En el Congreso Eucarístico de Quito explicó
como el Evangelio puede sanar las heridas del presente
Entre el 8 y el 15 de septiembre, el obispo de Orihuela-Alicante José Ignacio Munilla ha a acudido como invitado al 53 Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Quito (Ecuador), primera nación en consagrarse al Sagrado Corazón en marzo de 1874.
El obispo comenzó su conferencia El Sagrado Corazón de Jesús, exigencia de fraternidad refiriéndose al sentido mismo de la evangelización, "poner en el centro la declaración de amor que Dios ha hecho a la humanidad". El anuncio central de la evangelización, -que "existimos porque somos amados por Dios"-, es a juicio del obispo "determinante para fundar adecuadamente la autoestima del ser humano", pero también para "dar respuesta a la crisis de sentido que tanto hace sufrir a la humanidad, especialmente a los más jóvenes".
Refiriéndose al tema central del Congreso, Fraternidad para sanar el mundo, el obispo profundizó en esta idea y en las razones en que se sustenta.
"¿En virtud de qué somos hermanos? A Dios le llamamos padre, en un primer nivel, porque nos ha creado y nos cuida con su providencia. Esto incluye a toda la humanidad y de hecho, todos y cada uno de los seres humanos tenemos un ángel de la guarda que cuida de nosotros, como una manifestación más del cuidado paternal de Dios", explicó.
De ello surge entre otros aspectos un "bien común" que, si existe, "es porque hay un Padre que ha creado el mundo pensando en el bien de todos sus hijos".
Sin embargo, subrayó que existe "otro nivel muy superior a la hora de hablar de la fraternidad y la paternidad de Dios, que se nos ofrece por la gracia redentora de Jesucristo". Su redención, explicó, no se limitó a perdonar los pecados, sino que nos elevó a la condición de hijos de Dios, en un sentido muy superior al sentido común creacional".
Para el obispo, se trata de una distinción determinante que permite comprender qué añade el bautismo a la identidad de los hombres creados a imagen y semejanza de Dios. De hecho, agregó, "tampoco se entendería por qué Jesús nos pidió que fuésemos por el mundo entero proclamando la buena nueva y bautizando. Si todos somos hijos de Dios, ¿por qué molestar a nadie proponiéndole el bautismo?".
De esta consideración, Munilla concluyó que los bautizados no deben conformarse con compartir su relación filial con Dios, sino que también están "llamados a descubrir una relación de fraternidad especialmente íntima" entre cristianos, considerando al Sagrado Corazón como "escuela humana del amor divino", pero también y sobre todo como "escuela divina del amor humano".
La necesidad del amor fraternal entre cristianos y al prójimo es para Munilla una necesidad imperiosa, especialmente ante las "heridas afectivas que caracterizan el tiempo presente y que están generando tantísimo sufrimiento", como pueden ser el narcisismo, la desconfianza o el pansexualismo.
¿Es posible “amarnos unos a otros como Cristo nos ha amado”, sin su gracia, por nuestras capacidades naturales? ¿Podríamos cumplir el mandamiento de “amar al prójimo como a uno mismo”, sin la gracia de Cristo? Para el obispo, se trataría de algo "imposible", pues remitiéndose a los hechos, considera que "el hombre no se quiere a sí mismo si no descubre el amor de Dios" y que toda autoestima se funda realmente "en la revelación del amor incondicional de Dios".
¿Cómo aprender a amar de forma efectiva, basándose en la gracia y contribuyendo a sanar esas heridas? El obispo respondió con seis enseñanzas surgidas del Evangelio y la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús:
1.- Purificar el corazón
“No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale del corazón” (Mt 15,11), nos dice Jesús. Pues bien, la pedagogía de Jesús consiste en cambiar el interior del hombre, para que puedan cambiar sus obras. Dicho de otro modo, el método evangélico es centrífugo, no centrípeto. Es decir, de la conversión interior del hombre que se abre al amor, brotará la progresiva transformación de sus obras.
2.- Buscar la gloria de Dios, no la vanagloria
Para superar la herida narcisista que nos impide amar, es clave purificar la vanagloria. El Señor nos enseñó en el Sermón de la Montaña: “Cuidad de no practicar vuestra justicia ante los hombres para ser vistos”. Solo así podremos diferenciar el amor verdadero de donación del amor propio.
3.- La corrección fraterna
“Si tu hermano peca, repréndelo primero a solas; si no te hace caso…” Esta doctrina evangélica ha quedado maravillosamente recogida en las obras de misericordia espirituales, en las que se conjuga la paciencia con el celo hacia nuestros hermanos: “Corregir al que yerra y dar buen consejo al que lo necesita” y, al mismo tiempo, “sufrir con paciencia los defectos del prójimo”.
“Necesitamos del Corazón de Jesús como escuela de amor. Sin el amor infinito de Dios, que funda la fraternidad evangélica, no hay esa esperanza”, subrayó Munilla durante su ponencia en Quito.
4.- Romper la dinámica del desamor; no devolver al mal con el mal
“No hagan frente al que les agravia”, nos enseña el Señor; con la finalidad de que en nuestra forma de responder al mal, no nos hagamos cómplices del mal. Tengamos claro que hay algo peor que padecer el mal: ¡hacernos malos! Alguien dijo que es preferible ser víctima que verdugo.
Pues bien, el Señor llega a formular un mandamiento que supera toda filantropía y que acaso resulte escandaloso para las personas heridas que no saben amar. Me refiero al mandamiento de “¡Amen a sus enemigos!” “¡Amad a vuestros enemigos!”. Con su habitual ironía, decía Chesterton: “Jesús dijo que amemos al prójimo y también nos dijo que amemos a nuestros enemigos… Es probable que lo dijese porque, generalmente, son los mismos”.
Pues bien, no es [posible] cumplir el mandamiento del amor a nuestros enemigos sin haber recibido la fraternidad en Cristo, sin la filiación divina que nos otorga el bautismo. Este es uno ejemplo concreto que nos permite descubrir cómo la filiación divina sobrenatural es infinitamente más elevada que la común filiación creacional de todos los hombres.
5.- No equivocarse de enemigo: La acción del maligno
Uno de los motivos por los que nos cuesta cumplir el mandamiento de perdonar a nuestros enemigos es porque no tenemos suficientemente en cuenta la existencia del demonio y de su acción maléfica en nosotros y en el prójimo. Con frecuencia nos equivocamos de enemigo: ¡nuestro único enemigo es Satanás!
Dice San Pablo en la carta a los Efesios 6, 11-12: « Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire.»
Eso que odiamos en nuestro prójimo, no es sino la acción del maligno en nuestros hermanos. Pero, repito, si nos olvidamos del demonio, perdemos la objetividad. De hecho, cuando nos acercamos a nuestros supuestos “enemigos”, la fraternidad evangélica nos lleva a descubrir que el enemigo verdugo nuestro, es también una víctima del Maligno… De forma que el Corazón de Jesús nos enseña a pasar del rencor a la compasión; y de la acusación a la intercesión.
6.- Hacerse pequeño. Sencillez y humildad de corazón
Recuerdo una expresión que me llamó la atención y de la cual hice motivo de reflexión: “Es sencillo ser feliz, lo difícil es ser sencillo”. Y, ciertamente, los corazones sencillos se abren mucho más fácilmente al amor que los corazones retorcidos y complicados. Jesús nos insiste en su Evangelio: “Si no se hacen (si no os hacéis) como niños no entrarán (no entraréis) en el Reino de los Cielos”…
¿Qué aspecto de la infancia puede ser el que el Señor quiere destacar cuando pone a los niños como ejemplo de imitación? Yo creo que está pensando en la confianza que los niños tienen en sus padres. Si fuésemos como niños en este sentido, si confiásemos plenamente en Dios Padre, ni el amor ni la santidad nos resultarían inalcanzables. Por el contrario, el que no saber hacerse pequeño, el que no sabe confiar, no puede amar al prójimo sin poner límites al amor.
J.M.C., ReL
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