Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
Amabilidad
99.
Amar también es volverse amable, y allí toma sentido la palabra asjemonéi. (El Papa sigue comentando 1 Co 13,4-7).Quiere indicar que el amor no
obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos,
sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni rígidos. Detesta hacer
sufrir a los demás. La cortesía «es una escuela de sensibilidad y desinterés»,
que exige a la persona «cultivar su mente y sus sentidos, aprender a sentir,
hablar y, en ciertos momentos, a callar»[107]. Ser amable no es un estilo que un cristiano
puede elegir o rechazar. Como parte de las exigencias irrenunciables del amor,
«todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean»[108]. Cada día, «entrar en la vida del otro,
incluso cuando forma parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una actitud
no invasora, que renueve la confianza y el respeto [...] El amor, cuando es más
íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad de
esperar que el otro abra la puerta de su corazón»[109].
100. Para disponerse a un verdadero encuentro con el otro,
se requiere una mirada amable puesta en él. Esto no es posible cuando reina un
pesimismo que destaca defectos y errores ajenos, quizás para compensar los
propios complejos. Una mirada amable permite que no nos detengamos tanto en sus
límites, y así podamos tolerarlo y unirnos en un proyecto común, aunque seamos
diferentes. El amor amable genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de
integración, construye una trama social firme. Así se protege a sí mismo, ya
que sin sentido de pertenencia no se puede sostener una entrega por los demás,
cada uno termina buscando sólo su conveniencia y la convivencia se torna
imposible. Una persona antisocial cree que los demás existen para satisfacer
sus necesidades, y que cuando lo hacen sólo cumplen con su deber. Por lo tanto,
no hay lugar para la amabilidad del amor y su lenguaje. El que ama es capaz de
decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que
estimulan. Veamos, por ejemplo, algunas palabras que decía Jesús a las
personas: «¡Ánimo hijo!» (Mt 9,2). «¡Qué grande es tu fe!» (Mt 15,28).
«¡Levántate!» (Mc 5,41). «Vete en paz» (Lc 7,50). «No
tengáis miedo» (Mt 14,27). No son palabras que humillan, que
entristecen, que irritan, que desprecian. En la familia hay que aprender este
lenguaje amable de Jesús.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Capítulo IV: Vocación de
la Familia)
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