En el corazón de Siberia, el pequeño pueblo de Wierszyna alberga una población predominantemente católica polaca. Durante la época de la dictadura comunista, sus habitantes consiguieron preservar y transmitir su fe, sin iglesia, Misa ni sacerdote... durante seis décadas
Wierszyna. Este nombre, difícil de pronunciar, es el de un pequeño milagro. En primer lugar, fue un milagro de la vida cuando una comunidad de colonos polacos se trasladó ahí hace cien años, desafiando las inclemencias del tiempo para hacer de este pueblo -de las profundidades de Siberia- un lugar donde vivir.
El segundo milagro fue el milagro de la fe, ya que la dictadura comunista no logró vencer la piedad de los habitantes de Wierszyna, que vivieron sin iglesia, sin Misa ni sacerdote durante más de seis décadas. Aún hoy, la población de este pueblo de 800 almas es casi exclusivamente polaca. Viven prácticamente aislados del mundo, en una región donde las temperaturas pueden descender hasta -55°C en invierno.
Todos los días festivos excepto… Semana Santa
Este pueblo, a unos 140 km de Irkutsk, es un fenómeno: en la lejana Siberia, sus habitantes han conservado durante generaciones la lengua de sus antepasados. También han conservado su parroquia y su iglesia. La iglesia de san Estanislao, que sigue en pie, fue construida por inmigrantes polacos en 1915, poco después de su llegada. Los servicios religiosos se celebraron allí hasta 1928 o 1929, cuando las autoridades comunistas decidieron demolerla. Sin embargo, ante las enérgicas protestas de los residentes, los bolcheviques abandonaron la idea de destruir la iglesia. Cerrada, la iglesia fue devastada desde dentro por las autoridades.
La fe ha sobrevivido, cultivada en secreto dentro de las familias. La Eucaristía no se celebró en este pueblo durante 62 años. En aquella época, una de las habitantes, Magdalena Mycka, bautizaba a los niños del pueblo «con agua», y los habitantes rezaban en casa, salvando así la lengua polaca y transmitiendo la fe. También intentaron preservar las fiestas católicas, excepto la Pascua. «No tenían contacto con Polonia, por lo que carecían de calendario y no sabían cuándo era el Domingo de Resurrección», explica el padre Karol Lipiński, sacerdote de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y actual párroco de la parroquia polaca de Wierszyna.
Renovación de la liturgia
La parroquia renació tras la caída del comunismo en Rusia. El primer sacerdote que volvió a visitar el pueblo fue el padre Tadeusz Pikus (más tarde obispo), entonces párroco de los polacos en la URSS. Celebró misa en 1990 en el edificio de la escuela del pueblo. También luchó con las autoridades locales para devolver la iglesia a los fieles y devolverle su carácter sagrado, a pesar de que el edificio iba a convertirse en museo.
«A aquella primera Misa acudió mucha gente, muchos adultos vieron a un cura por primera vez en su vida. Los que nacieron después del cierre de la iglesia podían tener más de 60 años y asistir a una Misa a la que nunca habían ido», explica el padre Lipiński.
Dos años más tarde, el 19 de diciembre de 1992, se celebró la primera Misa en una iglesia restaurada, presidida por el actual Ordinario de la diócesis de la Transfiguración de Novosibirsk, el obispo Joseph Werth. Así es como renació la liturgia en Wierszyna, y cómo la realidad de la Resurrección y la presencia de Cristo en el pan y el vino vuelven a estar presentes.
Por supuesto, 60 años de ateísmo forzado han pasado factura, y a la población le sigue costando aclimatarse a una vida parroquial salpicada de oficios. Pero la tenacidad de los habitantes y del clero local para volver a situar la iglesia en el corazón de la vida del pueblo es ya un increíble testimonio de fe.
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