Nory Camargo, catholic-link
Algunos piensan que orar es una pérdida de tiempo, he escuchado muchas veces comentarios similares y sucede que, paradójicamente, entre más queremos acercarnos a Dios, más obstáculos se nos presentan en la vida. Todo se derrumba, se incrementan los conflictos familiares, aumentan los inconvenientes en el trabajo, peleamos constantemente con los que nos rodean, etc. No sé si alguien se sienta identificado con lo que estoy diciendo, pero en estos años que llevo de conversión, he conocido un gran número de personas que afirman sentirse igual cuando intentan ser mejores hijos de Dios.
¿Por qué orar? from Oración 24-7 España on Vimeo.
No es un castigo, ni es un karma, no estamos pagando por nuestros errores pasados o algo por el estilo. Simplemente, cuando le damos el “SÍ” a Dios, hay otro que se molesta, ese que anda «emparrandado» cada vez que volvemos a pecar, cada vez que nos alejamos del camino correcto, ese mismo que nos susurra al oído y nos hace sucumbir ante la tentación. Al demonio no le agrada ni cinco que elijamos ser buenos hijos y tampoco le agrada en lo más mínimo que oremos porque sabe que somos escuchados siempre.
No importa si somos budistas, musulmanes, evangélicos, testigos de Jehová, judíos o miembros de cualquier otra religión, todos oramos con la esperanza de ser escuchados, de liberar nuestras angustias, de decir en voz alta eso que nos martillea el corazón, de encontrar un momento de calma en medio de la tormenta, de llorar y llorar hasta que ya no demos más en medio de la oración. En ocasiones, oramos sin darnos cuenta: «Por favor, por favor, Dios mío, que este trabajo sea mío», «por favor, por favor, que mi hijo salga del hospital». Pedimos, pedimos y pedimos, y solo de vez en cuando agradecemos.
Existen muchas formas de orar, algunas personas sienten que solo pueden hacerlo en paz cuando están en la iglesia, otros necesitan la ayuda de un hermano o un amigo, otros solo recuerdan rezar cuando atraviesan momentos de dificultad, otros necesitan estar a solas y otros oran constantemente en un diálogo fluido y natural con Dios, casi en todo momento.
Si alguien me preguntara de qué me sirve, podría decirle que no he encontrado otra manera más efectiva de calmar el dolor, la angustia o el miedo, es casi como un bálsamo, como si Dios, además de escucharte y darte consuelo, sin que te des cuenta, te premiara con un baño de paz que nadie más te puede dar. Con esto no quiero decir que me la pase de rodillas orando todo el día, los momentos íntimos con Dios cada persona los vive a su modo, algunos con más intensidad que otros.
Cuando alguien nos pide ser parte de una cadena de oración, yo imagino a Dios y a María Santísima viendo la escena. Viendo que sus hijos suplican por una misma causa e imagino a la Virgen, intercesora nuestra, rogándole a Dios que nos otorgue ese favor. Es como cuando los hermanos de una familia se unen para pedirle algo a los padres, algunas veces dicen “sí” y otras veces hay un “no” como respuesta, no porque sean egoístas o les guste vernos sufrir, sino porque saben qué es lo mejor para nosotros. Eso mismo pasa con Dios, Él escucha todas nuestras plegarias y en muchas ocasiones nos concede la gracia sin siquiera ser merecedores de ella, pero otras veces su respuesta es “no” y es allí donde no debemos dejarnos vencer.
Una vez alguien me dijo: «Hay que aprender a pedir», y esa sencilla frase cambió por completo mi forma de comunicarme con Dios. Entonces ya no soy exigente en mi oración, no digo: «Señor, dame esto y aquello, Tú que todo lo puedes», sino: «Señor, déjame ver el camino, enséñame qué debo hacer, habla, Señor, que tu siervo escucha, pero que se haga tu voluntad y no la mía».
Cuánto duele pronunciar esta frase algunas veces, ¿quién no quiere que se haga su propia voluntad?, ¿quién no desea ardientemente eso que le pide a Dios? Pero con frecuencia no sabemos escuchar esa voz que está presente en cada una de las decisiones que estamos a punto de tomar. Orar no es sentarse, obligado por la mamá, a rezar el Rosario; orar no es repetir sin sentido un Ave María; orar no es buscar una plegaria complicada y adornada, algunos piensan que solo unos pocos tienen el don de orar pero no es así, todos podemos orar y todos seremos escuchados. Podemos hacerlo en cualquier parte, a cualquier hora y tomarnos el tiempo que deseemos, porque no hay límites en la oración, Dios no tiene horarios ni consultorios, no tiene castigos si no lo haces, Él está siempre a la espera de que le hables, de que lo menciones, de que le cuentes qué hiciste hoy o qué planeas hacer mañana.
Te invito a pensar de qué manera estás rezando, ¿tu oración es exigente? ¿Con qué frecuencia oras? ¿Hace cuánto no dialogas con Dios? Intenta dedicar un momento del día solo a hablar con Dios, puedes pedirle algún favor o agradecerle por todo el bien que te ha hecho.
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