lunes, 9 de julio de 2018

¿Has sentido la Presencia de Dios? (Un testimonio impresionante)


En julio cumpliré 61 años. El tiempo ha transcurrido en un suspiro.  En un día similar a éste, hace 28 años, tomé una decisión radical que cambiaría mi vida para siempre. “A partir de hoy”, me dije, “viviré para Dios”.
No tenía la más mínima idea de cómo hacerlo. Sólo sabía que debía seguir adelante, perseverar en esta decisión y que de alguna forma que no comprendía, Dios me llamaba. Me limité a responder:
“Aquí esto Señor”.
He conocido personas que les ha pasado igual.  Lo primero es la confusión. ¿Qué me estaba ocurriendo? ¿Qué pasos debía dar? Tuve la gracia de encontrar en el camino buenos sacerdotes que me orientaron, y me siento agradecido. Por eso les tengo tanto cariño a los sacerdotes.
Experimentas de pronto la dulce presencia de Dios. Sabes que es Él, que pasa por tu vida. Es un sentimiento único, maravilloso, difícil de explicar. Te inunda un gozo pleno al que no estás acostumbrado, una alegría que se desborda, y te llenas de sentimientos nobles.
A todos los quisieras abrazar y decirles: “Dios te ama. Eres especial para Él”. 
Perdonas sin tardar y amas. Sobre todo, amas. El amor es parte de tu vida. Es como si Dios mismo preparara tu alma para habitar en ella. Te aleja del pecado. La más leve ofensa duele tanto que corres al confesionario. Deseas recuperar la gracia y volver a vivir en su presencia amorosa. Me hace recordar estas palabras de santa Teresa de Jesús: “El alma es un huerto que hay que cultivar”.
En esos días estaba sin trabajo y conocí la Providencia Divina. La misa diaria se volvió indispensable. Sin ella sentía que algo me faltaba. Empecé a leer libros de espiritualidad y a reflexionar en el amor de Dios. Así fue como llegué a esta simple conclusión:
“Si Dios tuviera otro nombre, le llamaría TERNURA”.
Fueron los mejores años que he vivido. La vida es más sabrosa cuando se vive en la presencia de Dios. Nada se le compara.
Ahora me dispongo a renovar mi vida en esta nueva etapa. Y vuelvo a decirle:
“Aquí estoy Señor”.
Tal vez por eso he pasado estos días feliz, esperanzado, con este canto maravilloso en mis labios y el corazón.
“¡Oh, buen Jesús! Yo creo firmemente que por mi bien estás en el altar, que das tu cuerpo y sangre juntamente, al alma fiel en celestial manjar.
Indigno soy, confieso avergonzado, de recibir la Santa Comunión; Jesús que ves mi nada y mi pecado, prepara Tú mi pobre corazón.
Pequé Señor, ingrato te he ofendido; infiel te fui, confieso mi maldad; me pesa ya; perdón, Señor, te pido, eres mi Dios, apelo a tu bondad.
Espero en Ti, piadoso Jesús mío; oigo tu voz que dice “ven a mí”, porque eres fiel, por eso en Ti confío; todo Señor, espérolo de Ti”.
Así es Señor, mi Dios y Padre. Todo lo espero de ti. Eres mi Dios… apelo a tu bondad. Gracias por amarnos tanto a pesar de lo que somos.
Reza por mí amable lector. ¡Dios te bendiga!

Claudio de Castro, aleteia






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