- Admita que usted es un enfermo terminal: le queda poco tiempo, aunque sea joven. Acepte su inutilidad y su fragilidad.
- Como enfermo, como pecador, pida ayuda a Dios cada día. “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos”.
- La raíz de su enfermedad es la soberbia y sus hijas: vanidad, orgullo, egolatría.
- Acepte, además, que está usted ciego a causa de la avaricia. Clame a Dios con todas sus fuerzas y todo su corazón.
- Dios le curará poco a poco: a base de humillaciones dolorosas cada vez mayores.
- Acepte como pueda el tratamiento. Sea paciente -puede durar años. Quéjese y llore todo lo que quiera.
- No busque refugio en “la espiritualidad”: es solo una gramática. Peor: es ideología y disfraz de la soberbia.
- Busque refugio y consuelo solo en Dios. Imagínese apoyando la cabeza en Su pecho, mimado por la Virgen María.
- Abandone toda preocupación por el futuro. Convénzase de que puede morir, y morirá, en cualquier momento. Vaya a Misa; aunque no entienda nada, el demonio tiembla.
- Solo cuando sienta la necesidad de ocultarse, de sufrir por Dios y por sus hermanos en silencio, y anhele desaparecer del todo, será feliz según se puede ser en esta vida, porque ya no tendrá miedo a la muerte.
Todos estos puntos se resumen en uno: hágase pequeño, no crezca nunca en nada, conviértase en un niño.
Huya de los “maestros espirituales” y los “gurús”, sean católicos o no. Sospeche de todo aquel que desea protagonismo y lo justifica. Recuerde: Jesús vivió oculto treinta años. “No llaméis padre a nadie; solo tenéis un Padre, que está en los Cielos”.
Paz y Bien.
Francisco Segarra, ReL
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