El camino de María Fernández-Martos Yáñez, de 22 años, hacia la fe
María Fernández-Martos tiene 24 años; a los 22 se encontró en serio con el amor de Dios, tras años de desinterés y lejanía |
Aunque María Fernández-Martos Yáñez se educó en una familia católica en Córdoba (España). con sus 4 hermanos, y estudió en un colegio católico, se mantuvo alejada de la fe hasta hace un par de años. "Yo pensaba que ser católica era ser 'alguien que cumple una serie de normas para ser bueno', y eso no me atraía", ha explicado en la web Jóvenes Católicos.
"El punto de inflexión fue cuando mi hermano Álvaro me dijo que rechazaba la oferta de jugar en el Real Madrid para ser seminarista", recuerda. Álvaro había sido centrocampista en el Deportivo de Córdoba B. Pero Dios le llamaba más fuerte que el Real Madrid. "Venía al seminario y sentía que quería estar aquí. Yo sentía que quería ser un cura de parroquia para todo el mundo", explicó en la web de la diócesis de Córdoba en 2017.
"El punto de inflexión fue cuando mi hermano Álvaro me dijo que rechazaba la oferta de jugar en el Real Madrid para ser seminarista", recuerda. Álvaro había sido centrocampista en el Deportivo de Córdoba B. Pero Dios le llamaba más fuerte que el Real Madrid. "Venía al seminario y sentía que quería estar aquí. Yo sentía que quería ser un cura de parroquia para todo el mundo", explicó en la web de la diócesis de Córdoba en 2017.
La decisión de Álvaro asombró a María. "¿Pero qué niño de 20 años deja su sueño de ser futbolista para ser sacerdote? No podía entenderlo, yo pensaba que Dios me quitaba a mi hermano", recuerda.
Ella no quiso explorar la vía de la fe en esa época, al contrario. "Entré en la universidad y fui alejándome cada vez más. Yo seguía a la masa. Me fui de Erasmus y Dios ya casi ni existía para mi. Me sentía cada vez más vacía y con una sed que no podía llenar. Nada me hacía feliz. Ni nadie", señala María.
Un retiro que cambió su vida
Con 22 años María acudió a un retiro espiritual ignaciano, invitada y persuadida por un amigo seminarista. Ella no quería ir, pero admitía que le faltaba algo, que le pesaba el corazón.
"Necesitaba llenar ese vacío. Llevaba tiempo sin confesarme y allí me quité la piedra más grande de mi camino. En esos 2 días de ejercicios me sentí inmensamente querida y perdonada por Dios. Fue increíble. ¡Pero yo quería más! y le pedí a Dios experimentar fuertemente su existencia en mi corazón para cambiar de verdad, y así lo hizo en una misa el Sábado Santo, celebrada por el Papa en Roma el año pasado. ¡Sentí fuego en el corazón! Fue un regalazo precioso que agradeceré toda mi vida", explica ahora María..
María, de naranja y muy contenta
Dos años de crecer en la Iglesia
Han pasado dos años de crecimiento en la fe y la vida cristiana. "Dios encendió esa llama de la que hablaba al principio, y a partir de ahí mi fe ha ido cambiando, intentando cada día que se haga viva en la práctica. He empezado a ir a Misa todos los días, a dar catequesis a jóvenes de confirmación (transmitiéndoles el Amor que he conocido), a participar activamente en la parroquia, y a recibir allí la formación, a ayudar como voluntaria en los encuentros y peregrinaciones juveniles de la diócesis, en sus Adoremus, a rezar de verdad por la santidad de los sacerdotes, por las vocaciones… en definitiva quiero ser una laica activa para la Iglesia, para mis amigos y para toda persona que Dios ponga en mi camino. Dando gratis lo que he recibido gratis. He conocido a una Iglesia viva, también a muchos sacerdotes buenos. Ahora muchos de los seminaristas de Córdoba son como hermanos para mí. Dios también ha puesto en mi vida a un grupo de amigos que me ayuda a crecer en la fe".
Cambiar el mundo... con Dios
María ha constatado que Dios "es el único capaz de transformar un corazón egoísta y de piedra y que sólo Él llena plenamente. Que nuestra vida es breve y tenemos 2 opciones, o vivir camuflados en la masa o tomar la decisión de querer cambiar el mundo. Y sí, ayudar a un amigo a que se encuentre con Cristo… ¡es cambiar el mundo! Ir a misa entre semana… ¡es cambiar el mundo!"
Ha vivido una experiencia misionera en el sur de Chile. "Allí fui testigo de cómo familias se perdonaban al escuchar hablar de Cristo. Al visitar la cárcel para celebrar Misa allí, vi llorar a un preso mientras nos decía a los misioneros: «gracias, porque aunque no tenga libertad de cuerpo me habéis traído la libertad espiritual». ¡Qué grande! Pero lo más importante que he aprendido es que hay que ser misionero de Cristo pero TODA la vida, sin importar el dónde y a quién ayudar. Y que ser católico no es un hobby sino una entrega que hay que vivir".
"La vida cómoda es tremendamente aburrida y triste, aunque vayamos subidos en el mejor coche del mundo. ¡Tenemos que complicarnos la vida amando!", dice hoy María. Y tiene claro su sentido de la vida: "Mi propósito en la vida es que cuando vea a Dios cara a cara poder decirle: «Señor, he hecho en la tierra todo lo que he podido por Ti». Como decía Santa Teresita de Lisieux… «quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra…»".
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