nieto", pensó. Galleguillos reconoció que no era particularmente religioso. Sin embargo, aunque parecía que lo peor aún estaba por venir, dijo que sentía la presencia de Dios. "No hay palabras para seguir agradeciéndole a Dios", dijo en una entrevista.
Alex Vega, minero de segunda generación, había sufrido por una úlcera gástrica desde un par de meses antes de que los mineros quedaran atrapados. Como siempre, llevaba sus píldoras en su mochila. Tres. Las dividió en cuatro partes iguales para poder tomar un trozo cada día. Como había poca comida, sus síntomas empeoraron y, en este momento, no tenían idea de si los rescatarían ni cuándo. Los mineros comían una lata de atún por día, dividían cada lata entre los 33. "Tienes que tener fe. Nunca puedes perder la fe. La fe es el alimento… la fe es la vida", reconoció el minero.
El capataz del turno, Luis Urzúa, fue el primero al que escucharon cuando se contactó con los mineros. Sus primeras palabras fueron: "Estamos bien y con la esperanza de que nos rescaten". Urzúa dijo que no creía en la suerte, pero que creía en la fe, aun cuando pareciera que no había esperanzas. "El diablo no podía hacer nada porque Dios estaba presente", dijo.
Oraciones que curaban
Urzúa contó en su momento que una vez, uno de sus colegas enfermó. Dijo que fueron las oraciones de los otros mineros los que lo curaron. "Oramos, oramos en frente de él", dijo. "Al día siguiente estaba mejor… estaba mejor que el resto de nosotros". Ese poder de la oración se quedó con los mineros durante el tiempo que pasaron bajo tierra. "Cuando rezamos, no rezábamos para que nos rescataran; rezábamos para que la gente de afuera no nos abandonara", comentó. Esa oración también obtuvo respuesta.
Los mineros "no rezaban para ser rescatados sino para que la gente no los abandonara".
Tras varias semanas de perforaciones, los rescatistas se estaban acercando a los mineros. Luego, la broca se detuvo a unos cuantos metros de los mineros. No avanzaba ni retrocedía. "Pensamos: 'llegamos tan lejos y pasamos por todo esto y ahora esta maldita cosa se queda enganchada'", dijo Richard Soppe, gerente de la empresa rescatista. Luego, algo se reventó y la broca empezó a moverse de nuevo. Brandon Fisher, copropietario de Center Rock, encabezó el equipo de expertos en perforación para ayudar a liberar a los mineros.
"Recuerdo que se escuchó estallido fuerte en la parte posterior del panel de control", cuenta Fisher. "Todos se detuvieron y en un momento dado miraron a su alrededor". "Todavía no sabemos qué fue ese ruido", dijo. Ariel Ticona, un minero, dijo que cuando escuchó que la broca había entrado, sabía que "había sido gracias a la intervención de Dios que había ocurrido un milagro". Mientras Ticona estuvo atrapado, nació su hija, Esperanza.
Jonathan Franklin, autor del libro 33 Men: Inside the Miraculous Survival and Dramatic Rescue of the Chilean Miners (33 hombres: la maravillosa supervivencia y el dramático rescate de los mineros chilenos), dijo que el nacimiento de Esperanza había sido un milagro porque dio esperanza a los mineros. Ella encarnó el sueño de los mineros.
Tras muchos preparativos y oraciones, comenzó la última parte del rescate. Florencio Ávalos fue el primer minero en salir. Lo sacaron a la superficie en una cápsula de 56 centímetros de ancho. Empezaron las celebraciones, pero los rescatistas y los mineros se enfrentaron a la realidad de que otros 32 mineros necesitaban el mismo milagro para vivir. Los rescataron, uno tras otro. Vega relató que abrazó y besó a su esposa como si no quisiera dejarla ir. Ticona conoció a su hijita Esperanza en el hospital.
Los mineros visitaron al Papa en 2015 y le pidieron celebrar una misa en la mina San José.
Urzúa dijo que Dios salvó a los 33 mineros por una razón, pero se estuvo preguntando por qué desde el rescate. "Hoy, a donde quiera que miramos hay miseria, hambre, terribles acontecimientos naturales", explicó Urzúa, quien especuló sobre el motivo que Dios tuvo para salvarlos. "Tenemos que cuidar nuestro medio ambiente, cuidar a nuestros niños para que tengan una vida mejor, darles lo mejor".
Después de que los rescatistas regresaran a casa, estudiaron los detalles del rescate. "Estas herramientas no deberían haberse doblado para sortear algunas de esas curvas. Es decir, no hay duda en mi mente de que la fe en Dios y la fe del mundo que oraba porque rescataran a estos hombres fue un factor importantísimo", dijo Fisher. "Se aplicaron la ciencia, los conocimientos y la voluntad, pero a final de cuentas, el de arriba tuvo todo que ver con que este rescate tuviera éxito. Creo eso de todo corazón", reconoció.
ReL
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