Son muy pocas las parejas que no se enfrentan en algún momento en relación con la educación de los niños.
Están las frases que critican la incompetencia del cónyuge:
- “¡No es autorizándoselo todo lo que va a hacer a nuestros hijos felices!”
- “¡No te das cuenta de que eres un padre demasiado estricto! ¡Ya no estamos en la Edad Media!”
- “Siempre regañando… ¿Y yo? ¿Qué hago? ¡No puedo decir nada!”
- “Eres como tu madre, demasiado protectora.”
Sin embargo, es posible educar a los hijos, sin estar necesariamente de acuerdo en todo con tu pareja.
¿Por qué tantas peleas?
Los padres que adoran a sus hijos se esfuerzan profundamente por hacerlo lo mejor posible. Sin embargo, todo el mundo tiende a pensar que su método educativo es el mejor aunque se tenga un punto de vista que no es necesariamente compartido por su pareja.
En general las personas tienen visiones diferentes sobre la educación. A veces son incluso muy diferentes. En ellos influye lo que vivieron en la infancia, lo que les ha satisfecho y lo que les ha hecho sufrir.
Así, cada uno tiene su propia concepción de las exigencias de lo que conciben como una buena educación:
- “Ciertamente no haré como mi padre, que nunca vino a besarnos antes de que nos durmiéramos”
- “Doy gracias a mi madre, que nos hizo rezar de noche cantando, y no dejaré de imitarla”.
Así, en las (inevitables) tensiones que surgen respecto a los niños, convendría primero analizar con cierta perspectiva el pasado y preguntarse de dónde provienen nuestras ideas, elecciones, preferencias y decisiones educativas.
Cuestionémonos nuestras certidumbres que pueden haberse convertido en una verdadera ideología, hecha de una copia o, por el contrario, de un rechazo de la educación recibida.
Preguntémonos también si, conscientemente o no, queremos influir sobre los hijos a costa del otro… y quitarle el liderazgo de su afecto.
¿Ser duro o permitirlo todo?
En segundo lugar, es esencial tener en cuenta la inmensa complejidad de la “buena educación”. Si por ejemplo bastara con ser estricto, ser duro para que los niños estén bien educados, o si bastara, por el contrario, permitírselo todo, esto ya se sabría. Habríamos transmitido la solución de generación en generación. ¡Pero no es tan simple!
Con tal niño, la severidad puede ser destructiva. No es fácil conciliar y equilibrar libertad y autoridad, recompensas y castigos, dulzura y firmeza, indulgencias y exigencias.
La educación no es la aplicación de principios absolutos. Es un arte que requiere una actitud infinitamente matizada, lejos del “entrenamiento” y del “laissez-faire“.
En muchas situaciones, ¿quién puede decir que tiene la solución milagrosa?
¿Quién puede decir, por ejemplo, que sabe exactamente qué hacer en presencia de un niño que ha tomado droga? Las opiniones serán diferentes.
Otro ejemplo: uno te dirá que la televisión es el instrumento del diablo, y el otro que es un medio privilegiado de enriquecimiento cultural si se usa correctamente.
Además, los niños no solo son hijos de sus padres, sino también de una sociedad, de los medios de comunicación. No hay nadie que pueda decir cómo evitar el virus de la antieducación en una sociedad pluralista.
El secreto para poner fin a las discusiones
De ahí la conclusión: es bueno y prudente compartir puntos de vista opuestos. También tener la calma y aceptar las ideas de los demás. El diálogo se hace urgente.
Porque necesitamos al otro para reflexionar y tomar decisiones tan importantes sobre la educación de nuestros hijos. Es importante también valorar las opiniones de nuestro cónyuge que no es insensato por mucho que discrepe. Y es que el otro percibe la realidad de otra manera por lo que conviene siempre escucharle con el corazón abierto.
También conviene hablar a solas, sin la presencia de los hijos pero teniendo en cuenta cómo es cada niño y sus posibles reacciones ante las decisiones que tomemos.
Por otro lado, también es posible que, en cuestiones menores, los padres no siempre parezcan formar un bloque compacto frente al niño. El niño puede necesitar en un momento dado que un padre aplique las decisiones familiares con flexibilidad e indulgencia.
Porque, como ya hemos dicho, la educación no es nada fácil.
Denis Sonet, Aleteia
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