"Cuando nos consideremos siervos de Dios, usaremos sus dones para su gloria
y para la salvación de nuestras almas".
En uno de sus últimos artículos de Catholic Exchange, el sacerdote y oblato misionero de María Inmaculada, Nnamdi Moneme, reflexionaba por qué la batalla contra la tentación “es la primera, la más importante y la más incesante para cualquier cristiano serio que esté decidido a seguir a Cristo hasta el final”.
Siguiendo el Evangelio de Lucas, observa cómo Jesús comenzó su vida y ministerio público solo tras enfrentar y vencer las tentaciones en el desierto, aún a pesar de que el diablo volvería repetidamente buscando venganza. Frente a una figura de Cristo que está “lleno del Espíritu -y guiado por él- a lo largo de su misión”, el sacerdote se pregunta por qué los fieles “seguimos siendo derrotados por el diablo en la tentación, a pesar de poseer el Espíritu victorioso de Jesús”.
En su opinión, los cristianos “cedemos a las tentaciones” porque “no tenemos tres realidades grabadas en nuestra mente y corazón”:
“No confiamos en que podría salvarnos solo con pedirlo”
Para el sacerdote, uno de los motivos principales es que “dudamos fácilmente” de Dios, especialmente en momentos de pruebas y tentaciones”
“No confiamos en que siempre nos dará lo mejor para la eternidad. Apenas conectamos con su presencia en los momentos de tentación. No confiamos en que “Dios no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas” (1 Corintios 10:13). No nos damos cuenta de que podría salvarnos de las tentaciones con solo implorarle con fe. Incluso podemos caer en la tentación porque suponemos que es más fácil pedir perdón que resistir la tentación por su gracia. Carecemos de la determinación de agradarle venciendo las tentaciones y cedemos fácilmente ante el tentador”, explica.
Desconocer la misión y usar mal sus dones
Entre otros motivos, el sacerdote subraya la falta de conocimiento de la misión con la que Dios llama a los fieles a servirle y adorarle.
“Cuando nos consideremos siervos de Dios, usaremos sus dones para su gloria y para la salvación de nuestras almas. Cuidaremos de no abusar mediante el pecado y el egoísmo. Cumpliremos el propósito de nuestra existencia”, explica. Por el contrario, advierte de que “cederemos fácilmente a las tentaciones cuando no nos veamos como siervos de Dios dotados para su propósito. El diablo nos tentará incesantemente a usar los dones de Dios para obtener más poder, posesiones o placer”.
Obsesionados con lo terrenal… y olvidados de lo celestial
En tercer lugar, Nnamdi observa que el católico del presente está tan “absorto en las luchas diarias” que “fácilmente olvidamos que somos peregrinos en camino a nuestro hogar celestial”.
“Nos centramos tanto en las dificultades profesionales, financieras, sociales, de salud, etc., que ignoramos la constante batalla contra las tentaciones y sus consecuencias eternas. Sin darnos cuenta, podemos vivir obsesionados solo por esta vida terrenal e ignorar el cielo”, comenta
Se trata a su juicio de un éxito del tentador, que “sabe muy bien cómo hacer que olvidemos nuestro destino trascendental de estar en la gloria eterna con Dios. Sus tentaciones buscan hacernos perder tanto la paz como la influencia del cielo. Poco a poco nos arrebata toda esperanza hasta que nos sentimos completamente desesperados de luchar contra las tentaciones y alcanzar la vida eterna”.
Frente a estas actitudes, Nnamdi contrapone el ejemplo de Jesús, que “lleno y guiado por el Espíritu”, venció cada una de sus tentaciones especialmente por tres motivos que se alejan mucho de las primeras razones expuestas:
1º Conocía quién era ante el Padre
El sacerdote misionero observa que Cristo conocía su identidad de hijo amado ante el Padre y sabía que siempre podía acudir ante él.
Jesús, dice, “estaba centrado por completo en complacer al Padre en todo. Por eso pudo responder a la tentación del diablo de convertir las piedras en pan: `No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios´. Incluso en su intensa hambre, eligió depender del Padre y complacerlo y no ceder a la tentación”.
“Jesús sabía que su misión era servir y sacrificarse en la cruz. Por eso, cuando Satanás le ofreció el poder y la gloria del mundo a cambio de que Jesús lo adorara, Jesús respondió: `Adorarás al Señor, tu Dios, y solo a él servirás´. Jesús no cambiaría ni abandonaría su misión por ninguna ganancia ni gloria terrenal”, sentencia el sacerdote.
3º Conocía su destino
En último lugar, Nnamdi recuerda que el mismo Cristo conocía su destino y “sabía que estaba destinado a ser glorificado por el Padre Celestial”. Algo también de suma importancia, pues sabía que su destino no era demostrar su valía, impresionar a los hombres de la tierra o que los ángeles le sirviesen y por eso “se negó a saltar del templo como le sugirió el tentador”.
“Nosotros también tenemos este Espíritu desde nuestro Bautismo. Por este Espíritu, Jesús enfrentó y venció las tentaciones viviendo como Hijo amado del Padre. Por este Espíritu, fue fiel a su misión del Padre hasta morir en la cruz. Por este mismo Espíritu, Jesús fue guiado por su Padre a través de su pasión y cruz hasta la gloria de la resurrección”; concluye.
Redacción Aleteia
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(Congregación para la Doctrina de la Fe)
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