Cada vez se generaliza más una concepción muy superficial del amor, de la sexualidad, del pudor y de la familia, sin meditar suficientemente sobre los efectos en las almas y sobre los demás miembros de la familia y la sociedad. Es necesario reconstruir la sociedad fortaleciendo a la familia de cara a Dios.
Pienso que si seguimos como vamos, cada
vez habrá más desorientación y problemas en el alma de las personas, en
la desunión de las familias, derivando en problemas sociales graves. Sin
embargo, tengo mucha esperanza y fe en Dios y sé que Su Amor triunfará
produciéndose una gran transformación y en eso nuestra querida Iglesia,
tiene mucho que aportar.
El tema de la Familia es crucial para el futuro de la sociedad. En el Congreso Mundial de Familias que se reunirá en Filadelfia y la segunda parte del Sínodo de Obispos del 2015 en torno al tema de la familia son oportunidades para que la Iglesia clarifique la importancia de la familia para amar a Dios, desarrollarnos como personas, fortalecernos como sociedad.f)
La misión primordial de la Iglesia y
de la familia de cara a Dios es la de apoyarnos unos a otros en nuestra vida
terrena con la guía del evangelio como medio para nuestro tránsito al cielo.
La Iglesia debe iluminar las conciencias respecto a lo bueno y lo malo de acuerdo a la ley natural y a nuestra fe, ayudar a discernir entre el bien y el mal para que las personas podamos liberarnos de la esclavitud del pecado y podamos vivir la libertad y felicidad de los hijos de Dios. Sobre muchos temas relacionados a la familia hay mucha desorientación y nuestra tarea es llevar luces guiados por las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. La misión es universal, no está circunscrita a nuestra fe, porque Dios Padre dispuso que todo sea sometido a los pies de Jesucristo, mediante la acción de su Espíritu Santo en el mundo y en su Iglesia, el cuerpo místico del Señor. Todo debe realizarse por amor y respetando la libertad.
Pienso que el problema de la familia está
fundamentado en no comprender por qué y para qué de nuestra existencia de cara
a Dios y a la vida Eterna y la relativización de los valores fundamentales de
nuestra fe, viendo como corrientes y naturales pecados que atentan contra la
dignidad humana, la familia y la sociedad. Lo que podemos apreciar a nuestro
alrededor es que la concupiscencia, la fornicación, el adulterio,
el egoísmo, la soberbia, las rencillas, los resentimientos y demás
pecados son las causas más frecuentes para el deterioro de nuestras almas y la
división de las familias. Muchos de estos pecados a veces no los reconocemos
porque se disfrazan de amor y cada vez los medios de comunicación, e incluso a
veces las instituciones educativas, los muestran como más cotidianos y
corrientes, confundiendo en la formación a las nuevas generaciones. Incluso a
veces en la misma Iglesia, ayer me decía una joven que se había acercado a la
iglesia para pedirle al sacerdote que orara por ella y su esposo, que estaban
con riesgos de divorcio, y el padre le respondió que ella estaba joven
que podía rehacer su vida.
Creo que es urgente de parte de la Iglesia
un pronunciamiento más claro y contundente de la unidad indisoluble del vínculo
de los esposos y de los pecados que atentan contra la familia, para bien de las
almas y el futuro de la sociedad. Así como para una madre o un padre su hijo no
deja de ser su hijo nunca, aunque su comportamiento no sea el mejor, de igual
manera los esposos tienen lazos invisibles tan fuertes, que la influencia mutua
es muy grande y siempre se van a afectar por el comportamiento del otro al
igual que los hijos. La solidaridad empieza en la familia o si no es muy
difícil llevarla a la sociedad. Todo lo que dice el evangelio es para vivirlo
primero en el corazón, después en la familia y luego en la sociedad.
No es para que nos juzguemos unos a otros
sino para que podamos purificar nuestras conciencias, salvar nuestras almas y
la célula primordial de la familia. Pienso que profundizar en Mateo 5,17
y siguientes, en el que Nuestro Señor nos invita a cumplir la ley en todo
detalle de nuestra vida y se refiere explícitamente al enojo, al adulterio, al
divorcio, al juramento en vano, a la venganza, y nos invita a las buenas obras
y a la oración. Todo un manual de conducta para aplicar en el corazón, en
la familia y en la sociedad.
"El que no cumpla el más pequeño de
estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el
menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será
considerado grande en el Reino de los Cielos. . . Ustedes han oído que se dijo:
"No cometerás adulterio, pero yo les digo: El que mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón". Mt 5, 19. 27-28.
Jesús, que nos conoce, sabe que el enamorarse de alguien fuera del matrimonio se puede evitar si se corta de raíz, de entrada, si nuestra voluntad dice un no radical por amor fiel a la pareja. Es necesario que comprendamos que la infidelidad al esposo o esposa, lo son a Dios, y que la pureza del vínculo matrimonial hay que trabajarla desde la mente y el corazón.
El enamoramiento infiel fue
explicitado por Nuestro Señor como el origen del adulterio y hoy nuestra
sociedad lo tiene endiosado.
Más pedagogía sobre el Verdadero
Amor
La encíclica "Dios es Amor", del
Excelentísimo papa emérito Benedicto XVI, nos enseña mucho sobre el Amor
y nos recuerda un mensaje central de las Sagradas Escrituras referentes a que
el Amor es la propia esencia de Dios.
Lo grave en los tiempos actuales es que se
le llama amor a acciones contrarias al Amor de Dios porque son fruto de pecados.
El enemigo de Dios se disfraza de amor y ahí está el mayor peligro. Hoy que
celebramos el nacimiento de Juan el Bautista, recordemos que murió por
denunciar un adulterio, pienso que en los tiempos actuales le volverían a
cortar la cabeza al hacerlo, porque nos hemos connaturalizado con esa situación
y si lo denunciamos quedamos como que estuviéramos juzgando a los demás, y
aunque debemos cuidarnos de no juzgar a los demás, no podemos dejar de
denunciar el pecado porque es un mal que acaba con nuestro corazón, con
nuestras familias y con nuestra sociedad.
También a veces en nuestra
conversación diaria usamos la palabra amor, sin la connotación tan trascendente
que tiene y eso puede confundirnos. Es necesario aclarar que si alguien
comete adulterio a esa relación no le puede llamar amor. Si personas
casadas se permiten el enamoramiento y la relación carnal con otras personas
cometen fornicación, adulterio, juraron en vano, luego están poniendo en grave
peligro sus almas.
"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". La Palabra es
importante. Los términos relacionados con Dios necesitamos protegerlos en su
legítimo significado para claridad de nuestras mentes y conciencias. Por
ejemplo como Iglesia podemos estimular a los fieles a sólo utilizar
la palabra amor, cuando sea coherente el término con las enseñanzas de Dios. A
la palabra Amor, si la utilizamos para decir que es la naturaleza de
Dios, debemos cuidarla en nuestro léxico y sólo debemos utilizada para reflejar
comportamientos coherentes con sus mandamientos, con sus bienaventuranzas, con
sus consejos evangélicos.
Algunas veces usamos la palabra amor a la ligera, sin darle la
importancia que merece al término amor, todos lo hacemos. No podemos
decir por ejemplo: "Es que muchas veces el amor fracasa en las parejas de
casados…" Creo que se debería cambiar esa frase. Lo que fracasa no es el
amor. Lo que fracasa es el desamor o la falta de amor. El desamor está
alimentado por el egoísmo que se da al no tener a Dios presente en nuestras vidas
y en medio de nuestras relaciones… El amor no fracasa nunca. Dios que es
Amor, todo lo puede. "Pon amor y cosecharás amor", decía San Juan De
la Cruz. "El amor es comprensivo, el amor es servicial, el amor no se
engríe, ni se irrita, todo lo comprende, todo lo cree, todo lo perdona, no
acaba nunca".
Los problemas en nuestro interior, las
malas relaciones interpersonales, los resentimientos, la discordia, la
sexualidad y la afectividad desordenadas, son la causa de la mayoría de los
problemas matrimoniales, y su causa más profunda es el pecado. Hemos
perdido la connotación de lo Sagrado del vínculo matrimonial y de la familia y
las personas, incluso creyentes, les parece correcto meterse con personas
casadas, amparados por "supuesto amor", poniendo en riesgo el alma de
ellos y perjudicando en justicia al cónyuge, los hijos y a la
sociedad. Se justifican fácilmente con frases como "pero si se
aman", "tienen derecho a ser felices". Pero si al hacer algo se
pone en peligro el alma de la persona, no se está realmente amando a esa
persona, sino que la relación con esa persona tiene su base en el egoísmo ya
que se trata de construir la felicidad con otra persona sin tener en cuenta el
pecado y sin tener en cuenta el dolor que está causando a la legitima esposa(o)
y a los hijos.
El amor es un sentimiento pero es
mucho más que eso. Es una decisión de la voluntad. Es una acción que siempre es
factible de aplicar, incluso hacia nuestros enemigos, si nos abrimos al amor de
Dios en nuestros corazones. Luego no es justificación para romper una relación:
"pero ya no se aman", como si fuera una realidad fuera de nuestra
responsabilidad y posibilidad. Si el corazón se ha alimentado de rencores,
rencillas, malos tratos, resentimientos, egoísmos, puede dificultarnos la
capacidad de amar, pero precisamente esa es la tarea de la vida aprender cada
día a amar más y la Iglesia debía concentrarse en esa tarea por medio del
Espíritu Santo.
Muy hermoso como el Papa Francisco se
expresa y sensibiliza frente a cómo viven la pareja y los hijos las realidades
y dificultades matrimoniales como "una sola carne", de acuerdo a lo
expresado por Nuestro Señor. En lo que no estoy de acuerdo, es en lo que muchos
dicen: "la separación termina siendo inevitable". No, en muchos casos
sí es evitable, nuestra Iglesia tiene que seguir diciendo con valentía que si
hay problemas en las relaciones matrimoniales necesitamos acercarnos más a Dios
para acrecentar nuestra capacidad de amar y llevar nuestro matrimonio a Dios y
a su Iglesia para curar las heridas. Esos problemas que se expresan en nuestro
trato cotidiano muestran que estamos honrando a Dios con los labios pero no con
el corazón; que necesitamos curar heridas, que necesitamos el perdón de Dios y
el perdón entre los miembros de la familia y para eso tiene que estar la
Iglesia, para que con las herramientas que nos regaló Nuestro Señor, sus
Sacramentos, Su Palabra, la oración, el consejo de personas que se dejen guiar
por el Espíritu Santo, ayudemos a descubrir cuáles son los pasos a seguir para
reparar ese matrimonio y ayudarlo a seguir en los caminos del Señor.
Fortalecer el vínculo
Pienso que podemos elaborar en la
Iglesia un documento muy pedagógico en el que se explique el matrimonio, las
implicaciones del compromiso matrimonial, los pecados que atentan contra éste y
recordar que su meta final es la santificación de las almas y alcanzar el cielo
todos los miembros de la familia. Incluso antes de hacer los votos
matrimoniales, firmar que se ha comprendido y aceptado, no para que sean
sancionados por leyes humanas, si no los cumplen, eso es independiente,
sino como camino para la verdadera felicidad, la comunión con Dios. Todos los
esfuerzos valen la pena si se hacen por amor a Dios.
Esto acompañado con un llamado a vivir la sexualidad solo en el ámbito
matrimonial, abiertos a la vida, con paternidad responsable, que tiene que ver
precisamente con la garantía de unión de los esposos para apoyarse mutuamente
en el desarrollo de todos sus miembros.
Una familia unida en el amor, viviendo
conforme a las enseñanzas de Jesucristo, sale adelante y los hijos son un
aliciente, un estímulo adicional para con amor lograr una vida plena. No
es solo que las parejas se mantengan unidas en matrimonio, sino que lo hagan
desde el amor, el sacrificio, el compromiso, la decisión para amar a Dios a
través de su vínculo y a través del amor que ofrecen a sus hijos con un hogar
luminoso, alegre y unido.
Nulidad Matrimonial
Considero que el tema de las
nulidades matrimoniales necesitan un ajuste importante a futuro, pero no para
flexibilizarlas más, sino todo lo contrario, para dejarlas para casos
verdaderamente extremos de engaños que no se pudieron evitar previamente,
procurando al máximo evitarlos de antemano. Es una puerta peligrosa que se está
convirtiendo en puerta ancha para evadir las responsabilidades de los
contrayentes entre sí, frente a sus hijos, frente a la sociedad y frente
a Dios, convirtiéndose muchas veces en un divorcio disfrazado. Vemos todos los
días unas nulidades incomprensibles de parejas de muchos años, con muchos hijos
y responsabilidades comunes, dejadas de lado por una nueva relación y a veces
incluso causadas por esa relación.
No estoy de acuerdo que la falta de fe inicial sea causal válida para una
nulidad, porque la familia es de ley natural y si la persona no tiene fe en
Dios, de todas maneras tiene que ser fiel a su palabra. Nuestro Señor nos dice:
Cuando digas "sí" es "sí", cuando digas "no" es
"no". Tenemos que ser fieles a nuestra palabra, hablar y actuar con
la verdad y la integridad, ser fieles a nuestros compromisos, a nuestros
convenios con los demás.
Es necesario verificar por anticipado las condiciones de los contrayentes y de
sus intenciones al contraer matrimonio, refrendando ese matrimonio como una
unidad indisoluble, permanente, única, que sólo termina con la muerte de alguno
de los esposos.
"Lo que Dios ha unido, no lo
separe el hombre".
Creo que como Iglesia tenemos que
fortalecer el vínculo matrimonial explicando con mayor detalle lo que
implica, los deberes y derechos, los posibles pecados que atentan contra la
familia y los compromisos y responsabilidades que se asumen frente a Dios y la
sociedad. Si la entrega no se hace "quemando las naves" de entrada, cualquier
razón se termina colocando como fuente de división para la familia.
Con mucho respeto intuyo que muchas de las demoras de los procesos de nulidad
no se deben solo a los procedimientos, sino a la contradicción que terminan
siendo para las conciencias de los sacerdotes que intervienen, quienes dudan si
es lo más conveniente para ser coherentes con lo pedido por Nuestro Señor.
Incluir ahora el tema de la certeza de la fe en el momento de hacer el voto
matrimonial me parece muy peligroso porque introduce un elemento más,
incuantificable y subjetivo, y que da a entender que sólo dentro de la fe
es válido defender el matrimonio, cuando es algo de ley natural que Dios
dispuso desde la misma creación del ser humano.
Pienso que en vez de flexibilizar más el
tema de las nulidades matrimoniales, hay que trabajar más el tema de las
familias con posibilidades de reparación, perdón y reiniciar nuevos caminos
juntos. Ofrecer mucho más apoyo a las parejas para que puliendo su relación con
la luz del Evangelio, puedan salir adelante. Les hemos pasado esa
responsabilidad a psicólogos que con mente pagana ven como causal de divorcio
cualquier incompatibilidad de caracteres o falta de enamoramiento, cuando
tenemos nosotros la riqueza del Evangelio como medio para curar esas incompatibilidades
o desamores y armonizarlas y fortalecerlas en el amor a Dios.
Hacia el futuro me parece que la Iglesia
debía hacer más prevención de temas de nulidad y no exponer a familias a que
sus compromisos se declaren nulos por errores de consentimiento. Verificar ese
consentimiento con mayor pedagogía y proteger a la familia durante toda su
vida.
El tema de la comunión para matrimonios
divorciados y vueltos a casar me parece absurdo porque estaríamos quitándole la
connotación de pecado al adulterio y le estaríamos negando el valor del
Sacramento como presencia real de Jesucristo que requiere que nos vistamos de
la gracia para recibirlo. El Señor nos dice: "por sus frutos los
conoceréis". Los frutos naturales de la conversión son el arrepentimiento,
la solicitud de perdón, la reparación, la reconciliación siempre que sea
posible, o sino suspender la relación adúltera y ofrecer sacrificios y
oraciones por su legítimo esposo o esposa.
Sé que todos estos temas son difíciles por
la situación que vivimos actualmente en que todo se ha vuelto como si fuera
natural pero Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre y si San Juan el
Bautista estuviera en nuestros tiempos, le diría de nuevo a Herodes: "No
te es lícito tener por mujer la esposa de tu hermano", eso sí, correría el
mismo riesgo que asumió entonces.
Toda esta situación a todos nos duele.
Todos tenemos casos cercanos, queridos, amados, nosotros mismos, que vivimos
situaciones de pecado reflejadas en la vida matrimonial. Uno se encariña con
los legítimos y con los que no son, no es nada fácil este tema y de ahí el gran
reto que tenemos, hacerlo con mucho amor, mucha pedagogía pero llevando a las
personas a Dios, quitándonos unos a otros la venda que nos pone el pecado: con
la obediencia a Él es que podremos liberarnos. Cuando sabemos que una
bacteria o virus es letal, tomamos todas las precauciones, el pecado es
más peligroso y dañino. El pecado es la enfermedad más mortal que existe y si
no nos llenamos de valentía para denunciarlo, todos moriremos lejos de Dios.
Educación Familiar
La educación para la vida de pareja y de
familia debe empezar desde niños y necesita estar acompañada de educación en la
fe, la afectividad, la voluntad, el entendimiento. Hoy más que nunca la
tarea es difícil por no querer herir susceptibilidades de familias con
problemas en su interior, viviendo en situaciones que no son las más
recomendables. Sin embargo, opino que la Iglesia tiene el deber de presentar
con claridad los pecados que atentan contra la familia, como bien explicados están
en el Catecismo y motivar a perdonar a los progenitores por sus dificultades,
pero alentar a construir hacia adelante un mundo diferente basado en la
"Civilización del Amor".
Según mi experiencia como orientadora
familiar y viendo lo que sucede a mi alrededor, creo que falta tener
más educación en el Amor, desde la perspectiva de Dios y respecto a los
pecados que atentan contra la familia como la fornicación y el adulterio.
Existe mucha desorientación, muy especialmente en temas relacionados a la integridad
personal, a la familia, al manejo de la sexualidad y de los afectos. Los
creyentes no estamos confiando en el poder del Espíritu Santo para sanarnos a
nivel personal y familiar, el poder de la Palabra de Dios, de los sacramentos
para curar las heridas en el alma y potencializar positivamente las relaciones.
Necesitamos continuar predicando y
defendiendo la sexualidad enmarcada dentro del matrimonio para que la familia
se fortalezca y crezca la capacidad de amar de sus miembros, con mucha valentía
y de manera explícita y clara. Los medios de comunicación nos están llenando
las mentes de mucha basura, sin embargo, nos falta más contundencia para
denunciarlo, para no consumir lo que producen si hace daño a nuestras almas y a
nuestras familias. Tenemos que unirnos y producir cosas que eleven el alma, que
llenen nuestros pensamientos "de lo que sea puro, verdadero, digno de
loa", como decía San Pablo. Muchos de los medios, películas, videos,
música, industria de la contracepción y anticoncepción, están en
contravía, pero Dios es más poderoso y la búsqueda del bien y de la felicidad
humana nuestros mayores aliados.
Opino que debemos rescatar la pureza de la
doctrina de Jesucristo que está muy bien planteada en nuestro Catecismo pero
que en la vida práctica católica no siempre se expresa de manera apropiada, por
lo que es necesario reforzar primero el convencimiento que Cristo es el camino,
la verdad y la vida, y luego ser más obedientes a su Palabra, con una pedagogía
basada en el amor y el respeto, pero atreviéndonos a llamar a las cosas que
atentan contra la persona y la familia por su nombre, para poderlas enfrentar
y vencer, unidos al Espíritu Santo.
Nuestra misión es repetir y repetir que
"con Dios todo lo podemos", que si no se entiende la posición de la
Iglesia, se acerquen más a Dios y verán qué es lo que más conviene a sus almas,
a sus familias y a la sociedad. Cuando Jesús les explicó a sus discípulos sobre
el matrimonio y el no al divorcio, ellos quedaron preocupados y les parecía
algo muy difícil de seguir, a lo que Él les dijo: "Para Dios todo es
posible".
Todos estamos en capacidad de
entender que fortalecer la familia nos ayuda a todos a ser más felices. Todos
provenimos de familias. No son inventos de la Iglesia. Es Dios mismo quien nos
busca y nos llama para que fortalezcamos el corazón permitiendo que inscribamos
sus leyes en él y las hagamos vida en nuestra familia y comunidad. La Verdad y
el Amor son más fuertes porque vienen de Dios y prevalecen.
La gran mayoría de las familias se destruyen por nuestro egoísmo, por nuestra
concupiscencia, porque no sabemos construir lazos de amor, respeto y justicia
entre las personas. No es cambiando de parejas que vamos a mejorar en estos
aspectos, sino abriéndole el corazón a Dios para que nos transforme y nos ayude
a reparar la propia alma y ayudemos al cónyuge y a los hijos también a llegar a
Dios, mediante nuestra aceptación, amor, nuestra oración.
Espero que los resultados del Segundo
Sínodo nos lleven a mayor claridad sobre todos los aspectos que afectan a la
familia. El primero nos dejó más confundidos. Todos los problemas del mundo
están relacionados con las vivencias familiares. Tenemos que apuntar con mayor
énfasis no sólo al matrimonio católico sino a la constitución de todas las
familias, no mediante la obligación sino con el despertar de las conciencias.
Nuestro Señor vino a invitarnos a todos al
cielo y a llevarnos con Él y para eso se hizo camino con obediencia, fidelidad
total al Padre, enseñándonos a cumplir la ley en toda su plenitud.
He visto muchas parejas que se casaron muy
enamoradas y comprometidas pero sin comprender que el amor implica sacrificio,
aceptación, búsqueda de la felicidad del cónyuge y de los hijos, y fácilmente
caen en una relación adúltera que los hace sentir enamorados nuevamente y
empiezan como si no tuvieran ese vínculo irrompible de "una sola
carne", dejando mucho dolor en la pareja y en los hijos quienes además de
las dificultades naturales de la vida, les toca vivir la ausencia de uno de
los padres, las relaciones con padres sustitutos llenas de riesgos
afectivos, la soledad afectiva o las tensiones por las relaciones rotas entre
los cónyuges y muchos otros problemas.
Sin juzgar, con mucho amor, tenemos que
hacer caer en la cuenta de que el pecado tiene poder corrosivo sobre todos los
implicados, que adormece sus conciencias con el supuesto "amor" que
sienten. Lo más triste es que se ven a cada rato situaciones como éstas,
consiguiendo nulidades matrimoniales, con base en la desfiguración de la pareja
y de los motivos que los llevó a unir sus vidas, o por inmadurez, lo que
termina siendo un divorcio disfrazado, con el agravante que deja las
conciencias tranquilas frente a los pecados que llevaron a esta situación.
Tememos de pronto que se alejen más de la
Iglesia porque se sienten señalados, pero eso no puede impedirnos que llamemos
a las cosas por su nombre, para claridad de las conciencias, con delicadeza,
con amor, con caridad pero también con valentía y verdad.
Pienso que la Iglesia debe
predicar para el mundo entero, no solo para sus fieles la necesidad de
fidelidad al compromiso matrimonial, buscando llevar a las parejas de hecho al
sacramento. Que el respeto por la familia sea total, esté el matrimonio ya
confirmado ante el altar o no.
El matrimonio es de ley natural. Debemos llegar al punto en que las relaciones
conyugales se vuelvan a realizar como fruto del compromiso matrimonial y como
sello de la alianza de los esposos. Para mi generación eso fue posible para
muchas mujeres y para algunos pocos hombres, pero nuestra meta es
regresar al principio según el plan creador de Dios. "Para Dios nada es
imposible". Él todo lo hace nuevo.
Nuestro Catecismo es muy claro, referente a todos estos temas. Tenemos que
llevarlo al público para que se conozca y se comprenda porque todo pecado nos
esclaviza y liberarnos de ellos siempre nos conduce al gozo, la alegría, la
paz, la unión con Dios.
No nos cansemos de promover
el amor, la decencia, la justicia, la solidaridad que vino a traernos
Jesucristo para que construyamos un mundo en el que con Él como Rey,
conquistaremos la felicidad eterna.
Llamémosle al mal por su nombre bajo la luz del Evangelio, cuidándonos
que las costumbres tengan siempre un referente claro, en donde evaluarse para
poder tender siempre hacia nuestro mejoramiento como personas en camino hacia
Dios.
Muchas gracias por leer mis
consideraciones, espero sean de algo útil al enorme desafío que tenemos como
Cuerpo Místico de Cristo, para acercar más nuestras almas a Él.
Dios bendiga e ilumine a nuestro Santo Padre Francisco, nuestra inmensa
gratitud por todo lo que nos enseña y por su vida entregada al servicio del
amor de Dios y de nosotros sus ovejas, siempre en oración junto a mi familia
encomendándolo y respetándolo mucho, Que la Virgen Santísima nos siga
conduciendo a su Hijo para que "Hagamos todo lo que Él nos diga".
Que Jesús, María y San José, la Sagrada
Familia de Nazaret, nos guíen para que trabajemos por construir familias
según el plan de Dios, unidas en el amor, la verdad, la justicia y la
paz que sean células sanas y dinámicas fermento de la Civilización
del Amor.
Por: Judith Araújo de Paniza | Fuente: Catholic.net
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