Desde los tiempos del Antiguo Testamento, una tradición de vital importancia en la Iglesia doméstica ha sido la bendición de los padres a los hijos. Con el paso del tiempo, esta costumbre se ha ido perdiendo, olvidando que al hacerlo se les está encomendando a Dios.
Como explica Desdelafe, la Iglesia enseña que cada familia es la forma más sencilla y original de la Iglesia universal. En los hogares, los padres representan a Jesús no sólo para gobernar su hogar con amor, sino para enseñar a sus hijos el Evangelio y para santificarlos con la oración familiar y con los sacramentos de la Iglesia.
Por ello, de la misma manera en que los ordenados participan del sacerdocio de Cristo con el ejercicio de su ministerio, los padres deben ejercer su “sacerdocio laical” cuando se casan, ya que son ellos los ministros de su sacramento.
¿Y cómo ejercer este sacerdocio? Cuando los padres rezan juntos y cuando rezan con sus hijos, y también cuando les bendicen. Por ello es importante que los hijos pidan la bendición a sus padres aprovechando cualquier ocasión, y que los padres busquen recuperar esta tradición por la que encomiendan a sus hijos a Dios.
Una costumbre que viene del Antiguo Testamento
Por extraño que parezca en la actualidad, la bendición es una costumbre que viene del mismo Antiguo Testamento, y que miles de cristianos buscaron imitar al contemplar las bendiciones de Cristo.
Las madres que escuchaban a Jesús y veían sus obras, también vieron que era un hombre de Dios y quisieron que bendijera a sus hijos, y lo hacía imponiendo sus manos sobre ellos.
¿Por qué aquellas madres querían la bendición de Jesús? Porque los padres siempre buscan lo mejor para sus hijos, y sabían que Jesús actuaba en el nombre de Dios. Sólo Dios puede bendecir válidamente.
Bendecir significa “decir algo bueno”, y cuando Dios dice algo bueno se cumple porque la Palabra de Dios es poderosa y creadora. Cuando Dios crea el mundo lo hace con su palabra: “hágase”, y todo sucedía como Dios decía. Solamente a Dios le pedimos que nos bendiga y sólo sus bendiciones se cumplen.
El mismo Jesús nos pidió que bendijéramos, incluso a nuestros enemigos y perseguidores. Por ello, los seguidores de Jesús tenemos que bendecir, y siempre hacerlo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. De este modo, estaremos actuando en nombre de Dios.
Cuando los padres bendicen a sus hijos, realmente es Dios quien está bendiciendo, del mismo modo que cuando bendecimos los sacerdotes, es Dios quien bendice.
El signo de la cruz, la gloria de los cristianos
Desde el tiempo de los apóstoles, cuando se da el Bautismo, se marca la frente de los que lo reciben con la señal de la cruz. El signo de la cruz es la gloria de los cristianos. Es una costumbre trasmitida por tradición desde siempre.
Cuando bendecimos, trazamos la señal de la cruz sobre aquellos a los que bendecimos. Pero también la trazamos sobre nosotros mismos cuando pedimos que Dios esté presente en nuestra vida. Todo lo que iniciamos lo hacemos bajo esa señal de la cruz y con la invocación de la Santísima Trinidad.
La misma Misa, el acto central de la fe cristiana, comienza con esa señal de la cruz y termina con la bendición con la señal de la cruz de parte del sacerdote. El Papa bendice con una cruz llamada férula y los sacerdotes que damos la bendición papal o apostólica, en contadísimas ocasiones, también usamos un crucifijo para hacerlo.
¿Cómo hacerlo?
Una manera sencilla de impartir la bendición es marcar la señal de la cruz en la frente de tu hijo. Mientras, se puede rezar alguna bendición concreta desde la más común (Que Dios te bendiga en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo) hasta la propuesta por el bendicional de la liturgia Papal.
Pero también hay formas más elaboradas.
Este bendicional detalla que "como atestigua el Evangelio, la gente presentaba niños a Jesús para que los bendijera y les impusiera las manos. Los padres cristianos desean también vivamente que se imparta a sus hijos una bendición semejante.
"Más aun, en las tradiciones de los pueblos es tenida en gran estima la bendición impartida a los hijos por los mismos padres", detalla el manual de la oración. Esto puede hacerse en determinadas circunstancias de la vida de los hijos, o también cuando la familia se reúne para hacer oración o para meditar la sagrada Escritura.
Si se halla presente un sacerdote o un diácono, con ocasión de la visita
que los pastores hacen a cada familia para bendecirlas, a ellos incumbe entonces más adecuadamente este ministerio de bendición.
El rito propuesto por el bendicional de la liturgia papal pueden utilizarlo los padres, el sacerdote o el diácono, que "adaptarán cada una de sus partes a las circunstancias concretas del momento", teniendo en cuenta, por ejemplo, si se ha de bendecir a un hijo o a varios hijos.
Puedes acceder al bendicional más completo de los hijos y la familia.
BENDICIÓN DE LOS HIJOS .
Como atestigua el Evangelio, la gente presentaba niños a Jesús para que los bendijera y les impusiera las manos. Los padres cristianos desean también vivamente que se imparta a sus hijos una bendición semejante. Más aun, en las tradiciones de los pueblos es tenida en gran estima la bendición impartida a los hijos por los mismos padres. Ello puede hacerse en determinadas circunstancias de la vida de los hijos, o también cuando la familia se reúne para hacer oración o para meditar la sagrada Escritura.
Si se halla presente un sacerdote o un diácono —principalmente con ocasión de la visita que los pastores hacen a cada familia en unos tiempos fijos y determinados, para bendecirlas—, a ellos incumbe entonces más adecuadamente este ministerio de bendición. Por tanto, el rito que aquí se propone pueden utilizarlo los padres, el sacerdote o el diácono, los cuales, respetando los principales elementos y la estructura del rito, adaptarán cada una de sus partes a las circunstancias concretas del momento. . Si se ha de bendecir a un hijo o hijos dentro de otra celebración de bendición puede emplearse la fórmula breve que se halla al final del rito.
Reunida la familia, el que preside dice: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Todos se santiguan y responden: Amén.
Luego, si el que preside es sacerdote o diácono, saluda a los presentes, diciendo: La gracia de Dios Padre, que nos ha hecho sus hijos adoptivos, esté con todos vosotros.
U otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la sagrada Escritura. Todos responden: Y con tu espíritu. O de otro modo adecuado. .
Si el que preside es laico, saluda a los presentes, diciendo: Hermanos, alabemos a Dios Padre, que nos ha hecho sus hijos adoptivos. Todos responden: A él la gloria por los siglos de los siglos. O bien: Amén. .
El que preside dispone a los hijos y a los presentes a recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Con razón el salmo compara a los hijos con los renuevos de olivo alrededor de la mesa familiar; ellos, en efecto, no sólo son signo y anuncio de la bendición divina, sino que atestiguan la presencia eficaz del mismo Dios, el cual, como dador de la fecundidad en los hijos, multiplica el júbilo en la familia y aumenta su alegría. No sólo se debe a los hijos el mayor respeto, sino que conviene que se les enseñe oportunamente el amor y el temor de Dios, para que, conscientes de sus obligaciones, vayan creciendo en sabiduría y en gracia, y, teniendo ya en cuenta y poniendo por obra todo lo que es verdadero, justo y santo, sean testigos de Cristo en el mundo y mensajeros de su Evangelio.
Lectura de la Palabra de Dios . Luego uno de los presentes, o el mismo que preside, lee un texto de la sagrada Escritura: Mt 19, 13-15:
No impidáis a los niños acercarse a mí Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Mateo. En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: —«Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí. Palabra del Señor. .
O bien: Tb 4, 5-7. 19: Hijo, recuerda estas normas Escuchad ahora, hermanos, las palabras del libro de Tobías. Hijo, acuérdate del Señor toda tu vida. No consientas en pecado ni quebrantes sus mandamientos. Haz obras de caridad toda tu vida, y no vayas por caminos injustos, porque a los que obran bien les van bien los negocios. Da limosna de tus bienes, y no seas tacaño. Si ves un pobre, no vuelvas el rostro, y Dios no apartará su rostro de ti. Bendice al Señor Dios en todo momento, y pídele que allane tus caminos y que te dé éxito en tus empresas y proyectos. Porque no todas las naciones aciertan en sus proyectos; es el Señor quien, según su designio, da todos los bienes o humilla hasta lo profundo del abismo. Bien, hijo, recuerda estas normas; que no se te borren de la memoria. Palabra de Dios.
O bien: Pr 4, 1-7: Escuchad, hijos, la corrección paterna Escuchad ahora, hermanos, las palabras del libro de los Proverbios. Escuchad, hijos, la corrección paterna; atended, para aprender prudencia: os enseño una buena doctrina, no abandonéis mis instrucciones. Yo también fui hijo de mi padre, amado tiernamente por mi madre; él me instruía así: «Conserva mis palabras en tu corazón, guarda mis preceptos y vivirás; adquiere sensatez, adquiere inteligencia, no la olvides de las familias: los hijos - no te apartes de mis consejos; no la abandones, y te guardará; ámala, y te protegerá; que tu primera adquisición sea la sensatez, con todos sus haberes compra prudencia.» Palabra de Dios. .
Puede también leerse: Mt 18, 1-5. 10. . Según las circunstancias se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.
Salmo responsorial Sal 127 (128), 1-2. 3. 4-6a
Ésta es la bendición del que teme al Señor.
O bien:
Dichoso el que teme al Señor.
Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien; R.
tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa; R.
ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos. R. .
El que preside, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración.
Preces
Sigue la plegaria común. Entre las intercesiones que aquí se proponen, el ministro puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias concretas del momento.
Invoquemos a Dios todopoderoso, a quien Jesús, el Señor, nos enseñó a llamar Padre, y digámosle suplicantes: R. Padre santo, guarda a tus hijos. Padre lleno de amor, que tanto amaste a los hombres que entregaste a tu Hijo único, — protégenos y defiéndenos a nosotros, tus hijos, nacidos de nuevo por el bautismo. R. Tú que te complaciste en tu Hijo amado, — haz que cumplamos fielmente la misión encomendada a cada uno en el mundo y en la Iglesia. R. Tú que confiaste tu Hijo a la custodia amorosa de María y José, durante su infancia, haz que los hijos crezcan en todo hacia Cristo. R.
Tú que tienes un amor especial a los desamparados, — haz que todos los niños carentes de afecto familiar, con la ayuda de la comunidad cristiana, experimenten vivamente tu paternidad. R.
Oración de bendición
Los padres, según las circunstancias, haciendo la señal de la cruz en la frente de sus hijos, dicen la oración de bendición:
Padre santo, fuente inagotable de vida y autor de todo bien, te bendecimos y te damos gracias, porque has querido alegrar nuestra comunión de amor con el don de los hijos; te pedimos que estos jóvenes miembros de la familia encuentren en la sociedad doméstica el camino por el que tiendan siempre hacia lo mejor y puedan llegar un día, con tu ayuda, a la meta que tienen señalada. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
Los ministros, si no son los padres, dicen esta oración de bendición:
Señor Jesucristo, tanto amaste a los niños que dijiste que quienes los reciben te reciben a ti mismo; escucha nuestras súplicas en favor de estos niños (este niño/esta niña) y, ya que los (lo/la) enriqueciste con la gracia del bautismo, guárdalos (guárdalo/guárdala) con tu continua protección, para que, cuando lleguen a mayores (llegue a mayor), profesen (profese) libremente su fe, sean fervorosos (sea fervoroso/sea fervorosa) en la caridad. y perseveren (persevere) con firmeza en la esperanza de tu reino. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R. Amén.
Conclusión del rito .
Los padres concluyen el rito, santiguándose y diciendo: .
| Jesús, el Señor, que amó a los niños, nos bendiga y nos guarde en su amor. Esta fórmula la emplea también el ministro laico. 195. El ministro, si es sacerdote o diácono, concluye el rito, diciendo: Jesús, el Señor, que amó a los niños, os bendiga y os guarde en su amor. Todos responden: Amén.
Fórmula breve . Si se estima oportuno, puede emplearse la fórmula breve de bendición:
El Señor te (os) guarde y te (os) haga crecer en su amor, para que andes (andéis) como pide la vocación a la que has sido convocado (habéis sido convocados). R. Amén.
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