Sacerdote católico en la Ciudad de México fue testigo de cómo morían los pacientes covid intubados, retorcidos por el dolor y por la asfixia
Roberto Funes, sacerdote católico, fue testigo de cómo se retorcían de dolor los pacientes intubados por COVID en la Ciudad de México por la falta de sedantes, se retorcían de dolor por los tubos que tenían dentro de ellos y por que se estaban asfixiando, muriendo ahogados, esto le hizo recordar como Jesuscristo murió también por asfixia en la Cruz y lo impactó para siempre.
El Padre Funes vió como médicos y enfermeras no podían hacer nada por ayudar a los pacientes en su dolor y asfixia en la zona negra de los hospitales, porque no tenían sedantes.
Los médicos y enfermeras desesperados recurrían al Padre Roberto para que asistiera en sus últimos momentos a los seres humanos que se estaban muriendo y donde ellos y la medicina ya nada podían hacer, confiaban en que el sacerdote católico algo pudiera hacer por estos pacientes destinados a morir entre la asfixia y el dolor.
El Padre Roberto Funes fue testigo de la obra del demonio cuando le impedían entrar a los hospitales, este sacerdote también fue testigo de grandes milagros y conversiones, y a pesar de todo el dolor, la muerte y la enfermedad, fue testigo de la misericordia Divina de Dios por medio de los sacramentos que él les llevaba a los hospitales a las Zonas negras donde nadie quería estar, ni entrar.
Ahí en las zonas negras de los hospitales de donde nadie salía vivo y donde médicos y enfermeras no querían estar, este sacerdote valientemente entró armado con un Cristo, la Eucaristía, los Santos Óleos para cumplir con su misión.
Padre Roberto Funes, cuéntenos un poco sobre usted por favor.
Nací en la Ciudad de México, soy parte de una familia de siete hijos en la que dos somos sacerdotes, yo soy el más pequeño y él es el más grande, y pertenezco a una comunidad que se llama Cruzados de Cristo Rey que tiene como misión, dentro de la Iglesia, promover el espíritu social en los laicos para que, participando en el mundo, lleven el espíritu del Evangelio a todas partes.
Estoy en la Arquidiócesis de México, soy párroco en la iglesia de la Sagrada Familia en la colonia Portales y tengo otras tareas encomendadas por nuestro señor obispo y mis superiores. También soy capellán de los enfermos covid en esta ciudad y doy clases en la Universidad Pontificia, en la facultad de Teología Patrística.
¿Qué significó para usted ser comisionado para ir a visitar a los enfermos con covid?
Fue un proceso, no solamente un momento. Cuando llegó a Italia el COVID conocimos la respuesta de la Iglesia que inició una capellanía covid de una manera incipiente, con dificultad porque había menos conocimiento de las características del virus. La primera cepa fue muy agresiva y esto provocó que algunos sacerdotes en Italia murieran, pues era un virus letal. Hoy en día lo tenemos más estudiado, más conocido.
Al saber de los sacerdotes de allá, hablábamos entre los sacerdotes hermanos de los Cruzados de Cristo Rey, sobre cuál debía ser la respuesta de los católicos ante esta oleada de enfermedad que se extendía al mundo. Y antes de una decisión, de una de un envío por el señor obispo, nos hicimos una pregunta: ¿Qué debemos hacer? Y nos dimos cuenta que la respuesta de nuestros hermanos sacerdotes en Italia era importante porque, precisamente ante la enfermedad, los católicos tenemos la oportunidad de manifestarle al mundo que la vida temporal no es lo único, que hay otra vida. Había que decirles a los enfermos que no estaban perdiendo todo si perdieran la vida. Era importantísimo llevar este mensaje y muchos santos nos han dado este ejemplo al ir con los enfermos.
En abril del año 2020 el virus se había extendido mucho más. Se supo del primer caso en México y prácticamente a la semana o a las dos semanas del primer caso, una persona que yo conozco se contagió, me avisó y me dijo: “Padre, quiero que me guíe, ¿qué es lo que debo hacer?” Yo le dije: “Lo primero es que tú te dispongas a soportar esto como una ofrenda agradable a Dios y que recibas los sacramentos. Te voy a ir a visitar”. Ella me dijo que no, porque tenía miedo de contagiarme, pero fui con mi Equipo de Protección Personal (EPP) que conseguimos gracias a la directora de un hospital y recibimos una pequeña instrucción sobre cómo usarlo, y en la preparación nos ayudaron algunos médicos.
Afortunadamente hoy el virus ya no es tan letal, pero en aquel tiempo, que fue casi un año, los enfermos en los hospitales, los que estaban más graves, especialmente los que intubaban, se morían.
De abril de 2020 a abril 2021 estuve visitando diferentes hospitales y varias enfermeras me dijeron: “Padre, aquí no hemos sacado vivo a uno solo. Todos se han muerto, todos los que han entrado”. Evidentemente había un gran temor.
Así vivió estos momentos el Padre Funes
¿En dónde fueron sus primeras visitas?
Mis primeras visitas a los enfermos covid fueron a las casas, porque no nos daban el permiso para entrar a los hospitales, nos dijeron que no, que no podíamos entrar porque era un riesgo demasiado grande.
Desde el inicio el cardenal, Mons. Carlos Aguiar Retes, dijo: “Yo no voy a obligar a ningún sacerdote a ir a ver a los enfermos de covid. Vayan a donde puedan y a donde los admitan”. Y los primeros hospitales que nos abrieron las puertas fueron el Hospital Médica Sur y el Hospital General, que es el más grande de Latinoamérica y ahí, hasta la fecha, hemos atendido al principal número de enfermos.
Además de lo dicho por el cardenal Carlos Aguiar, enviamos una carta al Papa Francisco y nos respondió, nos dijo que sí, que bendecía nuestra labor, que era importante nuestra obra y que la continuáramos así. Al inicio había dudas por parte de algunos sacerdotes sobre si lo que estábamos haciendo era correcto, porque estábamos arriesgando nuestra vida. Había un dilema ético sobre defender y cuidar tu vida y el procurar la vida eterna de los otros. En realidad el asunto se define por cuál es más importante entre los mandamientos, si el primero o el quinto. En el fondo es: ¿Dios es más importante que el hombre? Una respuesta simple para los que tenemos fe.
Con el aval del Papa Francisco, el envío de nuestro obispo Cardenal Aguiar Retes y el ejemplo de los santos, también teníamos un argumento tremendamente contundente, para quien quisiera objetarlo moralmente: Todos los manuales de moral católica, cuando se interroga sobre el deber de los sacerdotes de asistir a los enfermos infecciosos, dicen que es un pecado no atenderlos. Entonces, no había ninguna manera de evitar atender a los enfermos y comenzó nuestra labor.
¿Cuál fue el impacto de médicos, enfermeras y pacientes al verlos ahí?
Al inicio había, principalmente entre el personal médico, un gran desconcierto porque en los hospitales reconvertidos habían dos áreas, el área de los enfermos covid y el área de otras enfermedades. Recuerdo que la primera vez que llegué, una enfermera se me quedó viendo y me dijo: “¿Deberás usted quiere entrar aquí?” Y le dije que sí, que era una sacerdote. A ella le resultaba inexplicable que estuviera ahí voluntariamente.
Fue un desconcierto para ellos, pero al mismo tiempo fue una esperanza. En algunos lugares, médicos y enfermeras, se arremolinaban alrededor de nosotros diciéndonos: “Padre, por favor, denos una bendición porque no sabemos si vamos a morir aquí”. Esto es una constante en la vida de la humanidad: Cuando una persona ve cerca la muerte, necesariamente requiere de una esperanza. Y esto se lo comenté a un grupo de estudiantes de medicina, al que me pidieron dar un testimonio por la capellanía covid, yo les decía: “Admiro su profesión y tienen que hacerla con gran responsabilidad, pero díganme, cuando una persona está por morir, ¿qué esperanzas le da la ciencia a un enfermo que tiene una saturación descendente?” El único que puede dar esperanza ante la muerte es el que tiene fe, porque es el que sabe qué es lo que sigue. Sin esperanza estás abocado a la desesperación.
Cuando atiendo a los enfermos les enseño una cruz que llevo en la mano y, cuando estaba con uno de los enfermos dándole la absolución, el médico me tomó una foto y ya que salí me dijo: “Padre, venga, le tomé esta foto. Yo soy ateo, sin embargo, lo que usted hace, nadie lo puede hacer”. Y es que es verdad, ante la muerte Dios es la única respuesta.
Entre el 2020 y el 2021, llegué a ver unos 250 o 300 enfermos covid cada mes y en dos años son miles de pacientes los que he visto y, de estos, ¿cuántos crees que me dijeron que eran ateos? Ninguno, cero. Eran de distintas religiones, pero ninguno me dijo “yo no creo en Dios”. A partir de mi presencia entre los enfermos covid, he dudado sistemáticamente de las estadísticas del INEGI en México. El Covid no solamente mató vidas, mató también el ateísmo.
¿Qué era lo que hacía con los enfermos?
Al inicio, en la zona negra, que era donde estaban los pacientes más graves, no podíamos ingresar ni sacar nada por precaución y solo entraba a darles la absolución. Conforme pasó el tiempo también les podíamos dar la santa unción, un aceite que usamos como vehículo de un sacramento, que le permite a la persona alcanzar una consagración de su dolor y de su enfermedad y que tiene varios efectos, unos necesarios y otros contingentes. Si lo recibe con fe, su enfermedad se convierte en un contacto con Jesucristo, se une a la cruz de Cristo y su dolor será también de Cristo. Además, se les da un consuelo con gracia en el alma y pueden alcanzar la salud.
En la zona negra todos los enfermos estaban inconscientes y yo me acercaba con ellos, les hablaba al oído y les decía (aún les digo): “Soy un sacerdote católico, vengo a orar contigo y si tú eres católico, y con la oración que voy a hacer, vas a recibir la santa unción, el perdón de tus pecados, la indulgencia plenaria, la bendición”. No llevaba el Santísimo Sacramento porque un intubado no puede comer. En tanto, en la zona de hospitalización, que son los enfermos que están conscientes, si lo llevaba a los pacientes que me lo pedían. En general los visitaba por sorpresa y les preguntaba, a los que estaban conscientes, si querían recibir los sacramentos.
¿Llegó a percibir algo cuando les hablaba al oído a los intubados?
El mismo sedante evita que te den signos de respuesta porque están sin capacidad de responder. Afortunadamente algunos despertaron y hablé con ellos ya que pasaron a la zona de hospitalización y varios me dijeron: “Yo me acuerdo que usted pasó conmigo”. Entonces, dentro de la inconsciencia que provoca el sedante, hay una parte de la conciencia del alma que supera las barreras que físicamente están porque la persona está bloqueada.
Un caso muy bonito fue una señora a la que vi varias veces en la zona negra que, según yo la había visto tres veces y, cuando salió, estaba yo en la zona de hospitalización viendo a otra enferma y me dice una de las enfermeras: “Venga padre, fulana ya se va ir a su casa, ya la vamos a dar de alta”.
En aquel momento eran tan pocos los que superaban el covid que las enfermeras y los médicos hacían una valla para darles un aplauso y una felicitación. Cuando son extubados pierden la capacidad de hablar porque están lastimados de sus cuerdas bucales, pero yo llegué con la persona y le dije: “La felicito porque ya sanó, dele muchas gracias a Dios. Yo la pude ver tres veces cuando estaba intubada”. Y sin que pudiera decir una palabra me dijo con señas que fueron cuatro, y no tres, las que la fui a ver.
¿Llegó a ver milagros o conversiones? ¿Llegó a ver al demonio o a la muerte?
A la muerte sí la vi muchas veces. La muerte evidentemente poblaba la zona y muchos murieron en mis manos. Las enfermeras me llevaban cuando alguien estaba en peligro. La mayor parte de los que estaban intubados murieron y al estar ahí les dimos el boleto más grande al reino de los cielos, y ese es el milagro más grande, porque de nada serviría que recuperara la salud y luego vuelven a pecar. El milagro más constante que vi fue la incesante misericordia de Dios tocándole la puerta a todos y todos abriendo la puerta a la misericordia de Dios para recibirlo.
En ese lugar claro que Dios actúa, pero también el demonio, al demonio le vemos a diario en nuestra conciencia. Las cosas con las que el demonio actúa, son las cosas ordinarias que son las que se repiten, por ejemplo, cuando no nos dejaban entrar a un hospital.
También vi conversiones, momentos de lucidez de personas que llevaban meses sin poder tener un diálogo. Por ejemplo, en la zona negra una enfermita me contó una situación dramática, era una mujer joven de unos treinta y tantos, me dice: “Padre, le quiero decir algo, me acaban de dar una noticia que me duele mucho. Yo entré aquí porque tengo cáncer y estando en oncología detectaron que tenía el covid y me pasaron a esta área y, sin embargo, terminaron los estudios que me estaban haciendo en oncología y me acaban de decir que mi cáncer no tiene tratamiento, que estoy en una fase terminal y que posiblemente termine mi vida en pocos días. Tengo una hija y no sé qué va ser de ella. Pero ahora yo le doy gracias a Dios por estas dos enfermedades, porque yo sí soy católica, pero me alejé de Dios y me dediqué a pecar y, mientras estaba pecando, no me acordaba de Dios y, ahorita, no he dejado de pedirle a Dios ayuda, ¿me puede confesar?”. Le di la absolución, me impacto tremendamente su determinación y su forma de ver las cosas.
En otro hospital, al entrar con la persona, la veo sorprendida y me dice: “Sí, sí quiero orar, pero quiero decirle una cosa. Yo estaba pasando muy mal las noches, sentía que no respiraba y dije ‘necesito confesarme’ y en el momento en que le estaba diciendo a Dios que necesitaba que me perdonara mis pecados, que me mandara un sacerdote, usted abrió la puerta y se presentó conmigo”. Este milagro de la providencia sucedió varias veces, no deja a sus hijos cuando tienen fe. Nuestra capellanía siempre hizo de la fe su principal herramienta.
¿En qué lo cambió este servicio y cómo lo marcó?
Evidentemente me marcó porque ver el sufrimiento de muchos, especialmente cuando hubo una crisis de sedantes y los hospitales no tenían con qué disminuir el dolor de muchos de sus enfermos, vi a muchos retorcerse ante el dolor.
No había visto tanto sufrimiento, tan seguido, tan constante, en la asfixia de muchos. Pero ver los signos de la presencia de Dios en medio de ese dolor, me hace sentirme mucho más cercano a todos los que pasaron esa enfermedad.
Una de las cosas que cambió mi vida es haber dado la santa unción y la absolución a varios sacerdotes que murieron. El padre Benjamín, que nos daba clases de pastoral en el seminario, murió de covid. Su sobrina me llamó, me pidió que lo fuera a ver y aunque estaba con poca oxigenación me dirigí a él y le dije: “Padre, tú toda la vida le has dicho a Dios en la santa misa ‘esto es mi cuerpo que se entrega’, ahora lo tienes que volver a decir, ahora entrega tu cuerpo a Dios”. Hice todo el ritual y, cuando llegué al padre nuestro, el padre Benjamín levantó las manos al cielo, rezó el padre nuestro y falleció. Eso me marcó profundamente.
Jesús V. Picón, Aleteia
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