En esta ocasión una mujer me comentó, Padre: «Tengo tres hijos, dos de ellos no me causan problemas, pero uno en especial es realmente mi cruz. Todos fueron educados desde la fe, pero no entiendo cómo él, mediante sus actos, ha ido en contra de lo que le enseñamos. ¿Qué pasó con él si fue cuidado con tanto amor? ¿Cómo entiendo su actitud, si hace tanto daño? En cambio, los hijos de mi hermana, que fueron criados tal cual como mis hijos, son todos muy buenos, creo que ella no tiene cruz. ¿Por qué pasa esto?».
1. Esto es lo que Jesús nos enseña
Quién mejor para responder a tu pregunta que el mismo Señor Jesús. Y digo esto porque quizás la parábola del sembrador (Mt 13,4-9) es la que puede darte algunas luces sobre la situación que vives con tus hijos. Recordemos que en esa parábola, Dios es el sembrador, Él esparce la misma semilla, que es su Palabra, y lo hace con generosidad y amor.
Pero esta cae en diferentes tipos de terreno, una al borde del camino, otra en tierra pedregosa, otra entre yerba mala y otra en tierra buena. Incluso la que cae en tierra buena, da diferente tipo de fruto, nos dirá la Sagrada Escritura. Así pues tú has sembrado y esta semilla ha dado su fruto en dos de tus hijos y en el otro no, como manifiestas en tu pregunta.
Y aquí entra el tema de la libertad de la persona frente a la Palabra de Dios, sus enseñanzas y mandatos. Ustedes como padres han sembrado con amor, pero cada ser humano es libre de acoger o rechazar esa palabra sembrada. Somos libres de abrir nuestro corazón a la experiencia del amor de Dios, de oír sus enseñanzas y ponerlas por obra. O también de rechazarlas, ser tierra dura.
Has puesto ante tus hijos las cosas claras, y los has educado de la misma manera con los mismos valores y principios. Pero como te decía y nos lo recuerda muy bien el Señor Jesús, cada uno es libre de tomar esta palabra o no. Sé que eso es triste para una madre, e imagínate cuánto no entristecerá al Señor Jesús, que nos conoce perfectamente. Que nos ama intensamente y que sabe más que cualquiera de nosotros todo lo que se frustra cuando no cumplimos su plan de amor.
2. No está todo perdido
No te olvides que mientras tengamos vida en la tierra tenemos oportunidad de convertirnos, de cambiar de camino. Pídele al Señor una y otra vez por ese hijo tuyo, para que cambie de camino. Para que sea tierra buena que dé fruto abundante, para que abra su corazón a la gracia de Dios que se derrama sobre todos constantemente.
Recuerda que en la Iglesia tenemos el testimonio de muchos hombres y mujeres que después de un tiempo alejados del Señor y su plan, abrieron su corazón. Por ejemplo tenemos a San Agustín, quien podríamos decir, fue un dolor de cabeza para su madre. Pero que después de mucho buscar la verdadera felicidad en lugares equivocados, se convirtió y fue un gran santo.
Fue su madre, Santa Mónica, quien oraba constantemente por esa conversión. O el ejemplo de San Pablo que de perseguir cristianos se convirtió en un gran santo, o de Santa María Magdalena o Zaqueo, y así de muchos en la historia de la Iglesia.
3. No pierdas la esperanza
Por lo tanto si te ha tocado esta cruz, porque todos tenemos nuestra cruz, llévala con esperanza y fortalecida por el Señor. Que sea ocasión para unirte en el dolor que Cristo siente por cada uno de nosotros cuando nos alejamos de Él (te recomiendo el curso «Formar a nuestros hijos en la fe»). No pierdas la esperanza, sigue sembrando el amor de Dios en su corazón que como dice el dicho: «La gota de agua horada la piedra no por la fuerza sino por la constancia».
Y es la constancia del amor de Dios lo que muchas veces termina abriendo el corazón más duro. Tú oración y testimonio será lo que un día quizás lo lleven a la conversión. Hay que luchar contra el mal, hasta el último minuto. Que Dios te bendiga.
Padre Enrique Granados, catholic-link
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