Talento, cociente intelectual, atractivo, todo eso está muy bien, pero no es decisivo en nuestro éxito futuro
Calah Alexander, aleteia
Al menos una vez al día, alguno de mis hijos me pregunta si creo que es capaz de lograr algún objetivo. Pueden ser objetivos fantásticos (Mamá, ¿crees que es posible que pueda ser una gimnasta olímpica? O Mamá, ¿crees que podría competir en el programa Ninja Warrior?) u otros más cercanos (Mamá, ¿crees que estoy listo para el examen del cinturón negro en abril? O Mamá, ¿crees que puedo escalar hasta el techo?), pero mi respuesta es casi siempre la misma: depende de ti. ¿Estás dispuesto a esforzarte para lograrlo sin perder el ánimo?
Al menos una vez al día, alguno de mis hijos me pregunta si creo que es capaz de lograr algún objetivo. Pueden ser objetivos fantásticos (Mamá, ¿crees que es posible que pueda ser una gimnasta olímpica? O Mamá, ¿crees que podría competir en el programa Ninja Warrior?) u otros más cercanos (Mamá, ¿crees que estoy listo para el examen del cinturón negro en abril? O Mamá, ¿crees que puedo escalar hasta el techo?), pero mi respuesta es casi siempre la misma: depende de ti. ¿Estás dispuesto a esforzarte para lograrlo sin perder el ánimo?
Esa respuesta ha cambiado con el paso de los años. Cuando mis hijos eran pequeños, solía responder a sus preguntas basándome en si mostraban o no un talento natural. Estaba segura de que mi hija mayor sería una estudiante brillante porque exhibía desde muy temprano unas habilidades verbales precoces. Me preocupaba que mi hijo quedara rezagado porque no habló bien hasta que entró en preescolar. Pero sucedió lo contrario en ambos casos: mi hija tiene dificultades en la escuela y mi hijo es un estudiante destacado. Y todo es debido a su determinación.
La mujer que da esta charla es Angela Duckworth, que fue profesora durante años hasta que empezó a hacerse una pregunta basada en las observaciones de sus niños de sus clases: “¿qué pasa si tener éxito en la escuela y en la vida depende de mucho más que la habilidad para aprender de manera rápida y fácil?”.
Para responder a esta pregunta, fue a la universidad a estudiar Psicología, luego se embarcó en una serie de estudios en varios entornos, desde la academia militar de West Point a empresas de venta directa, desde un concurso de deletreo a profesores novatos en escuelas de barrios desfavorecidos.
En todos esos contextos muy diferentes, surgió una característica como un importante predictor del éxito. Y no fue la inteligencia social. No fue la buena apariencia, ni la salud física ni fue el C.I. Fue la determinación.
La determinación es pasión y perseverancia para alcanzar metas muy a largo plazo. La determinación es tener resistencia. La determinación es aferrarse a su futuro, día tras día, no solo por la semana, no solo por el mes, sino durante años y trabajando realmente duro para hacer ese futuro una realidad. La determinación es vivir la vida como si fuera una maratón, no una carrera a toda velocidad.
Mis padres siempre me decían que la perseverancia era importante, pero soy lo bastante obstinada como para gastar toda una vida aprendiendo esa lección yo misma. De niña, dejé que se fueran a pique unos talentos naturales en piano y softball por falta de interés. De adulta, dejé pasar un prometedor inicio en escritura creativa porque no podía soportar el rechazo. Sin embargo, recientemente he empezado a superar la limitada percepción de profundidad y la pésima coordinación mano-ojo que me ha fastidiado desde la infancia, porque he encontrado algo por lo que estoy dispuesta a luchar; literalmente.
Aprender de los fracasos
La determinación es algo que estoy aprendiendo tarde en la vida, pero no puedo ignorar lo vital que es, no solo para el éxito, sino para la confianza en uno mismo, la fortaleza interior y la estabilidad emocional. Me consterna la cantidad de veces a lo largo de mi vida que he dicho “no puedo hacer esto” hasta que se hizo verdad. Ojalá hubiera aprendido hace muchos años que el fracaso no es una característica del ser, sino una oportunidad para aprender.Nada en mi vida me ha mostrado esa verdad con tanta claridad que el ver a mis hijos convertir el fracaso en éxito.
He visto cómo mi hijo más descoordinado se convertía en el único capaz de escalar paredes y atravesar caminos de obstáculos, porque se esforzó en mejorar cada momento que estuvo despierto. He visto cómo una niña de seis años ha tenido dificultades durante un año para montar en bici hasta llegar un día en que decidió que no estaba dispuesta a quedarse atrás más tiempo, se subió a la bici y salió pedaleando calle abajo. He visto cómo cinco bebés aprendían a caminar después de caer una y otra y otra vez… y después de ponerse de pie a cada vez.
He quedado tan convencida de la singular importancia de la determinación que ha cambiado mi concepto de educación como madre. Ya no me centro en el talento; de hecho, ahora soy muy precavida a la hora de mencionar siquiera un talento que pueda tener un niño. Cuando digo “eres bueno en eso”, mis hijos esperan ser perfectos y que esa perfección llegue fácilmente. En vez de eso, les digo que pueden ser buenos si trabajan duro y les animo a recibir el fracaso con un sentimiento de gratitud y alivio. Es una lección que quizás no tenga que aprender de nuevo; después de todo, la parte más difícil de aprender una lección es que la primera caída es siempre la más impactante.
Mis hijos siguen tirando la toalla a veces, pero ya no lo hacen tan a menudo. Ya no se rinden tan a menudo y eso es algo que, en realidad, es la base de crecer en determinación.
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