En el año 2000 en España el 75% de las bodas se celebraban por la Iglesia. Dos décadas más tarde, en 2021, esa cifra se desplomaba ya a poco más del el 16%. Poco más de una de cada diez bodas que se producen cada año, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, son ya religiosas.
Hay una grave crisis en el matrimonio. Cada vez menos parejas se casan. De las que lo hacen ya sólo una pequeña minoría lo hace por la Iglesia. Pero incluso entre estos enlaces hay muchos divorcios y matrimonios que de facto son nulos.
La Iglesia es consciente de esta situación y el Papa Francisco ha alertado de ello en varias ocasiones. ¿Son suficientes los cursillos prematrimoniales que se ofrecen ahora? ¿Preparan de verdad a los futuros esposos? ¿Les ofrece armas para afrontar las dificultades que vienen? ¿Ofrecen un acompañamiento o les presentan a quien pueda dárselo una vez den este gran paso?
Los cursillos en muchas parroquias han ido menguando con el tiempo, aunque con honrosas excepciones, a meras charlas buenistas y bienintencionadas que logren atraer a parejas. De hecho, hoy son mayoría los cursillos prematrimoniales de fin de semana intensivo, o incluso online, donde el contacto con la Iglesia y sus pastores y catequistas es ya prácticamente inexistente.
Por ello, la Iglesia acaba de presentar el “Itinerario catecumenal para la vida matrimonial”. Se trata de un documento que ha publicado este miércoles el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida a petición del Papa Francisco.
Este extenso documento vaticano comienza con un prefacio del Santo Padre, que muestra su grave preocupación por el hecho de que por una “preparación demasiado superficial, las parejas corran el riesgo de celebrar un matrimonio nulo o con unos cimientos tan débiles que se ‘desmorone’ en poco tiempo y no pueda resistir ni siquiera las primeras crisis inevitables”.
La Iglesia quiere acompañar a las parejas en el noviazgo hasta la boda, pero también en sus primeros años de matrimonio / Foto: Jesús (Cathopic).
De este modo, Francisco cree que existe el “deber de acompañar con responsabilidad a quienes expresan la intención de unirse en matrimonio para que sean preservados de los traumas de la separación y no pierdan nunca la fe en el amor”.
Y pone un ejemplo: “pienso que la Iglesia dedica mucho tiempo, varios años, a la preparación de los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa, pero dedica poco tiempo, sólo unas semanas, a los que se preparan para el matrimonio. Al igual que los sacerdotes y las personas consagradas, los matrimonios también son hijos de la madre Iglesia, y una diferencia de trato tan grande no es justa. Los matrimonios constituyen la gran mayoría de los fieles, y a menudo son pilares en las parroquias, grupos de voluntarios, asociaciones y movimientos”.
Siguiendo a lo que ya hacía la Iglesia primitiva ahora se pretende recuperar este catecumenado pero enfocado no como entonces al bautismo de los catecúmenos sino al sacramento del matrimonio. Un proceso más largo y de crecimiento que tiene su culmen con la recepción de dichos sacramentos.
El documento vaticano señala que “el catecumenado matrimonial, en concreto, no pretende ser una mera catequesis, ni transmitir una doctrina. Pretende hacer resonar entre los cónyuges el misterio de la gracia sacramental, que les corresponde en virtud del sacramento: hacer que la presencia de Cristo viva con ellos y entre ellos. Por eso es necesario, con respecto a los que pretenden casarse, superar el estilo de una formación sólo intelectual, teórica y general (alfabetización religiosa). Es necesario recorrer con ellos el camino que los lleva a tener un encuentro con Cristo, o a profundizar en esta relación, y a hacer un auténtico discernimiento de la propia vocación nupcial, tanto a nivel personal como de pareja”.
De este modo, se insiste en una buena formación ya de origen en los sacerdotes, religiosas y agentes de pastoral que vayan a acompañar a las parejas de novios en este itinerario catecumenal.
Mención especial merecen los matrimonios que colaboren en este catecumanado, que según la Santa Sede deben tener “un papel primordial” en este proceso. “En virtud de su experiencia específica, podrán concretar los caminos del acompañamiento, antes del matrimonio y durante el mismo, interviniendo como testigos y acompañantes de las parejas en relación con muchos aspectos de la vida nupcial (afectivos, sexuales, dialógicos, espirituales) y de la vida familiar (tareas de cuidado y crianza, apertura a la vida, don recíproco, educación de los hijos, apoyo en las labores cotidianas, en las dificultades y en la enfermedad)”, recalca el texto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
Este proceso catecumenal para la vida matrimonial debe seguir estas pautas
- que dure el tiempo suficiente para que las parejas puedan reflexionar y madurar;
- que, partiendo de la experiencia concreta del amor humano, la fe y el encuentro con Cristo se sitúen en el centro de la preparación al matrimonio;
- que se organice por etapas, marcadas – cuando sea posible y apropiado – por ritos de pasos que se celebren dentro de la comunidad;
- que englobe todos estos elementos (sin excluir ninguno): formación, reflexión, diálogo, confrontación, liturgia, comunidad, oración, fiesta.
La Santa Sede no propone tan sólo un catecumenado centrado únicamente en las fechas más cercanas a la boda sino que con el tiempo lo ideal sería una “preparación remota” desde la infancia. Aún así, la parte realmente importante es la catecumenal, que dividen en tres puntos. Este es el esquema propuesto:
- Fase pre-catecumenal: preparación remota:
- Pastoral de la infancia
- Pastoral juvenil
- Fase intermedia (algunas semanas): tiempo de acogida de los candidatos:
Rito de entrada al catecumenado (al final de la fase de acogida)
- Fase catecumenal:
- Primera etapa: preparación próxima (aproximadamente un año)
Rito del compromiso (al final de la preparación próxima)
Breve retiro de entrada a la preparación inmediata
- Segunda etapa: preparación inmediata (varios meses)
Breve retiro de preparación para la boda (unos días antes de la celebración)
- Tercera etapa: primeros años de vida matrimonial (2-3 años)
Justo en este punto el Vaticano hace una especificación. Informa del creciente número de solicitudes para el matrimonio católicos de parejas que convivían anteriormente o se habían unido civilmente y tienen hijos. “Tales peticiones ya no pueden ser eludidas por la Iglesia, ni pueden ser aplanadas dentro de caminos trazados para quienes vienen de un camino mínimo de fe; más bien, requieren formas de acompañamiento personalizado, o en pequeños grupos, orientadas a una maduración personal y de pareja hacia el matrimonio cristiano, a través del redescubrimiento de la fe a partir del bautismo y la comprensión gradual del significado del rito y sacramento del matrimonio”, aparece en el documento al respecto.
Yendo directamente a la fase catecumenal, la Santa Sede habla de un periodo de formación de duración variable.
“En líneas generales se sugiere que la preparación próxima dure aproximadamente un año, dependiendo de la experiencia previa de la pareja en materia de fe y participación eclesial. Una vez tomada la decisión de casarse – momento que podría sellarse con el rito del compromiso – se podría iniciar la preparación inmediata al matrimonio, de unos meses de duración, para configurarse como una verdadera y propia iniciación al sacramento nupcial. La duración de estas etapas debe adaptarse, repetimos, teniendo en cuenta los aspectos religiosos, culturales y sociales del entorno en el que se vive e incluso la situación personal de cada pareja. Lo esencial es salvaguardar el ritmo de los encuentros para acostumbrar a las parejas a cuidar responsablemente su vocación y su matrimonio”, afirma.
Además, hace una recomendación apara este periodo: “nunca es inútil hablar de la virtud de la castidad, ni siquiera cuando se habla a las parejas que conviven. Esta virtud enseña a todo bautizado, en cualquier condición de vida, el recto uso de su sexualidad, y por ello, incluso en la vida matrimonial, es de suprema utilidad”.
En los meses que preceden a la celebración del matrimonio, tendría lugar la preparación inmediata de las nupcias. El inicio de esta nueva etapa puede estar marcado por un breve retiro espiritual y la entrega de un objeto simbólico, como una oración que las parejas pueden recitar juntas cuando se encuentren.
En este punto resaltan la importancia de dedicar un amplio espacio a la preparación litúrgica de las parejas, es decir, a la plena comprensión de los gestos y significados propios del rito nupcial. “Con vistas a la celebración del matrimonio, se debe procurar que los novios participen en la elección de las lecturas de la misa y, si es necesario, también en las opciones previstas para otras partes del rito”, añade el Vaticano.
Unos días antes del matrimonio, recomiendan un retiro espiritual de uno o dos días. Aunque esto puede parecer poco realista, dados los numerosos compromisos debidos a la planificación de la boda, hay que decir que, en los casos en que se ha aplicado, ha demostrado tener grandes beneficios.
Además, se propone que se invite a participar a los padres, a los testigos y a los familiares más cercanos en un momento de oración antes de la boda, incluso fuera de la celebración de la confesión, “puede resultar una oportunidad muy hermosa para todos”.
Los objetivos de la preparación próxima son:
a) recordar los aspectos doctrinales, morales y espirituales del matrimonio (explicitando también los contenidos de las charlas canónicas prescritas);
b) vivir experiencias espirituales de encuentro con el Señor;
c) prepararse para una participación consciente y fructífera en la liturgia nupcial.
Uno de los aspectos llamativos del documento es que el itinerario catecumenal no acaba con la boda. Se considera bueno que los recién casados sean asistidos en esta primera fase en la que comienzan a poner en práctica el ‘proyecto de vida’ que se inscribe en el matrimonio, pero que aún no se realiza plenamente.
Para ello, se pretende que se proponga a las parejas la continuación del itinerario catecumenal, “con encuentros periódicos – posiblemente mensuales o con otra periodicidad, a criterio del equipo de acompañamiento y según las posibilidades de las parejas – y otros momentos, tanto comunitarios como de pareja”.
Puede leer aquí íntegramente el documento del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
Javier Lozano, ReL
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