miércoles, 21 de febrero de 2018

¡Jóvenes, la Iglesia quiere conocer su opinión! Reunión pre-sinodal



Si tienes entre 16 y 29 años, estás invitado a participar en la reunión pre-sinodal. El resumen de todas las respuestas del Grupo de Facebook se incluirá en el grupo de redacción de las conclusiones finales, que se entregarán al Santo Padre.
Recuerda que tu perfil de Facebook debe ser "real y personal", es decir, debe representarte a ti mismo y no a un grupo, institución o causa: el moderador del grupo verificará la veracidad de tu perfil.
Puedes inscribirte en un solo grupo lingüístico hasta el viernes 16 de marzo de 2018.
Las preguntas que se formularán durante la Reunión Pre-sinodal se publicarán en el Grupo de Facebook el lunes 12 de marzo y desde ese momento se te invita a responder con un comentario.
Para facilitar la síntesis, las respuestas deben contener un máximo de 200 palabras y no se aceptarán archivos adjuntos. También puede responder enviando un video de un minuto a través de WhatsApp (+39 342 601 5596).
Te pedimos que sigas los temas propuestos en las preguntas usando un lenguaje respetuoso y amigable. Caso contrario, el administrador se sentirá obligado a cerrar el acceso a las personas que no cumplan con estas indicaciones.




martes, 20 de febrero de 2018

Cuaresma en el Vaticano: No os amoldéis a este mundo

Primera reflexión de Cuaresma a la Curia Romana

No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12,2).
En una sociedad en la que cada uno se siente investido con la tarea de transformar el mundo y la Iglesia, cae esta palabra de Dios que invita a transformarse uno mismo.
“No os amoldéis a este mundo”: después de estas palabras habríamos esperado que se nos dijera: “¡Pero transformadlo!”; en cambio nos dice: “¡Sino transformaos!”. Transformad, sí, el mundo, pero el mundo que está dentro de vosotros, antes de creer poder transformar el mundo que está fuera de vosotros. 
Será esta palabra de Dios, sacada de la Carta a los Romanos, la que nos introduzca este año en el espíritu de la Cuaresma.
Como desde hace algunos años, dedicamos la primera meditación a una introducción general a la Cuaresma, sin entrar en el tema específico del programa, también por la ausencia de parte del auditorio ocupado en otro lugar en los Ejercicios Espirituales.
  1. Los cristianos y el mundo
Demos primero una mirada a cómo este ideal del apartamiento del mundo ha sido comprendido y vivido desde el Evangelio hasta nuestros días. Conviene tener en cuenta siempre las experiencias del pasado si se quieren comprender las necesidades del presente.
En los evangelios sinópticos la palabra “mundo” (kosmos) casi siempre se entiende en sentido moralmente neutro.
Tomado en sentido espacial, mundo indica la tierra y el universo (“Id por todo el mundo”); tomado en sentido temporal, indica el tiempo o el “siglo” (aion) presente.
Con Pablo, y más aún con Juan, la palabra “mundo”, se carga de una relevancia moral y viene a significar, la mayoría de las veces, el mundo como ha llegado a ser tras el pecado y bajo el dominio de Satanás, “el Dios de este mundo” (2 Cor 4,4).
De ahí la exhortación de Pablo de la que hemos partido y aquella, casi idéntica, de Juan en su Primera Carta:
No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo” (1 Jn 2, 15-16).
Todo esto no conduce nunca a perder de vista que el mundo en sí mismo, a pesar de todo, es y seguirá siendo, la realidad buena creada por Dios, que Dios ama y que ha venido a salvar, no a juzgar: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
La actitud hacia el mundo que Jesús propone a sus discípulos está encerrada en dos preposiciones: estar en el mundo, pero no ser del mundo: “Ya no voy a estar en el mundo —dice dirigido al Padre—; pero ellos están en el mundo […]. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn 17,11.16).
Durante los tres primeros siglos, los discípulos se muestran conscientes de esta posición suya única. La Carta a Diogneto, escrito anónimo de final del siglo II, describe así el sentimiento que los cristianos tenían de sí mismos en el mundo:
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne”[1].
Sinteticemos al máximo la continuación de la historia. Cuando el cristianismo se convierte en religión tolerada y luego muy pronto protegida y favorecida, la tensión entre el cristiano y el mundo tiende inevitablemente a atenuarse, porque el mundo ya se ha convertido, o al menos es considerado, “un mundo cristiano”.
Se asiste así a un doble fenómeno. Por una parte, los grupos de creyentes deseosos de permanecer como sal de la tierra y no perder el sabor, huyen, también físicamente, del mundo y se retiran al desierto. Nace el monacato teniendo como enseña el lema dirigido al monje Arsenio: “Fuge, tasce, quiesce”, “Huye, calla, vive retirado”[2].
Al mismo tiempo, los pastores de la Iglesia y los espíritus más iluminados tratan de adaptar el ideal del apartamiento del mundo a todos los creyentes, proponiendo una huida no material, sino espiritual del mundo.
San Basilio en Oriente y san Agustín en Occidente conocen el pensamiento de Platón sobre todo en la versión ascética que había asumido con el discípulo Plotino. En esta atmósfera cultural estaba vivo el ideal de la fuga del mundo.
Sin embargo, se trataba de una fuga, por así decirlo, en vertical, no en horizontal, hacia arriba, no hacia el desierto. Consiste en elevarse por encima de la multiplicidad de las cosas materiales y las pasiones humanas, para unirse a lo que es divino, incorruptible y eterno. 
Los Padres de la Iglesia —los capadocios en primera línea— proponen una ascética cristiana que responde a esta exigencia religiosa y adopta su lenguaje, sin sacrificar nunca a ella, sin embargo, los valores propios del Evangelio.
Para empezar, la fuga del mundo inculcada por ellos es obra de la gracia más que del esfuerzo humano. El acto fundamental no está al final del camino, sino en su comienzo, en el bautismo. Por eso, no está reservada a pocos espíritus cultos, sino abierta a todos.
San Ambrosio escribirá un tratadito Sobre la huida del mundo, dirigiéndolo a todos los neófitos[3]. La separación del mundo que él propone es sobre todo afectiva: “La fuga —dice— no consiste en abandonar la tierra, sino, permaneciendo en la tierra, en observar la justicia y la sobriedad, en renunciar a los vicios y no al uso de los alimentos”[4].
Este ideal de desprendimiento y fuga del mundo acompañará, en formas diversas, toda la historia de la espiritualidad cristiana. Una oración de la liturgia lo resume en el lema: “Terrena despicere et amare caelestia”, “despreciar las cosas de la tierra y amar las del cielo”.
  1. La crisis del ideal de la “fuga mundi
Las cosas han cambiado en la época cercana a nosotros. Nosotros hemos atravesado, a propósito del ideal de la separación del mundo, una fase “crítica”, es decir, un período en que dicho ideal fue “criticado” y mirado con sospecha.
Esta crisis tiene raíces remotas. Comienza —al menos a nivel teórico— con el humanismo del renacimiento que produce el auge del interés y entusiasmo, a veces de matriz paganizante, por los valores mundanos.
Pero el factor determinante de la crisis hay que verlo en el fenómeno de la llamada “secularización”, que comenzó con la Ilustración y alcanzó su punto álgido en el siglo XX.
El cambio más evidente se refiere precisamente al concepto de mundo o de siglo.
En toda la historia de la espiritualidad cristiana, la palabra saeculum, había tenido una connotación tendencialmente negativa, o al menos ambigua. Indicaba el tiempo presente sometido al pecado, en oposición al siglo futuro o a la eternidad.
Con el paso de pocas décadas, cambió de signo, hasta asumir, en los años ‘60 y ‘70, un significado muy positivo. Algunos títulos de libros que salieron en aquellos años, como El significado secular del Evangelio, de Paul van Buren, y La ciudad secular, de Harvey Cox, ponen en evidencia, por sí solos, este significado nuevo, optimista, de “siglo” y de “secular”. Nació una «teología de la secularización».
Sin embargo, todo esto ha contribuido a alimentar en algunos un optimismo exagerado respecto del mundo, que no tiene en cuenta suficientemente su otra cara: aquella por la que está “bajo el maligno” y se opone al espíritu de Cristo (cf. Jn 14,17).
En un determinado momento nos hemos dado cuenta de que al ideal tradicional de la fuga “del” mundo, se había sustituido, en la mente de muchos (también entre el clero y los religiosos), por el ideal de una fuga “hacia” el mundo, es decir, una mundanización.
En este contexto se escribieron algunas de las cosas más absurdas y delirantes que jamás se han pasado bajo el nombre de “teología”. La primera de ellas es la idea de que Dios mismo se seculariza y se mundaniza, cuando se anula como Dios para hacerse hombre. Estamos ante la llamada “Teología de la muerte de Dios“.
Existe también una sana teología de la secularización en que ésta no es vista como algo opuesto al Evangelio, sino más bien como un producto de él. Pero no es ésa la teología de la que estamos hablando.
Alguien ha hecho notar que las “teologías de la secularización” mencionadas no eran otra cosa que un intento apologético tendente “a proporcionar una justificación ideológica de la indiferencia religiosa del hombre moderno”; eran también “la ideología que las Iglesias necesitaban para justificar su creciente marginación”[5].
Pronto se hizo claro que estábamos en un callejón sin salida; en pocos años no se habló ya casi de teología de la secularización y algunos de sus mismos promotores tomaron distancias.
Como siempre, tocar el fondo de una crisis es la ocasión para volver a interrogar a la Palabra de Dios “viva y eterna”. Escuchamos de nuevo, pues, la exhortación de Pablo: “No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
Para el Nuevo Testamento, ya sabemos cuál es el mundo al cual no debemos conformarnos: no el mundo creado y amado por Dios, no los hombres del mundo a los cuales, al contrario, debemos ir siempre al encuentro, especialmente los pobres, los últimos, los que sufren.
El “mezclarse” con este mundo del sufrimiento y la marginación es paradójicamente el mejor modo de “separarse” del mundo, porque es ir allí, de donde el mundo huye con todas sus fuerzas. Es separarse del mismo principio que rige el mundo, que es el egoísmo.
Detengámonos más bien en el significado de lo que sigue: transformarse renovando lo íntimo de nuestra mente. Todo en nosotros comienza por la mente, por el pensamiento. Hay una máxima de sabiduría que dice:
Supervisa los pensamientos para que se conviertan en palabras.
Supervisa las palabras para que se conviertan en acciones.
Supervisa las acciones para que se conviertan en costumbres.
Supervisa las costumbres para que se conviertan en tu carácter.
Supervisa tu carácter para que se convierta en tu destino.
Antes que en las obras, el cambio debe realizarse, pues, en el modo de pensar, es decir, en la fe. En el origen de la mundanización hay muchas causas, pero la principal es la crisis de fe.
En este sentido, la exhortación del Apóstol no hace más que revitalizar la de Cristo al comienzo de su Evangelio: “Convertíos y creed”, ¡convertíos, es decir, creed! Cambiad la manera de pensar; dejad de pensar “según los hombres” y comenzad a pensar “según Dios” (cf. Mt 16,23).
Tenía razón santo Tomás de Aquino al decir que “la primera conversión se realiza creyendo”: la prima conversio fit per fidem[6].
La fe es el terreno de enfrentamiento primario entre el cristiano y el mundo. Por la fe el cristiano ya no es “del” mundo.
Cuando leo las conclusiones que sacan los científicos no creyentes de la observación del universo, la visión del mundo que nos dan escritores y cineastas, donde, en el mejor de los casos, Dios es reducido a un vago y subjetivo sentido del misterio y Jesucristo tampoco es tomado en cuenta, siento que pertenezco, gracias a la fe, a otro mundo.
Experimento la verdad de aquellas palabras de Jesús: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis” y quedo perplejo al comprobar cómo Jesús ha previsto esta situación y dado anticipadamente su explicación: “Has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las ha revelado a los sencillos” (Lc 10,21-23).
Entendido en sentido moral, el “mundo” es por definición lo que se niega a creer.
El pecado, del que Jesús dice que el Paráclito “convencerá al mundo”, es no haber creído en Él (cf. Jn 16,8-9). Juan escribe: “Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (1 Jn 5,4-5).
En la carta a los Efesios se lee: “También vosotros estabais muertos por vuestras culpas y vuestros pecados, en los cuales un tiempo vivisteis a la manera de este mundo, siguiendo al príncipe de las potencias del aire, ese Espíritu que ahora obra en los hombres rebeldes” (Ef 2,1-2).
El exégeta Heinrich Schlier ha hecho un análisis penetrante de este “espíritu del mundo” considerado por Pablo como el rival directo del “Espíritu de Dios” (1 Cor 2,12). En él desempeña un papel decisivo la opinión pública, hoy también literalmente espíritu “que está en el aire” porque se difunde vía éter.
Se determinará —escribe— un espíritu de gran intensidad histórica, al que el individuo difícilmente puede sustraerse. Nos atenemos al espíritu general, se considera evidente. Actuar o pensar o decir algo contra él se considera cosa absurda o incluso una injusticia o un delito. Entonces ya no se osa ponerse frente a las cosas y a la situación y sobre todo a la vida de manera diferente a como las presenta… Su característica es interpretar el mundo y la existencia humana a su manera”[7].
Es lo que llamamos “adaptación al espíritu de los tiempos”. Actúa como el vampiro de la leyenda.
El vampiro se pega a las personas que duermen y mientras le chupa su sangre, al mismo tiempo inyecta en ellas un líquido soporífero que hace que encuentren aún más dulce el sueño, de modo que aquéllas se sumen cada vez más en el sueño y este puede chupar toda la sangre que quiere.
Pero el mundo es peor que el vampiro, porque el vampiro no puede adormecer a la presa, sino que se acerca a los que ya duermen. En cambio, el mundo primero duerme a las personas y luego les chupa todas sus energías espirituales, inyectando también una especie de líquido soporífero que hace encontrar el sueño aún más dulce.
El remedio en esta situación es que alguien nos grite al oído: “¡Despierta!”. Es lo que hace la palabra de Dios en muchas ocasiones y que la liturgia de la Iglesia nos hace volver a escuchar puntualmente al inicio de la Cuaresma: “Despierta tú que duermes” (Ef 5,14); “¡Es tiempo de despertarse del sueño!” (Rom 13,11).
  1. Pasa la escena de este mundo
Pero interroguémonos por el motivo por el que el cristiano no debe ajustarse al mundo. No es de naturaleza ontológica, sino escatológica.
No se deben tomar las distancias del mundo porque la materia es intrínsecamente mala y enemiga del espíritu, como pensaban los platónicos y algunos Padres influenciados por ellos, sino porque, como dice la Escritura, “pasa la escena de este mundo” (1 Cor 7,31); “el mundo pasa con su concupiscencia, pero quien hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2,17).
Basta detenerse un instante y mirar alrededor para darse cuenta de la verdad de estas palabras. Ocurre en la vida como en la pantalla de televisión: los programas, las llamadas parrillas, se suceden rápidamente y cada uno borra al anterior. La pantalla sigue siendo la misma, pero los programas y las imágenes cambian.
Eso sucede con nosotros: el mundo permanece, pero nosotros nos vamos uno detrás de otro. De todos los nombres, los rostros, las noticias que llenan los periódicos y los telediarios de hoy —de todos nosotros— ¿qué quedará de aquí a unos años o décadas? Nada de nada.
Pensemos en qué quedan los mitos de hace 40 años y qué quedará dentro de 40 años de los mitos y las celebridades de hoy. “Sucederá —se lee en Isaías— como cuando un hambriento sueña con comer, como cuando un sediento sueña beber, pero se despierta cansado, con la garganta seca” (Is 29,8).
¿Qué son riquezas, salud, gloria, si no un sueño que se desvanece al despuntar el día?
Un pobre, decía san Agustín, una noche tiene un sueño precioso. Sueña que le cae encima una herencia ingente. Durante el sueño se ve revestido de espléndidos vestidos, rodeado de oro y plata, poseedor de campos y viñas; en su orgullo desprecia al propio padre y finge no reconocerlo… Pero se despierta por la mañana y se descubre tal como se había dormido[8].
Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré”, dice Job (Job 1,21). Ocurrirá lo mismo a los millonarios de hoy con su dinero y a los poderosos que hoy hacen temblar al mundo con su poder. El hombre, visto fuera de la fe, no es más que “un dibujo creado por la ola en la playa del mar a la que borra la ola posterior”.
Hoy hay un nuevo marco en que es particularmente necesario no ajustarse a este mundo: las imágenes.
Los antiguos habían acuñado el lema: “Ayunar del mundo” (nesteuein tou kosmou)[9]; hoy se debería entender en el sentido de ayunar de las imágenes del mundo.
Hubo un tiempo en que el ayuno de alimentos y bebidas era considerado el más eficaz y necesario. Ya no es así. Hoy se ayuna por muchos otros motivos: sobre todo para mantener la línea.
Ningún alimento, dice la Escritura, es en sí mismo impuro, mientras que muchas imágenes lo son. Se han convertido en uno de los vehículos privilegiados con los que el mundo difunde su antievangelio. Un himno de la cuaresma exhorta:

Utamur ergo parcius          Utilicemos parcamente
Verbis, cibis et potibus,      palabras, alimentos y bebidas.
Somno, iocis et arctius       sueño y recreo. 
Perstemus en custodia.      Estemos más atentos en custodiar los sentidos.

A la lista de las cosas que hay que usar parcamente —palabras, alimentos, bebidas y sueño— habría que añadir, las imágenes.
Entre las cosas que vienen del mundo y no del Padre, junto a la concupiscencia de la carne y la soberbia de la vida, san Juan pone significativamente “la concupiscencia de los ojos” (1 Jn 2,16).
Recordemos cómo cayó el rey David… lo que le ocurrió mirando en la terraza de la casa de al lado, pasa hoy a menudo abriendo algunos sitios en Internet. 
Si en algún momento nos sentimos turbados por imágenes impuras, sea por imprudencia propia, sea por la invasión del mundo que caza a la fuerza sus imágenes en los ojos de la gente, imitemos lo que hicieron en el desierto los judíos que eran mordidos por serpientes.
En lugar de perdernos en estériles lamentos, o buscar excusas en nuestra soledad y en la incomprensión de los demás, miremos a un Crucifijo o vayamos ante el Santísimo.
Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna” (Jn 3,15). Que el remedio pase por donde ha pasado el veneno, es decir por los ojos.
Con estos propósitos sugeridos por la palabra de san Pablo a los Romanos, y sobre todo con la gracia de Dios, comenzamos, Venerables padres, hermanos y hermanas, nuestra preparación a la Santa Pascua.
Hacer Pascua, decía san Agustín, significa “pasar de este mundo al Padre” (Jn 13,1), es decir, ¡pasar a lo que no pasa! Es necesario pasar desde el mundo para no pasar con el mundo. Buena y santa Cuaresma.

Primera predicación de Cuaresma del padre Raniero Cantalamessa, ofrecida a la Curia Romana el 16 de febrero de 2018 en la Capilla Mater Ecclesia del Vaticano.
©Traducción del original italiano Pablo Cervera Barranco

[1] Carta a Diogneto, V, 1-8: Die Apostolischen Vaeter (ed. Kunk –Bihlmeyer) (Tubinga 1856) 143-144.
[2] Cf. Vita e Detti dei Padri del deserto (ed. L. Mortari) I (Roma 1986) 97.
[3] Cf. De fuga saeculi, 1: CSEL 32, 2, p. 251.
[4] San Ambrosio, Exposición sobre el Evangelio de Lucas, IX, 36; De Isaac et anima,3, 6.
[5] Cf. C. Geffré, art. «Sécularisation»: en Dictionnaire de Spiritualité 15 (1989) 502s.
[6] S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-IIae, q.113, a,4.
[7] H. Schlier, Demoni e spiriti maligni nel Nuovo Testamento, en Riflessioni sul Nuovo Testamento (Paideia, Brescia 1976) 194s [trad. esp. Poderes y dominios en el Nuevo Testamento (Edicep, Valencia 2008)].
[8] Cf. S. Agustín, Sermo 39,5: PL 38, 242.
[9] El lema se remonta a un dicho no canónico atribuido a Jesús mismo: «Si no ayunáis del mundo, no descubriréis el reino de Dios». Cf. Clemente de Alejandría, Stromata, 111, 15: GCS 52, p. 242, 2; A. Resch, Agrapha, 48 (TU 30 [1906] 68).

Ex adepta de la Cábala advierte: “Era una fábrica de psicópatas”

Una joven española que fue adoctrinada a través de Internet cuenta el trasfondo de este grupo esotérico

Sara (nombre figurado) vive en una ciudad española. En torno a 2011, durante un año y medio fue seguidora de la Cábala (Kabbalah), una corriente esotérica inspirada en el judaísmo pero totalmente dentro de la galaxia New Age. Ha compartido su testimonio con la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), y lo extractamos aquí.
De la radio a Internet
Con algo más de 30 años, Sara escuchó un día en “Espacio en blanco” –el programa de misterios de Radio Nacional de España– a Michael Laitman, fundador y presidente del Instituto Bnei Baruj para el Estudio e Investigación de la Cábala (que dice contar con más de un millón de seguidores o “estudiantes”). Un señor que dice ser doctor en Filosofía y experto en Medicina Bio-Cibernética.
“Pasaba por un momento personal durísimo en el que hubo problemas laborales, fallecimientos familiares, angustias económicas, sensación de soledad permanente… en fin, un mal momento vital”, explica. Y fue cuando “escuchando a este señor, con esa voz tan afable, me interesé inmediatamente por lo que contaba”.
Al día siguiente lo buscó en Internet y encontró enseguida el centro, “que parecía una especie de universidad online para el crecimiento personal”. Así se inscribió en un curso totalmente gratuito de Fundamentos de la Kabbalah, con “clases amenas y divertidas que te permitían interactuar con gente de todo el mundo”. Los profesores insistían en que “aquello no era para todo el mundo y había que tener unas inquietudes especiales”.
Se trataban temas de personalidad, espiritualidad, psicología… de forma que “había mucha sabiduría aparente desde el punto de vista psicológico y científico”. Sara se apasionó en el estudio: “era mi momento más feliz del día”, tanto por el conocimiento que adquiría como por “el buen rollo reinante en las clases interactivas”.
El paso a la participación real
Otro compañero novato en la Cábala se puso en contacto con ella, proponiéndole participar en un encuentro físico en España de los que organiza el grupo a nivel mundial. Durante una jornada, Sara estuvo “en un salón escuchando al Rav (así llaman al líder), que aparece en una gran pantalla” y que respondía a las preguntas de sus seguidores. Y es que “se le considera el máximo representante del Creador en la tierra”. También se cantaban canciones y se hacían otras actividades.
Estos congresos duran varios días y se retransmiten en directo para que puedan participar en ellos de manera virtual los adeptos de todo el mundo, que se reúnen en otras ciudades para hacer este seguimiento. Así, explica la ex adepta española, “se intenta crear un vínculo aparente de amor entre todos los asistentes”.
Esta primera experiencia de encuentro real más allá de Internet desbordó a Sara, que se derrumbó llorando cuando regresó a casa, pero sus compañeros de la secta se encargaron de explicarle que “aquella reacción era normal, todo de acuerdo con el plan de la Kabbalah”.
Algo sí le extrañó: “las malas relaciones que había entre hombres y mujeres”, ya que “es una filosofía profundamente machista y promueve una rivalidad constante. A las mujeres les corresponde siempre un segundo plano, y se les considera las vasijas a través de las cuales los hombres otorgan la luz”.
Abandono momentáneo… y regreso a la secta
Tras esa experiencia, Sara se prometió a sí misma “no tener nada que ver con este movimiento nunca más”… pero la insistencia del mismo compañero de antes la hizo participar en un nuevo evento en España, lo que supuso su vuelta al grupo: “no me marché y transcurrieron los meses… algo de lo que después me arrepentí profundamente”.
Al repasar ahora lo que vivió, la ex adepta reconoce que “es muy difícil explicar lo que ocurrió. Sencillamente, es una filosofía que te atrapa”. También vemos esa fuerza del adoctrinamiento cuando afirma que “a pesar de todo, era tal el enganche con las lecciones online que me propuse seguir solamente por Internet sin tener nada que ver con esa gente”.
Para hacernos una idea de la intensidad que suponía esa pertenencia, hay que tener en cuenta que las clases tenían lugar a diario, de 3 a 6 de la madrugada (hora de Israel). Y después, del contacto en grupos virtuales y a través de Skype pasó de nuevo a encuentros esporádicos en la vida real… que los últimos meses se convirtieron en reuniones semanales.
Esto se intensificaba cuando se celebraban los congresos mundiales (generalmente en los EE.UU. o Israel), porque había que asistir –ya fuera física o virtualmente– casi las 24 horas del día, “sin atender a las obligaciones cotidianas de los estudiantes”.
Un comportamiento extraño
Sara, que asegura haber dejado atrás todo el contenido doctrinal que le inculcaron, sin embargo recuerda bien las consecuencias prácticas en el día a día de los adeptos: “se nos enseñaba que cada cual hiciera lo que le correspondía sin preocuparse lo más mínimo de lo que hiciera el vecino, sin importar el grado de amistad” –ya que “entre nosotros nos llamábamos amigos”–.
Una vez un compañero le dijo que “si veías a un amigo drogándose o haciendo cualquier otra barbaridad, no podías intervenir, porque era lo que él tenía que hacer en ese momento y tú no podías interferir”. Esto se basa en la enseñanza de que “no existe el libre albedrío. No puedes obstaculizar las acciones de otra persona, porque todo lo que sucede es porque tiene que ocurrir. Sea lo que sea”.
En el grupo, integrado por gente de un nivel socioeconómico y cultural medio-alto, “se fomentaban las relaciones entre los componentes de la secta, y se alentaba el divorcio si uno de los dos cónyuges no pertenecía a la misma”.
Algo que también ha quedado en la memoria de Sara es la doctrina de que “nosotros éramos Dios… Dios no estaba fuera de nosotros, sino dentro”. Algo común en la Nueva Era y que, pese a su apariencia positiva, tiene consecuencias disparatadas: “lo que nosotros hacíamos era, según ellos, jugar a un juego. Es decir: nada de lo que hacíamos era realidad, sino un juego, por lo que todo carecía de importancia, excepto el miedo a la expulsión de la organización”.
Proselitismo y enriquecimiento
“Casi todos nosotros trabajábamos para la organización de forma absolutamente gratuita”, ya fuera haciendo traducciones, ya fuera distribuyendo publicidad en las manifestaciones, en las que “la secta nunca se identificaba como tal, sino que se disfrazaba de movimiento social o lo que fuera. En los flyersno aparecía mención alguna a la Cábala o a Bnei Baruch”. Además, “se hacía mucho proselitismo camuflado online”.
Si bien al principio todo era gratuito, posteriormente “se empezaba a explicar que cuanto mayor compromiso, más desprendimiento material tenía que haber”. De manera que, según reconoce Sara, “se nos sacaba el dinero a espuertas”.
La suma de todos los factores es, para esta ex adepta, clara: “era una fábrica de psicópatas. A través de diferentes técnicas te lavan el cerebro y acaban consiguiendo que no pienses por ti mismo. Y si ven que todavía sigues pensando por ti mismo, te echan”.
El fin de la pesadilla
Y eso fue precisamente lo que le pasó a Sara. “Me enviaron un correo electrónico –que todavía conservo– en el que me dicen básicamente que debo separarme del grupo durante 6 meses, pudiendo volver después de ese tiempo”. En aquel momento “fue muy doloroso que personas con las que yo tenía una aparente amistad me dejaran de dirigir la palabra y me borraran de todos sus grupos”.
A pesar de todo, “superé aquello con ayuda y desde luego que no volví a los 6 meses. Ya han transcurrido varios años y aquello se ha quedado en una pesadilla”. Tras vivir esta experiencia, afirma directamente: “jamás pensé que una cosa así me pudiera ocurrir”. Y es que mientras estaba en el grupo, en algún momento se planteó la posibilidad de que estuviera en una secta, pero buscó en Internet y no halló ninguna referencia crítica en español.
 Luis Santamaría, aleteia

Para saber más:
– José Luis Vazquez Borau, “¿Qué es la Cábala?”Aleteia, 20/07/15.

lunes, 19 de febrero de 2018

Padres de Familia: Dudas y adolescencia


A veces es simplemente parte “del pavo” con el que tienen que lidiar a diario. En ocasiones están incubando algo. Y otros días el decaimiento es simplemente porque el día no ha ido bien.
Uno de los retos más complicados a los que me enfrento actualmente como madre es precisamente salir de dudas cada vez que les veo especialmente irascibles o apáticos.
Estaría genial tener una aplicación en el móvil para descubrir cuándo debemos apretar las tuercas y  ponernos duros, cuándo lo mejor es tener una charlita o cuándo debemos poner distancia de por medio para volver a la carga más tarde. No es fácil.
Oigo mucho eso de dejar que se estrellen. Pero le veo mucho peligro. Porque, siendo consciente de que es muy bueno que se equivoquen solos para que aprendan de sus errores, no me parecen necesarios los tortazos estrepitosos. No sé si me explico. Me parece más interesante tenderles la mano cuando están a tiempo de salvarse de la caída monumental, si son capaces de apreciar la ayuda. Lo otro me parece cruel.
Cada padre sabe lo que tiene en casa (o debería). Cuando tienes varios hijos te das cuenta de qué pie cojea cada hijo. Ni todos tienen la misma fuerza de voluntad, ni la misma capacidad para pelear ante una dificultad.
Por eso mismo, máximo respeto a las circunstancias de “nuestros adolescentes favoritos”. Ni son sobrados, ni les resbala todo; aunque sea eso lo que parece. Lidiar con “su pavo” supone convivir con un montón de inseguridades y de situaciones incómodas, además de lo académico. Sus silencios, su rabia o su necesidad de soledad esconden su realidad con un montón de matices que muchas veces ni intuimos.
Espero que con el tiempo, mi adolescente favorito, perdone mis torpezas y mis pesadeces y valore el apoyo que su padre y yo intentamos darle.
Ni es fácil ser adolescente, ni tampoco ser el padre o la madre. La duda de si estaremos acertando estará siempre ahí. Pero dar una de cal y una de arena, exigir y ayudar a partes iguales, “soltar la chapa” aunque nos llamen pesadas u ofrecer un abrazo antes de irnos a la cama, cuando llevan un un rato enfurruñados son cosas que solo pueden hacer bien ¿no?
Digo yo.
En cualquier caso y aunque ellos se vayan a su habitación, porque desean desaparecer, los que no podemos hacerlo somos los adultos. Nuestro mensaje debería ser siempre el mismo: que estamos ahí, con un canal abierto de comunicación permanente. @amparolatre
Amparo Latre Gorbe, aleteia



Tenían un hijo enfermo, un matrimonio dañado… una amiga les invitó a Fátima y eso cambió su vida

Las peregrinaciones marianas de Reino de Cristo
Tenían un hijo enfermo, un matrimonio dañado… una amiga les invitó a Fátima y eso cambió su vida
Javi y Ana frente a la Capelinha de Fátima con su hijo Lucas y su hija Carmen
Ana y Javier son un matrimonio que vive en Talavera de la Reina (Toledo). 
El 10 y 11 de febrero participaron con otros mil peregrinos españoles en la
 26ª Peregrinación nacional de Reino de Cristo al santuario de Fátima, en Portugal. Reino de Cristo (www.reinodecristo.es) es una agrupación 
de movimientos nacidos del Apostolado de la Oración que enfatiza la 
devoción al Corazón de Cristo, a la Virgen como Reina y Madre y la adhesión
 “de todo corazón” al Magisterio.
Pero hace unos años, Ana y Javier no estaban muy interesados en

 las cosas de Dios. Fue por la invitación de una amiga, y en Fátima, donde 
su corazón cambió.
Primer hijo: con parálisis cerebral
Un año después casarse, llegó el primer hijo de Ana y Javier, Lucas, un 

niño enfermo, con parálisis cerebral.
La sucesión de tratamientos médicos fue larga y costosa. Lo que más les 

afectó fue el tener que trasladarse a Galicia. Ana estaba allí con el
 pequeño Lucas, mientras Javier quedaba atado en casa por motivos 
laborales. ¡Había que sacar la familia adelante!
«Este distanciamiento fue lo que hizo que la relación de pareja 

se enfriara, y empezaran las discusiones continuas», comenta Javier.
Entonces decidieron tener otro hijo. «Javier pensaba que así se

 normalizaría todo. Pero nada más lejos de la realidad. Todo 
fue aún peor», apunta Ana.
¿Y si el nuevo bebé nace también enfermo? Las dudas, los miedos, 

las discusiones… todo se agudizó.
Pero la pequeña Carmen nació sana y preciosa. “Fue un gran regalo del cielo”.
Algo nuevo: deseo de hablar con Dios
«Ana empezó a tener unos deseos que antes no había tenido. Sentía la necesidad de hablar con Dios y con la Virgen. Pero no se atrevía. Y no quiso contarme por miedo a que yo la tratase de loca», explica Javier.
Providencialmente, Ana coincidió en esos días, en su trabajo, con una amiga de la infancia. Se sinceró con ella. La amiga les dio un consejo que les cambió la vida: «¡Venid a la peregrinación a Fátima!». Era el año 2014.

Dicho y hecho, allí fueron. Y verdaderamente les cambió la vida.
«Fue un auténtico flechazo», describen vibrantes. «Cuando volvíamos a casa, la cara de los dos era para haberla grabado. Veníamos entusiasmados».
A partir de ese día, ya todo sería distinto. La Virgen les había cambiado el corazón. Les había regalado un nuevo amor matrimonial. Desde entonces, cada año participan en esta peregrinación al santuario mariano de Fátima (www.fatima.pt/es).
Este año, al grupo de mil peregrinos, además de Ana, Javier, Lucas y Carmen se ha sumado el nuevo retoño, Manuel, que apenas ha cumplido tres meses.Todos disfrutan, cada cual a su manera, dicen. «Es una maravilla», afirman gozosos.
Niños, jóvenes y adultos, ante la Virgen
A muchos peregrinos les impresiona ver unos 800 jóvenes juntos, a los pies de la Virgen. Rezan, cantan, bailan, aprenden, se confiesan, peregrinan, conviven, comparten… Acuden también unos 140 matrimonios de Reino de Cristo, con unos 300 niñosque revolotean a su alrededor.
«Cargamos pilas. Venimos renovados», aseguran. Muchos se conocen, de repetir cada año, y hay ambiente de familia.

La Peregrinación cuenta con una web que la detalla y recoge testimonios de peregrinos: peregrinacionfatimajrc.es . Dura cuatro días: de sábado a martes. La recepción de peregrinos se hace ya en la tarde del viernes . El calendario es el que marca las fechas: siempre tiene lugar en el puente largo de Carnaval. Con ellos van más de treinta sacerdotes, e incluso algún obispo. Este año acudieron José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián y Francisco Cerro, obispo de Coria- Cáceres. Jóvenes y familias coinciden en muchos de los actos. Algunos son específicos para cada etapa y edad.



Vigilia mariana
Uno de los momentos fuertes de la Peregrinación es la Vigilia Mariana del domingo por la noche. Enfundados en sus sacos de dormir – en febrero hace mucho frío a esas horas en la Capelinha, la pequeña capillita con techo pero al aire libre –, miles de ojos miran a María en medio de la noche. Buscan luz.



Hay mucho silencio: escuchan. Más de dos horas acompañando a la Virgen, con la ilusión de consolar Su Corazón y reparar los pecados del mundo. Es un contraste con las fechas de carnaval que celebran muchos en esos días. Los peregrinos, aseguran, sienten que su corazón late fuerte en esos momentos, rebosante de amor y gratitud.
(Testimonio original redactado por Pilar Magaña, publicado en el portal de noticias marianas www.carifilii.es)

domingo, 18 de febrero de 2018

¿El ayuno cuaresmal incluye el sexo?

Lo que dice la Iglesia al respecto… y otras advertencias más

Querida Katrina,
¿Debería renunciar al sexo durante la Cuaresma? Es algo que mi esposa y yo hemos estado debatiendo y quisiera saber qué postura tiene la Iglesia sobre este tema.
¡Gracias! A.
Querido A:
Aunque la Iglesia no tiene una doctrina oficial sobre abstenerse de practicar sexo durante la Cuaresma, se cree que esta renuncia se solía fomentar en los siglos XIV y XV, según el profesor de Historia cristiana, Denis Janz, de la universidad Loyola en Nueva Orleans.
Lo sabemos porque, según Janz, los registros de la Iglesia mostraban un drástico declive en nacimientos nueve meses después de la Cuaresma.
Como católicos, únicamente se nos exige renunciar a la carne los viernes de Cuaresma y ayunar, obligatoriamente, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Hay otras renuncias posibles durante este tiempo, pero ya son por decisión personal, o por costumbre cultural. No por obligación.
Sin embargo, es verdad que abstenerse del sexo para dedicar un tiempo a la oración tiene raíces bíblicas: lo recomendaba el Apóstol Pablo a los Corintios (1 Corintios 7,5).
No se nieguen el uno al otro, a no ser de común acuerdo y por algún tiempo, a fin de poder dedicarse con más intensidad a la oración; después vuelvan a vivir como antes, para que Satanás no se aproveche de la incontinencia de ustedes y los tiente” (el énfasis en negrita es mío).
Es importante que la decisión de abstinencia del acto marital como forma de oración y acto de penitencia se haga mutuamente.
Un cónyuge nunca debe decidir unilateralmente que va a ser más espiritual que el otro durante este periodo y contenerse o negar las solicitudes del otro cónyuge.
También hay que valorar si este acto de piedad puede convertirse en un obstáculo para su caridad o sembrar semillas de resentimiento, ya sea hacia el o la cónyuge o hacia otras personas.
Es decir, si no mantener sexo con tu cónyuge empieza a generar animosidad o división marital, entonces es obvio que no está sirviendo a su propósito cuaresmal.
Hay múltiples beneficios en la abstinencia, como el fomento de la generosidad, una vida de oración mejorada, un mayor autocontrol, un refuerzo de la comunicación entre esposos, además de un incremento en las formas en que se muestra el afecto, lo cual de hecho puede fortalecer la intimidad.
Si ambos deciden renunciar al sexo durante la Cuaresma, también tengan en cuenta que no pasa nada si patinan o si les resulta un reto demasiado difícil o si es demasiada presión para su matrimonio.
Como he dicho, no hay nada obligatorio excepto la abstinencia de carne el viernes y el ayuno en Miércoles de Ceniza y Viernes Santo.
Incluso pueden plantearse una versión más liviana de su decisión de Cuaresma sin sexo, como es el abstenerse de la práctica sexual el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo solamente o durante toda la Semana Santa.
Sea cual sea su decisión, espero que les ayude a crecer como pareja y que les acerque más a Cristo, que debería ser el objetivo último.
  Katrina Fernández, aleteia



sábado, 17 de febrero de 2018

Solo un consejo: tengan hijos

Este texto publicado por la influencer brasileña Bruna Estrela está siendo viral, un éxito en las redes sociales. Nosotros lo hemos traducido al español pues estamos seguro que te emocionará.

Si pudiera dar un solo consejo a mis amigos, sería ese: tengan hijos. Por lo menos uno. Pero si es posible, tengan 2, 3, 4… Los hermanos son nuestro puente con el pasado y el puerto seguro para el futuro. Pero tengan hijos.

Halfpoint | iStock
Beautiful young mother with her newborn baby son in sling outside in green nature.

Los hijos nos hacen seres humanos mejores.
Lo que un hijo hace por ti ninguna otra experiencia lo hace. Viajar por el mundo te transforma, una carrera de éxito es gratificante, la independencia es rica. Aún así, nada te cambiará de forma tan permanente como un hijo.

bbernard - Shutterstock

Olvida esa historia de que los hijos traen gastos. Los hijos te vuelven una persona que consume de forma consciente y económica: empiezas a comprar ropa en tiendas más económicas y no en Calvin Klein, porque finalmente, es solo ropa. Y los tenis del año pasado, que aún están nuevos y cómodos, duran 5 años…Tienes otras prioridades y solo un par de pies.
Trabajas con más ganas y dedicación, pues existe un pequeño ser totalmente dependiente de ti, y eso te vuelve un profesional con una garra que ninguna otra situación te daría. Los hijos nos hacen superar todos los límites.

© Shutterstock

Te empiezas a preocupar por hacer algo por el mundo. Separar la basura, trabajo comunitario, productos que usan menos plástico… Tú eres el ejemplo de ser humano de tu hijo, y nada puede ser más grandioso que eso.

Liderina - Shutterstock

Tu alimentación te empieza a importar. No puedes comer chocolate con coca-cola y darle a él plátanos y agua.
Empiezas a cuidar de tu salud: comes el resto de las frutas de su plato, haces un huerto para tener condimentos frescos, quitas los refrescos durante la semana. Un hijo te da unos 25 años más de longevidad.

© Rmnoa357 / Shutterstock

Empiezas a creer en Dios y aprendes a rezar. En la primera enfermedad de tu hijo tú, casi como instinto, te arrodillas y pides a Dios que lo cuide. Y así, tu hijo te enseña sobre la fe y la gratitud como ningún papá/sacerdote/líder religioso jamás ha sido capaz.
Te confrontas con tu sombra. Un hijo hace emerger tu peor lado cuando se tira al suelo del mercado porque quiere unas galletas. Tú tienes ganas de gritar, pegar, salir corriendo. Te ves agresivo, impaciente y autoritario.
Y así descubres que es solo por amor y con amor que se educa. Aprendes a respirar hondo, a agacharte, a extenderle la mano a tu hijo y a ver la situación a través de sus pequeño ojitos.

Michael H/Getty Image

Un hijo te hace ser una persona más prudente. Nunca más manejarás sin cinturón, rebasarás de forma arriesgada o tomarás mientras manejas, por el simple hecho de que no puedes morir (no tan pronto)…
¿Quién criará y amará a tus hijos de la misma forma en tu ausencia? Un hijo te hace querer estar vivo más que nunca.

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Ten hijos para recibir esa sonrisa y abrazo apretado cuando llegas a casa y oír que tú eres la persona más importante del mundo entero para ese pequeño ser.
Ten hijos para ganar besos con baba con un aliento que ningún enguaje bucal proporciona.
Ten hijos para verlos sonreír como tú y caminar como su papá o mamá, y entiende la belleza de tener una parte tuya suelta por el mundo.

Shutterstock / Tymonko Galyna

Ten hijos para volver a aprender la delicia de un baño lleno de espuma, de un cuenco de agua en el calor, de rodar con el perro o cachorro, de comer mango sin limpiarte.
Ten hijos. Sabiendo que enseñarás muy poco.
Ten hijos justamente porque tienes mucho que aprender.
Ten hijos porque el mundo necesita que seamos personas mejores aún en esta vida“.

Artículo de  Bruna Estrela publicado originalmente en portugués y traducido al español para los lectores de Aleteia
Aleteia Team