Quién no se ha distraído en la oración por ruidos, visiones, olores y otras sensaciones... ¿Y si en lugar de intentar combatirlos, los transformarmos? Aquí tienes cuatro ejercicios de San Ignacio de Loyola para aprender a orar con los cinco sentidos y saborear el amor de Dios
¿Quién no ha experimentado ese profundo deseo de concentración para conectar con uno mismo y finalmente se ha visto abrumado por una ola de distracciones?
Son banales pero insistentes, provenientes del cuerpo, la imaginación, los ruidos externos, los olores o incluso las conversaciones de los demás…
¿La consecuencia? Desanimado, comienza a tratar inconscientemente a sus cinco sentidos (vista, tacto, oído, olfato y gusto) como enemigos de la oración. Como si fueran aptos para el contacto con el mundo cotidiano pero impidieran el contacto con Dios.
La tentación es entonces luchar contra ellos para liberarse de ellos. Evidentemente, el resultado es peor: luchar contra la naturaleza no es ni positivo ni productivo.
Para san Ignacio de Loyola, la oración es un encuentro del hombre íntegro con Dios. Todo lo que tiene valor en la naturaleza humana es muy precioso cuando se ora.
Los cinco sentidos pertenecen enteramente a la naturaleza del hombre, y la naturaleza es el camino y el lugar del encuentro con Dios.
Para Dios, insiste san Ignacio, es importante el hombre íntegro. Después de todo, Dios no nos creó como ángeles, sino como seres humanos: tanto corporales como espirituales. Esta es la razón precisa para no alejarse de los cinco sentidos durante la oración.
Al contrario, es fundamental dejar que el Espíritu Santo los transforme y purifique a través de la Palabra de Dios.
Contemplar las escenas del Evangelio con todo el ser
Cuando te tomas el tiempo para sentir las cosas, como contemplar un hermoso paisaje durante mucho tiempo o hacer que la música resuene dentro de ti después de un concierto, las experiencias adquieren otra dimensión. Así lo afirma el padre jesuita François Marty, autor de Sentir y gustar (Cerf):
“En el Evangelio, vemos a Jesús participando en comidas y fiestas como en Caná, admirando los lirios del campo. Jesús llora por su amigo Lázaro, en otro momento exulta de alegría, finalmente, se deja tocar por los enfermos que encuentra.
Cuando tomo una escena del Evangelio, con mis sentidos, puedo ver la escena, escuchar a los personajes, sentir sus emociones, tocar al leproso con Cristo, sentir el viento de la tempestad con los discípulos…
Contemplar una escena de esta forma me permite adentrarme con todo mi ser y no solo con la cabeza, con mi inteligencia, como en un trabajo de clase donde tienes que diseccionar un texto para hacer un comentario sobre él”.
Pero, ¿cómo hacerlo en la práctica? He aquí cuatro ejercicios de san Ignacio de Loyola para aplicar los cinco sentidos en su oración.
1MIRAR
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“El primer punto es ver las personas con la vista de la imaginación, meditando y contemplando en particular sus circunstancias; y sacar algún provecho de lo que vemos»
Este ejercicio pasa por la mirada: se trata de “conectar” tu mirada imaginaria. Así que cierra los ojos y con esa mirada interior observa a los personajes que participan en una determinada escena evangélica. Comienza con una imagen general, luego “concreta” poco a poco los eventos, los lugares, los personajes. Después, también con tu mirada imaginaria, sigue viendo los detalles. Son precisamente estos detalles los que te permitirán entrar en un conocimiento interior de Jesús, María, José u otros personajes del Evangelio.
2ESCUCHAR
“El segundo: oír con el oído lo que hablan o pueden hablar, y
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reflexionando en mi interior sacar algún provecho de ello».
Ahora estás invitado a sintonizar. «Escuchar» es mucho más difícil que oír. En lugar de escuchar las palabras del Evangelio, déjate llevar por la imaginación escuchando las palabras de los personajes contemplados. Entonces serán tus palabras las que hablarán. Ellos adaptarán su lenguaje y el pasaje bíblico en cuestión se convertirá en su espejo. La distancia que te separa de estos personajes disminuirá naturalmente. Además, al verlos y escucharlos, la imagen que tienes de ti mismo cambiará.
3OLER Y GUSTAR
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«El tercero: oler y gustar con el olfato y con el gusto la infinita suavidad y dulzura de la divinidad, del alma y de sus virtudes y de todo, según fuere la persona que se contempla, reflexionando en sí mismo; y sacar provecho de ello».
Este ejercicio es un poco más difícil. En la contemplación, el uso del olfato y del gusto puede parecer realmente sorprendente.
Pero para san Ignacio de Loyola, la percepción de los dones de Dios se vuelve más intensa, más rica y más completa gracias en particular al gusto y al olfato.
Además, cuando vamos en busca de perfumes en la Biblia, encontramos entonces perfumes volátiles, esencias o inciensos, o incluso perfumes fijados en la materia, en aceite, los que están destinados a unciones y cuidados corporales.
Nos maravillamos de que la tierra ofrezca así sus bienes: el aroma de las flores y el de los frutos, la savia de los árboles y de las diversas hierbas, también de las aceitunas de las que se exprimirá el aceite.
El Creador dio diferentes sabores a diferentes cosas, pero la bondad, el amor, las virtudes también tienen su sabor y su fragancia.
En este ejercicio, el santo jesuita quiere que saborees el gusto de la dulzura, la ternura, la bondad y así conducirte a la bondad, la ternura y el amor de Jesús.
El ser perfumado por excelencia es Cristo. Tan pronto como uno se interesa de cerca en la vida de Cristo, ve que está enmarcada por perfumes.
En su nacimiento, está la mirra ofrecida por uno de los Reyes Magos. Y después de su muerte, las especias aromáticas que las mujeres llevan al sepulcro.
4TOCAR
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“El cuarto: tocar con el tacto, por ejemplo abrazar y besar los lugares donde esas personas pisan y están colocadas, procurando siempre sacar provecho de ello».
En este ejercicio san Ignacio nos invita a un compromiso que es un signo exterior de fe. Por ejemplo, puedes besar el icono que está justo frente a ti, en el lugar de tu oración.
Este simple gesto eliminará la distancia histórica que nos separa de los acontecimientos evangélicos y nos permitirá descender a nuestro corazón.
Gustar plenamente el amor de Jesús
Orar con los cinco sentidos puede parecer difícil al principio, pero con la práctica, esta oración contemplativa te permite saborear plenamente el amor de Jesús y alcanzar un gozo profundo, como lo describen los grandes místicos.
Cuando leemos en la Biblia «El Señor es mi pastor» o «Tú eres mi roca» o «Eres precioso a mis ojos y te amo» podemos entonces dejar que surjan en nosotros todas las imágenes y sensaciones, tomar tiempo para saborear y saborearlos.
Como confiesa el Padre Marty, te permite ver lo que te conviene, lo que te da vida, lo que te da alegría y paz. Así podemos sentir hacia dónde nos está llamando el Señor hoy.
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