El teólogo José Antonio Sayés lo argumentaba con claridad.
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José Antonio Sayés (1944-2022) fue uno de los grandes teólogos españoles de las últimas décadas.
Hace muchos años que el fallecido sacerdote y teólogo navarro (de Peralta) José Antonio Sayés publicó una obra que he retomado de mi biblioteca, Moral de la sexualidad, indispensable para quien quiera conocer bien la moral sexual de la Iglesia católica con argumentos de razón sobre qué dice y por qué lo dice (al margen de los argumentos religiosos) que ayudan a ver cómo, pese a su exigencia, estamos ante unos principios/valores que fomentan el bien y la dignidad de la persona, de la familia y de las posibles consecuencias de dicha sexualidad (los hijos).
Y es que, en esta vida, todo lo que de verdad vale la pena requiere un esfuerzo. Dominar el caballo desbocado en que se convierte la sexualidad si le damos rienda suelta exige también un esfuerzo auto-educativo que luego se ve compensado con una mayor facilidad para respetar a las personas como sujetos, no como objetos de placer, para amarlas desinteresadamente, sin egoísmos (por supuesto, sin egoísmos sexuales) y para formar familias estables, fuertes ante la tentación, siempre presente, de irse con otro o con otra, rompiendo, de este modo, la unidad familiar y el hogar.
Esta saludable actitud interior y exterior, que es, como indica el adjetivo aquí empleado, salud (emocional y psicológica), lejos de originar amargura por una supuesta "represión", genera una espontánea y notable alegría. Paradójicamente, la castidad es liberadora, no represora. Es alegre y no triste, porque se trata de sublimar, de elevar, no de reprimir; de vivirla en sentido positivo por un bien mayor (espiritual y material); no de vivirla en un sentido negativo (como una carga o unas normas castrantes que, de modo cierto, nos pueden llevar a la neurosis si no las orientamos bien).
El sexo, decía San Josemaría Escrivá, es una materia más pegajosa que la pez; tiene una capacidad obsesionante bastante notable, lo que se ve, por ejemplo, en los alarmantes datos actuales de consumo de pornografía, que no nos hacen ningún bien. Por ello, saber tomar "distancia" en esta materia resulta muy conveniente. Lo contrario, deslizarse, sin más, por la pendiente sexual sin freno (por eso hablamos de "desenfreno"), nos hace blandos y débiles para la fidelidad (y por lo tanto, para sostener un compromiso tan serio como es el del matrimonio y la consiguiente estabilidad de un hogar); nos hace débiles para el verdadero y desinteresado amor, ese que ama y respeta a la persona por lo que es y no por lo que nos da o por su mera apariencia exterior...
Luchar por la castidad (sí, repito: la castidad, que no es otra cosa que el dominio pleno de nuestra sexualidad) nos ayuda, sin duda, a ser mejores y más respetuosos con las personas, a encauzar su ejercicio para usarla en el marco adecuado, donde, si hay hijos (aun imprevistos), estos lleguen con un hogar estable ya formado (y, me refiero, por supuesto, a ese hogar cimentado sobre los raíles de un compromiso matrimonial fuerte, "hasta que la muerte los separe"); nos ayuda también a pensar sensatamente en los derechos naturales de terceros (esos posibles hijos, venidos tantas veces por sorpresa), a los cuales no podemos privar de padre y madre, de nacer, crecer y educarse en una familia (en un hogar estable y ya formado, que no esté aún por hacer....).
La moral sexual de la Iglesia tiene mucho que ver con estas cosas: si respetamos a las personas como sujetos y no como objetos; si respetamos los derechos de los posibles (y, a veces, imprevistos) hijos; si practicamos una sexualidad ordenada y bien orientada, capaz o no biológicamente de formar una familia (a buen entendedor, pocas palabras...); si, al ejercitarla o dejar de ejercitarla en determinados casos, nos deslizamos por una pendiente de vicio, egoísmo y desenfreno alienantes, esclavizantes, o si, por el contrario, nos lleva a una senda de virtud y crecimiento personal que se manifestará luego en nuestras actitudes exteriores.
Y es que, cuando la castidad se pone personal o socialmente en solfa, vienen luego, como consecuencia, males como (entre otros): 1) El aborto ante hijos imprevistos que, nos parece, llegan "a destiempo", importunando o rompiendo nuestro "confort" y calidad de vida; 2) La falta de respeto por las personas y, cuando "no es no", la frustración que puede hasta degenerar en violencia de género; 3) El egoísmo que obnubila el corazón para respetar a las personas por sí mismas y no por su cuerpo o apariencia exterior; 4) La facilidad para el adulterio y para tener hijos de distintas personas, rompiendo la unidad y la unicidad familiar...
¡No nos damos cuenta de cuánto daño nos hacemos ni de cuánto daño hacemos fomentando el libertinaje sexual! La sexualidad, como casi todo en la vida, requiere de un orden para que sea buena y nos haga bien. Como el vino, por ejemplo, que hay que beberlo con orden, con moderación, si no queremos hacer cosas de las que luego tengamos que arrepentirnos.
Por eso, estoy seguro de que vivir la sexualidad conforme a la, sin duda, exigente (pero gratificante y beneficiosa) enseñanza de la Iglesia católica nos hace más humanos y mejores personas, más señores y dueños de nosotros mismos, más profundos en valores de respeto y sensatez, más íntegros, más personas "que tienen la cabeza sobre los hombros" y más acordes con la verdad de las cosas como son por su propio dinamismo vital, tal y como, en suma, Dios las ha creado.
Lo contrario nos hace proclives a vivir como pollos sin cabeza, con graves consecuencias para uno mismo (flojera, falta de fortaleza...) y para los demás (faltas de respeto, adulterios y rupturas familiares, con gran sufrimiento para muchos terceros implicados -cónyuge hijos, suegros, amigos....-. Hemos de recordar que tenemos cierto derecho a ser felices, pero nunca a costa de dañar la felicidad de los demás y menos de aquellos con quienes hemos adquirido un compromiso vital, como en el matrimonio y la familia).
Aquel gran libro de José Antonio Sayés, maestro insuperable en explicar, con argumentos, la moral sexual de la Iglesia católica, puede ayudarnos a formarnos en una materia importante para nuestra vida normal y para nuestra vida cristiana. También desarrolló el mismo tema en numerosas conferencias que han quedado grabadas, como, por ejemplo, la titulada Noviazgo y sexualidad. No dejemos de buscar ideas claras y conceptos sanos para nuestra formación, como los que tan bien difundía nuestro amigo sacerdote y teólogo Sayés.
Miguel Ángel Irigaray Soto, ReL
Vea también Sexualidad y Matrimonio
en la Enseñanza de la Iglesia
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