martes, 31 de enero de 2023

5 santos que eran notoriamente pecadores

 

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¡Todavía hay esperanza para nosotros!

Los santos, como bien sabemos, no eran perfectos. Cometieron errores durante su vida y, a menudo, llevaron vidas públicas de depravación antes de que sus corazones se convirtieran.

Buena noticia.

Porque nos da esperanzas de que incluso nuestros fríos corazones, tan distantes de Dios, pueden volverse hacia Él y recibir una nueva vida.

Los santos siempre nos parecen “demasiado santos” como para que los imitemos, pero en realidad se parecían más a nosotros de lo que creemos.

Luchaban por superar las mismas adicciones, caían en los mismos pecados y malos hábitos que hoy mismo nos pesan tanto.

Así que alegrémonos porque estos hombres y mujeres santos, que no fueron siempre así, pudieran superar por la gracia de Dios los grandes obstáculos de su vida para convertirse en deslumbrantes ejemplos de virtud.

(Para más historias de santos que eran pecadores, recomiendo el libro de Thomas Craughwell, Saints Behaving Badly: The Cutthroats, Crooks, Trollops, Con Men, and Devil-Worshippers Who Became Saints [Santos con mal comportamiento: criminales, bandidos, fulanas, estafadores y adoradores del diablo que se convirtieron en santos].

San Mateo

MATTHEW THE APOSTLE
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Nadie disfruta especialmente pagando impuestos y en el antiguo Israel no era diferente. Durante el primer siglo, los romanos subcontrataban individuos particulares para la tarea de recaudar los impuestos y estos recaudadores aprovechaban la oportunidad para extorsionar a las personas y sacar cuanto dinero pudieran. Todos les odiaban y su codicia era bien sabida.

Por eso, cuando Jesús pidió a Mateo que “lo siguiera”, muchos se quedaron pasmados y escandalizados. ¿Cómo podía Jesús compartir su comida con “recaudadores de impuestos y pecadores”?

Mateo era un hombre nuevo, seguía de cerca a Jesús y escribió lo que ahora conocemos como Evangelio de San Mateo.

San Dimas

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Poco se conoce del “Buen Ladrón” que fue crucificado junto a Jesús, pero sí sabemos que el crimen de Dimas se pagaba con la cruz.

Según un erudito de la Biblia, “dos de los [tipos de criminales condenados con crucifixión] más comunes eran criminales de bajos fondos y enemigos del Estado…

Entre estos criminales de los bajos fondos se incluirían, por ejemplo, esclavos que huyeron de sus maestros y que cometieron un crimen. Si era apresado, el esclavo podía ser crucificado.

Existían dos razones por las que eran sujetos a una muerte tan retorcida, lenta y humillante.

Con la crucifixión recibían el castigo ‘definitivo’ por su crimen y, posiblemente lo más importante, servían como espectáculo para advertir a los otros esclavos que estuvieran pensando en escapar o cometer algún crimen, de lo que podría pasarles a *ellos*”.

En el último momento, Dimas comprendió la gravedad de sus crímenes y defendió desde la cruz a Jesús por la burla del “mal ladrón”: “¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo” (Lucas 23, 40-41).

Jesús reconoció la sinceridad de su arrepentimiento y proclamó: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Después de una vida de pecado, Dimas mereció el perdón poco antes de su muerte.

San Agustín

AUGUSTINE
Kingston Lacy-PD/Shutterstock-Nikki Zalewski-ALETEIA

Aunque fue educado por una madre cristiana, san Agustín seguía la práctica de muchos estudiantes de su tiempo y llevaba una vida de maniqueísmo pagano.

Durante este periodo, tenía una relación con una concubina, con la que tenía un hijo. Estuvieron juntos muchos años, pero nunca se casaron y, con el tiempo, ella terminó la relación.

El mejor ejemplo que nos da Agustín de la crudeza de su vida de pecado es el famoso episodio del “robo de las peras”. Narra esta escena en su obra Confesiones.

“Quise robar y robé. No lo hice obligado por la necesidad, sino por carecer de espíritu de justicia y por un exceso de maldad. Porque robé precisamente aquello que yo tenía en abundancia y aún de mejor calidad. Ni siquiera pretendía disfrutar de lo robado, sino del robo en sí mismo, del pecado de robo”.

Después de experimentar una conversión en su corazón, Agustín se bautizó, se hizo sacerdote, luego obispo y, tras su muerte, “Doctor de la Iglesia”.

Santa Pelagia

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Pelagia era una actriz famosa y un tanto libertina del siglo V. San Juan Crisóstomo dijo de ella: “No había nada más vil que ella cuando estaba en el escenario”.

Craughwell también describe la naturaleza de sus pecados: “Los hombres que tomaba como amantes quedaban embriagados de ella. Por Pelagia hubo padres que abandonaron a sus hijos, hombres adinerados que despilfarraron sus bienes. Incluso llegó a seducir al hermano de la emperatriz. En su intento de describir el poder de Pelagia sobre los hombres, san Juan barajaba la posibilidad de que los drogara y llegó a especular que tal vez usara la brujería”.

No se sabe mucho sobre su conversión, excepto que posiblemente escuchó una homilía por boca de un obispo sobre la misericordia de Dios e inmediatamente después le pidió ser instruida en la fe y luego bautizada.

Se cree que luego se hizo monja y pasó el resto de sus días rezando.

Santa María de Egipto

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Siendo aún joven, María huyó de su hogar y pasó diecisiete años como prostituta en la glamourosa ciudad de Alejandría, durante el siglo IV.

Pero no cobraba por sus servicios, porque disfrutaba del reto de seducir a hombres jóvenes. Le fascinaban las “aventuras sexuales” y se dejaba llevar pos sus pasiones.

Más tarde, María confesaba: “No hay depravación nombrable o innombrable de la que yo no sea maestra”.

Buscando nuevas experiencias, se sumó a un grupo de peregrinos camino de Jerusalén, se embarcó con ellos a la mar y sedujo a todos en el barco antes de llegar a su destino.

Sin embargo, tras un tiempo en le Ciudad Santa, María se arrepintió de sus pecados y se reconcilió con la Iglesia.

Pasó el resto de su vida como ermitaña en el desierto y había de luchar continuamente contra la tentación de volver a su vida depravada, hasta que Dios le concedió paz a su alma.

Philip Kosloski,  Aleteia 

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- P. Loring sj























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