jueves, 7 de septiembre de 2017

Cómo salvar a una generación de la destrucción de los smartphones

Los peligros son reales y también debería serlo nuestra respuesta
Calah Alexander, aleteia
Cuando estaba en el instituto, los medios sociales estaban solo a punto de entrar de lleno en nuestras vidas. Puedo recordar entrar en los chats de mensajería de cuando iba a secundaria (después de esperar 20 minutos a que se estableciera la conexión, claro), pero para cuando estaba en el instituto la mensajería instantánea de messenger ya aumentaba en popularidad y eso de esperar a la conexión ya era cosa del pasado. Todos teníamos teléfono móvil, pero todavía no tenían acceso a Internet.
No conseguí un smartphone hasta que ya tenía dos hijos. Me cautivó la publicación de la aplicación de Facebook y durante años me zambullí de cabeza en búsqueda de las últimas apps y plataformas.
Luego sucedió algo. Tuve una especie de crisis nerviosa y me desconecté de los medios sociales por primera vez. Durante ese tiempo me di cuenta del profundo cambio que había tenido lugar: los medios sociales no enriquecían mi vida, la estaban consumiendo. Ya no me divertían ni me hacían feliz, sino que me estaban conduciendo a un comportamiento obsesivo y compulsivo que me sumergía cada vez más en un estado de depresión y ansiedad, al tiempo que robaban toda la alegría de la vida diaria y real.
La publicación de septiembre de The Atlantic incluyó un artículo que planteaba una pregunta esencial: ¿han destruido una generación los smartphones? Estaba escrito por Jean M. Twenge, una profesora de psicología en la Universidad Estatal de San Diego que ha pasado 25 años investigando diferencias generacionales. A pesar del título reflexivo, el artículo invita no tanto a la reflexión como a hacer sonar las alarmas.
“En torno a 2012, percibí cambios abruptos en los comportamientos y estados emocionales de los adolescentes. Las suaves pendientes de las líneas de los gráficos se convirtieron en pronunciadas montañas y escarpados acantilados, y muchas de las características distintivas de la generación Millenial empezaron a desaparecer. En todos mis análisis de información generacional —algunos de los cuales se remontaban a la década de 1930— nunca había visto nada igual”.
La psicóloga explica que 2012 es el año en que el porcentaje de estadounidenses propietarios de smartphones sobrepasaba el 50% y se convertía en mayoría; de hecho, también fue el año en que yo me hice con mi primer smartphone. Twenge continúa detallando los cambios drásticos en la manera en que los miembros de esta generación —a la que denomina iGen— experimentan sus años de adolescencia.

Una falsa seguridad

Físicamente están más seguros, pero eso se debe a que pasan todo su tiempo en las redes sociales, dentro de sus habitaciones. Psicológicamente, están “a punto de caer en la peor crisis mental en décadas”.
Twenge rastrea esta crisis de salud mental hasta identificar una miríada de causas potenciales —un declive en las citas, en la interacción social cara a cara y en los empleos parciales; un incremento de soledad, ansiedad, depresión y privación del sueño, todo ello culminado con un alarmante pico en el índice de suicidio adolescente—, todas conectadas al aumento parejo de los smartphones y los medios sociales.

Cómo protegerlos

Creo que, para la mayoría de nosotros, estos datos no nos sorprenden mucho. A estas alturas la sociedad empieza a ser consciente de los peligros que plantean los smartphones y los medios sociales. La pregunta que deberíamos plantearnos ahora no es “¿han destruido una generación los smartphones?”, sino “¿cómo podemos proteger a esta generación de esos peligros psicológicos?”.
Es muy fácil decir “no les deis smartphones”, y es un buen comienzo. Sin duda, ha habido un aumento en la compra de dispositivos de conectividad de baja tecnología, como teléfonos plegables o relojes de pulsera GizmoPal que permiten a los niños hacer y recibir llamadas pero no acceder a Internet ni enviar mensajes. Mis hijos están incluso redescubriendo la diversión de las cámaras Polaroid, ya que la novedad de una fotografía instantánea que puedes colgar en la pared es más atractiva que la fugacidad de Snapchat.
No es que vayan a dejar de pedir iPhones, claro que los pedirán. Pero nosotros, como padres, podemos hacer algo más que simplemente negarnos y ser constantes con la decisión. Podemos —y debemos— hablarles sobre los peligros reales de priorizar la vida virtual por encima de la realidad.

Primero yo con el ejemplo

Mis hijos saben que cuando paso mucho tiempo en Facebook, me pongo triste. Les he hablado sobre ello y ellos lo han presenciado en persona. Así que, cuando empiezo a barrer la pantalla demasiado tiempo cuando vuelven a casa de la escuela, me lo hacen saber, y yo borro la aplicación de Facebook. A veces sólo durante un día, otras veces durante unas cuantas semanas, pero es una forma de mostrarles que los peligros emocionales son reales y que deberíamos protegernos juntos contra ellos.
Hay un millar de cosas que podemos hacer, por supuesto: fomentar los momentos sociales en persona, sacarlos al exterior más a menudo, quizás incluso instalar un teléfono fijo y enseñarles las convenciones de los teléfonos antiguos y los horrores de tener la línea ocupada. Pero como no vivirán para siempre bajo nuestro techo y no podemos devolver a la lámpara al genio de los smartphones/medios sociales, deberíamos abordar la situación como otra espada de doble filo más con la que vivirán nuestros hijos: preparándolos para usarla bien.
Ser abiertos y sinceros, darles las herramientas que necesitan para navegar por este desafiante nuevo mundo de las redes sociales y ayudarles a desarrollar la fortaleza para dar un paso atrás cuando sea necesario. Así emplearemos mucho mejor nuestro tiempo, mucho mejor que lamentando luego su destrucción.



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