Hay estilos de autoridad que no ayudan a educar bien a los hijos. Antes de que sea tarde, la terapeuta familiar Orfa Astorga expone qué actitudes son perniciosas
—A nuestro hijo le hemos dado todo y había sido un brillante estudiante. Pero se ha vuelto tan rebelde que ha expresado su intención de abandonar los estudios. Lo más triste es reconocer que nosotros, sus padres, aun con muchas carencias en nuestras familias de origen, pudimos salir adelante.
¿Qué es lo que estamos haciendo mal? —se expresaban preocupados en consulta un matrimonio.
Dos estilos equivocados de autoridad
Luego, a través de varias charlas y unos propósitos para rescatar la relación con el hijo, ante todo, como persona, concluimos sobre dos estilos equivocados de autoridad. Y añadí qué deben evitar los padres de hijos que van creciendo.
1. Los padres autoritarios, y poco afectivos, que presionan excesivamente sobre la conducta y el rendimiento académico.
2. Los padres permisivos y apapachadores que adoptan el criterio “dejar hacer, dejar pasar”, pueden favorecer la incapacidad y el resentimiento en los hijos ya que dan a entender que tienen más interés en sus propias necesidades psicológicas que en las necesidades de ellos al crecer.
Qué deben evitar los padres a medida que los hijos crecen
– 1. Provocar la dependencia y retrasar la autonomía de los hijos, tratando de alargar una imagen activamente paterna por temor a ya no ser necesarios.
– 2. Preocuparse porque, al crecer, los hijos vean el mundo de otra forma y ya no sigan al pie de la letra los consejos paternos, como ellos lo hicieron en sus mismas edades. Su actitud es no confiar en su libertad responsable.
– 3. Confundir su necesidad de autonomía con el desapego afectivo, sintiéndose inseguros o celosos.
– 4. Darles bienes que ellos aun no pueden conseguir por sí mismos como un auto, un departamento, una tarjeta bancaria, etc. y que, por su edad, aún no saben valorar.
– 5. Promover que estén unidos solo a los mejores acontecimientos de la vida familiar, tratando de evitarles los sentimientos personales de fracaso, frustración, y dolor, necesarios para madurar y crecer. Darle más importancia a su bienestar sobre el bien ser.
– 6. Obsesionarse por que sobresalgan y tengan oportunidades educacionales, profesionales, sociales y recreacionales que a ellos les estuvieron vedadas, algunas veces por encima de las capacidades económicas familiares. Hacerlo con la expectativa de que saquen el máximo provecho de sus oportunidades y sentirse frustrados si no lo logran, por carecer de la capacidad o la motivación necesaria.
– 7. Titubear o no apoyar su deseo de vivir un primer noviazgo, temiendo que lo distraiga de lo que consideran prioridades en su etapa de vida, o no aceptar a la persona con la que se quieren relacionar afectivamente, por prejuicios de diferente índole que pretenden imponer.
– 8. Interponerse de forma egoísta e insensata entre sus hijos y las recompensas de una vida plena, cuando estos eligen el ser antes que el tener, y no alentarlos por ello, a que se desarrollen sus talentos naturales, siguiendo su propia vocación.
– 9. No mantener interés constante por sus vidas, solo porque estos progresan hacia la edad adulta y van por el buen camino. O sustraerse a la función paterna de acompañamiento ante sus dificultades, para ahorrarse preocupaciones o angustias.
– 10. No ver en la familia su principal realización como persona. Una vocación dada por Dios capaz de dejar un rastro imborrable de luz, que ha de perdurar por generaciones.
La idea de fondo
La adolescencia y primera juventud son etapas de crecimiento con sus crisis naturales. Atrás se ha dejado el crecimiento físico y desarrollo hormonal. Ahora es un crecimiento psicológico en busca de la madurez y afirmación de la propia identidad, tomar sus propias decisiones, asumir el riesgo de equivocarse, lograr autonomía…
«Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño.
Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida.
Sin embargo…en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño,
perdurará siempre la huella del camino enseñado.»
Santa Teresa de Calcuta.
Por Orfa Astorga de Lira
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