El estrés erosiona sobre todo la relación de pareja, y provoca la aparición de un problema: la sospecha hacia el otro
En los últimos 30 años la familia del mundo desarrollado se ha visto afectada por lo que muchos estudiosos denominan aceleración social. Esta aceleración afecta a muchas sociedades económicamente desarrolladas y la familia se resiente en el centro vital de este entramado.
La aceleración tiene diversos planos: económico, laboral, tecnológico, cultural. Las culturas y las identidades han ido convergiendo hacia una cultura del consumo que borra la memoria y el pasado e inclina a una nueva identidad donde la vida ha quedado mercantilizada hasta en sus últimos aspectos.
Y uno se reconoce a si mismo en el estatus, en la identidad es sus patrones de consumo. Todos se convierte en mercancía. Y hay que trabajar mucho para estar muy arriba en el escalafón social.
Esta situación genera estrés, ansiedad, depresión, agotamiento. Y las familias en el centro de la sociedad pierden la paz, el sosiego, la capacidad de convivir distendidamente.
En los hogares las relaciones de pareja se hacen más complejas pues el trabajo, de los dos miembros de la pareja, se come el tiempo y el cansancio incapacita para acoger al otro. El conflicto marital, de pareja, es moneda común.
Y la intolerancia con respecto al hacer, opinar, decidir del otro se incrementa. Llegamos a casa cansados y no le hemos discutido a nadie en todo el día, y menos al temido jefe (factor de estrés muy considerable), pero no le pasamos una a la pareja y esta carga con la dureza de la jornada laboral. Y este conflicto continúa en fin de semana y vacaciones.
Somos más exigentes e intolerantes con aquellos a los que debemos amar incondicionalmente. Se sospecha de la pareja, se la mira con recelo, a los hijos no se les aguanta casi nada y todo se hace insoportable.
Es importante el concepto de sospecha. La esposa, la mujer, el marido, el compañero “no me quiere bien, es un pesado, todo el día me corrige y siempre se equivoca en los mismo”. El miembro de la pareja que sospecha continuadamente quiere imponer su criterio. Y todo lo que hace el otro miembro de la pareja es discutible.
El que sospecha ve mal todo lo que hace el otro y solo considera aceptable su propia visión de las cosas, su solución más inteligente de los conflictos. El cansado, es estresado, el ansioso es intolerante y quiere dominar. Y salta pues considera las posturas contrarias como un atentado agresivo a su propia persona.
Estamos ante un tema de difícil solución. No todo depende de las fortalezas de los actores familiares. La sociedad puede mejorar la vida familiar políticamente.
La conciliación de la vida laboral y familiar
Se necesitan horarios más familiares, trabajos menos precarios y mejor pagados, llegar mas pronto a casa para descansar. Fuera de las medidas políticas hay soluciones comunitarias y personales.
Las familias deben relacionarse para vivir una vida social y de amistad que sosiega el cansancio laboral. Muchas y muy buenas relaciones de vecindad son muy positivas. La vida comunitaria recreativa es una válvula de escape para el estrés familiar.
Hay que buscar una recreación menos mercantilizada, más relacional y festiva con nuestros vecinos (y familiares: familia extensa), y desde luego más actividad física (padres e hijos), y evitar ser una familia aislada. Una familia aislada es muy vulnerable.
También hay que formarse como padres, saber construir la relación. Saber no culpar al otro de mis propios problemas. Y podríamos seguir.
Un primer paso que está al alcance de todos los bolsillos es la confianza. Al llegar a casa, el fin de semana, vacaciones: hay que esperar lo mejor de mi pareja y de mis hijos. Y si de entrada no me ofrecen lo mejor hay que hacerse cargo de sus problemas y circunstancias personales y confiar en sus buenas intenciones.
Y escuchar: leer bien y confiadamente sus explicaciones. Y hablarle con sosiego con un tono de voz que está diciendo algo así como: “No te entiendo y estoy cansado (o cansada) pero te voy a escuchar pacientemente para que me expliques que sucede porque confío en que actúas con la mejor de las intenciones”.
Los actos de confianza calman a la pareja, la sonrisa afable cambia a la pareja, esperar lo mejor de la pareja la llena de autoestima.
Y cuando los hijos piden atención no lo hacen para molestar, sino que actúan así para sentirse queridos. Hay que confiar en ellos y ejercer un reconocimiento que los va a llenar de auto-eficacia. “Papa, mira que hago”. Y el padre le mira y le aplaude y el niño se va la mar de contento.
La confianza en este mundo estresado, es el aceite del motor de las dinámicas familiares. La confianza hace que todos los mecanismos del motor familiar vayan engrasados, y funcionen fluidamente y no se traben. La confianza hace que el motor de la familia suene bien.
Y si entendemos la familia desde un enfoque sistémico, donde existen vectores entre los actores sociales en muy variadas direcciones e intensidades reciprocas, no precisamente lineales, la confianza regula estas interacciones en sentido constructivo.
Pero para saber esto hay que formarse como familia. Hay que consultar al experto en familia que sabe mucho y ha visto muchas familias. Y diagnostica que es lo que pasa en mi hogar que puede ser, por ejemplo, la intromisión toxica de una suegra.
La confianza es una fortaleza del carácter que se entrena en pequeños pasos, en la repetición de actos de confianza que al principio son duros (pues la sospecha de estresado y ansioso es grande), pero que tras las semanas de practica esta fortaleza se hace cada vez más ligera, fácil, practicable, hacedera. Y como la familia es un sistema el aceite de la confianza todo lo impregna.
Ultima consideración: la confianza no es una labor solo de mamá. También se practica entre hermanos. Y se alimenta con mucha interacción: las comidas, los paseos, el ocio compartido con una comunidad de familias y la actividad física que desestresa y distensiona.
Y reducir el aislamiento de un consumo excesivo de pantallas también desestresa. Un consumo excesivo de pantallas fragmenta y atomiza la vida familia. Un uso compartido la une.
Ignasi de Bofarull, Aleteia
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