Cristo nos ofrece su cuerpo y su sangre en la Eucaristía, ¡come!
A veces como hombres que somos, tomamos decisiones solo a luz de nuestras necesidades físicas y de nuestras satisfacciones personales; pero a la vez evidenciamos con mayor fuerza que si no cuidamos de lo esencial, del interior, todo lo que podamos hacer es insuficiente.
Experimentamos que simplemente sobrevivimos. Vivimos satisfechos sin hacer muchas preguntas, podemos vivir cada día e ir alimentándonos un poco de muchas cosas, y, sin embargo, seguir pasando hambre.
Vivir en plenitud significa encontrar dónde está la vida, lo que verdaderamente nos alimenta.
El viaje de la vida
Nuestra vida es como un camino por el desierto, pero un camino que no es un deambular, sino un peregrinar, es decir, un camino hacia una meta.
Un camino que dura toda una vida, un camino en el que somos puestos a prueba porque los acontecimientos nos permiten conocernos y ser conocidos a través de las elecciones que hacemos.
Lo que llevamos en el corazón, lo que deseamos, para bien o para mal, nunca permanece oculto.
¿De qué tengo hambre?
El hambre es la compañera de todo viaje. Y muy a menudo el hambre va acompañada del miedo de no encontrar alimentos adecuados.
Nuestra vida depende de cómo hayamos manejado esta hambre: unos comen lo que encuentran, otros no distinguen lo que alimenta de lo que envenena, otros prefieren salir a cazar solos y otros se proponen compartir hasta lo poco que tienen.
La vida espiritual consiste en darnos cuenta de que Dios ya estaba saciando nuestra hambre, de que nunca nos ha dejado sin alimento: nos da su propia vida, su cuerpo y su sangre.
“El Cristo naciente está albergado en cada corazón. Hay semillas de Dios en cada ser humano. Jesús de Nazaret vino a despertarnos y desde entonces estamos amaneciendo a pesar de nuestro adormecimiento”.
J. Melloni. El Cristo interior
La carne y la sangre son la prueba de la vida de una persona. Jesús quiere llenarnos de Él mismo, quiere alimentar y despertar el hambre de cada corazón para que vivamos plenamente.
Declaración de amor
Recibir el cuerpo de Cristo requiere tomar conciencia de nuestra hambre más profunda.
Es necesario darnos cuenta de que sobrevivir no es suficiente, porque nuestra parte más profunda encuentra respuesta solo en la vida misma.
La Eucaristía es la declaración de amor de Dios a todo hombre. En ella nos dice que quiere nutrirnos con su vida, quiere darse a nosotros en cuerpo y sangre, es decir, con toda su persona.
Como todo verdadero amante, nos deja en libertad de aceptar o no su regalo.
Quizás muchas veces lo rechacemos porque nos contentamos con pobres alimentos que nos hacen olvidar de nuestra verdadera hambre.
“San Agustín lo comenta así: «¿Quién, sino Cristo, es el pan del cielo? Pero para que el hombre pudiera comer el pan de los ángeles, el Señor de los ángeles se hizo hombre. Si no se hubiera hecho hombre, no tendríamos su cuerpo; y si no tuviéramos su cuerpo, no comeríamos el pan del altar» (Sermón 130, 2).
La Eucaristía es el gran encuentro permanente del hombre con Dios, en el que el Señor se hace nuestro alimento, se da a sí mismo para transformarnos en él mismo”.
Benedicto XVI
Vea también La Eucaristía Cumbre de la Unión entre Dios y el Hombre - San Juan Pablo II
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