“¡No quiero hacerlo todo en tu lugar!”. Este sentimiento de exasperación, del todo legítimo, revela que los padres hacen demasiado por su hijo adolescente. En cambio, el adolescente, si es capaz, necesita hacer las cosas solo y equivocarse para crecer y convertirse en un adulto feliz, libre y responsable
“No hagas nunca por un niño aquello que es capaz de hacer solo”, escribía Maria Montessori en su obra El niño, el secreto de la infancia, publicada en 1935. La razón es que “cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo del niño”, decía Montessori. Un consejo de la célebre pedagoga italiana que se aplica igual de bien a los pequeños capaces de ponerse los zapatos que a los adolescentes capaces de escribir su presentación de ciencias.
Sin embargo, Nathalie de Boisgrollier, coach de paternidad desde hace más de 20 años y autora del libro sobre educación adolescente Élever son ado sans baisser les bras (ed. Albin Michel), da fe de que muchos padres se acuestan tarde para hacer los deberes a sus hijos, compran por enésima vez un título de transporte perdido o incluso escriben la carta de motivación de su joven en busca de prácticas. Un derroche de ayuda que, en realidad, no juega en favor de los hijos.
Ganar en autonomía
Educar a un hijo es ayudarle a madurar para que, un día, pueda volar con sus propias alas. Una adquisición de independencia que se hace progresivamente y de acuerdo a la edad y las capacidades del niño o niña. “Hay una diferencia entre cuidar de ellos y ser su asistente”, subraya Nathalie de Boisgrollier. Sustituyendo al niño en sus labores, intentando controlarlo todo, los padres impiden que el adolescente adquiera autonomía e independencia.
“Con esos comportamientos, los padres entorpecen la felicidad de sus jóvenes y sus oportunidades de prosperar en la vida”, alerta la experta. Pongamos por ejemplo un currículum y una carta de motivación para la búsqueda de unas breves prácticas como primer contacto con la vida laboral en la adolescencia. ¿El auténtico objetivo es conseguir visitar una empresa increíble para impresionar a la galería o extraer una lección útil para el futuro?
Y el riesgo de hacer las cosas por ellos es que se convierta en algo duradero. “He conocido a padres que todavía redactaban las cartas de motivación de su hijo de 23 años a la salida de la escuela de comercio. ¿Quieren ustedes asumir todavía esta carga cuando vuestros hijos tengan esa edad y, sobre todo, quieren conservar ese tipo de influencia sobre ellos?”, pregunta Nathalie de Boisgrollier.
Aprender equivocándose
Sí, su adolescente hará las cosas menos bien y menos rápido que ustedes y además cometerá errores que habríais podido evitarle. ¡Pero los errores contribuyen activamente a su aprendizaje y a su educación!
Por eso, Nathalie de Boisgrollier invita a los padres a dejar que sus adolescentes cometan errores: “El trabajo de los padres no consiste en proteger a los niños de los errores que puedan cometer ni en evitarles cualquier dificultad o disgusto. Ser padre tampoco significa anticipar todos sus deseos y todas sus necesidades. ¡Y esto es más aplicable aún en la adolescencia! Nuestro papel es más bien el de enseñarles que los errores forman parte de todo proceso de aprendizaje”.
Estar presentes y acompañar
Permitir que se equivoquen es una parte y la otra parte es estar presentes para escuchar sus decepciones. ¡En ese momento es cuando intervienen los padres! “Dejen que su adolescente siga adelante incluso si saben que no lo conseguirá o que ha empezado con mal pie. Lo único importante es que ustedes estén presentes cuando él o ella se lo pida”, subraya Nathalie de Boisgrollier.
Entonces podrán ayudarle a que encuentre las soluciones por sí mismo, preguntándole, por ejemplo: ‘¿Cuál sería la solución ideal? Si no cambiaras nada, ¿qué pasaría? Dime tres líneas de acción, incluso si te parecen descabelladas, ¿cuál crees que es la mejor?’”. Una presencia activa y receptiva permite al adolescente volver a ponerse en pie y sacar beneficios de sus errores.
Otra forma de acompañamiento que ayuda a la autonomía es intervenir una vez y luego avisar al adolescente que, la próxima vez, se las arreglará por sí mismo. Nathalie de Boisgrollier señala que, en este caso, no se trata de amenazar o culpabilizar, sino de aprender: a sacarse de nuevo su abono de transporte, a comprar un billete de tren, a concertar una cita con el médico para obtener un certificado, etc…
Mathilde De Robien, Aleteia
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