domingo, 15 de septiembre de 2019

No dejemos solitario al dulcísimo Jesús en el SAGRARIO (Un testimonio hermoso)



He pasado estos días recordando mi infancia en Colón, aquella ciudad costera de Panamá. Vivíamos frente a las Siervas de María. Estas religiosas tenían una hermosa capilla al lado del convento donde residían. Era pequeña, acogedora e invitaba a la oración devota. Y lo más importante, allí vivía Jesús.
Siempre me impresionó pensar que Jesús, el Hijo de nuestro Dios, era mi vecino. Me bastaba asomarme por la ventana de la sala para poder saludarlo. Era mi gran amigo, mi mejor amigo. Y lo ha seguido siendo a lo largo de los años, a pesar de mis muchos desplantes. Es un amigo extraordinario.
Mientras escribo escucho una canción Eucarística: “Alabemos al Santísimo”. Te la comparto para que puedas escucharla.
Es impresionante el amor que Jesús nos tiene.  A veces mientras escribo hago altos involuntarios para pensar en su Amor y me emociono al pensarlo. “Cuánto nos amas buen jesús, inmerecidamente”.
Si alguna vez tienes dudas, míralo en la cruz.  Es el gesto más perfecto del amor, dar la vida por sus amigos.
He querido escribirte y pedirte que no lo dejes solo en el sagrario.  Cuánto dolor me causan los sagrarios abandonados, donde nadie o muy pocas personas visitan a Jesús.
En mi país me ha tocado encontrar capillas solitarias donde Jesús ilusionado espera que alguien lo vaya a visitar.  Suelo entrar con entusiasmo para alegrarlo y le digo que le quiero. Lo acompaño un rato y le pido perdón por tantas ofensas.
“No saben Jesús que estás aquí”, le digo disculpándolos. “No imaginan las gracias que podrían recibir en tu amorosa y dulce presencia”. Luego le dirijo una mirada de amor y le digo: “Perdón Señor”.
Si supiéramos quién está en el Sagrario… entonces todo cambiaría en nuestras vidas.
No se darían abasto las capillas donde tienen los sagrarios con Jesús Sacramentado. Las multitudes irrumpirían día y noche para pasar un tiempo con el buen Jesús, en su presencia, adorandolo, rezando, clamando por su amor.
Recuerdo la vez que fui a visitarlo.  Luego de estar un rato con Él y de rezar y adorarlo, intrigado le pregunté:
“¿Qué haces todo el día aquí en el sagrario?  Yo salgo, voy y vengo a voluntad, pero Tú te quedas con una humildad impresionante, esperando que otro disponga de ti. ¿Por qué Señor?”
Me pareció que respondía:
“Porque amo Claudio. Y el amor es así, impredecible, incomprendido, generoso. Aquí en éste y todos los sagrarios del mundo, me dedico a amar”.
¡Qué bueno eres Jesús!
¿Podría pedirte un favor? Ya sabes que me encanta sorprenderlo. Cuando vayas a verlo ante el sagrario dile: “Claudio te manda saludos, Jesús”.
Claudio de Castro, Aleteia 

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