El poder del amor me salva, me sana por dentro, me alegra y capacita para enfrentar los más duros momentos de la vida
No quiero que mi pasado determine mi futuro. Que mis heridas de amor me impidan volver a amar por miedo a ser de nuevo herido. Que las decisiones tomadas un día marquen el camino sin poder enmendar la ruta. No quiero depender demasiado de lo que ya he sufrido.
Sé que lo que me han hecho me influye a la hora de enfrentar el futuro. Aumenta la confianza o despierta el miedo. Y lo que he hecho también tiene su peso en mi forma de enfrentar nuevas decisiones.
Todo, las acciones y las omisiones, los logros y las carencias, influyen en mi vida, impactan en la vida de las personas que me rodean. Decía Jean Paul Sartre:
«Libertad es lo que uno hace con lo que le han hecho».
El presente es lo que tengo
Soy más libre cuando sé qué hacer con aquello que he recibido como parte de mi pasado. Me pesa, me duele, lo guardo con rencor, lo acaricio con dolor.
El pasado y lo que me han hecho, lo que he sufrido, tiene un peso inmenso en mi alma. Eso no lo puedo cambiar.
Porque los días pasados no vuelven. Ni se presenta ante mí esa misma oportunidad que un día tuve de elegir, de amar o dejar pasar, de odiar o hacer el bien.
Pasó esa hora, ese minuto exacto. Pasó el momento que me dio Dios para cambiar mi historia. Y ahora entonces sólo me queda el presente que toco con manos temblorosas y frágiles.
Puedo volver a amar después de haber sido herido, volver a hacer daño después de haber sido perdonado, y volver a fallar después de haber prometido que nunca de nuevo volvería a suceder.
Pero sucede, porque yo lo elijo y mi promesa cae al vacío del olvido. Puedo ser libre eligiendo lo que quiero vivir y hacer. Puedo elegir amar cuando no he recibido amor. Y puedo dejar de hacerlo al dolerme tanto la herida del desamor. De mí depende.
El amor me hace capaz de afrontar lo que sea
Sé que cuando soy valorado, querido, amado, respetado, enaltecido, el poder de ese amor me salva, me sana por dentro, me alegra y capacita para enfrentar los más duros momentos de la vida.
El amor sana el alma y el cuerpo. El amor me ayuda a vencer una enfermedad de muerte. Y logra sacarme de la depresión que me amenaza con hacerme perder el rumbo.
El amor que espera a la puerta de un campo de concentración es el acicate que levanta el ánimo de los presos durante la segunda guerra mundial en Alemania. Porque si alguien espera mi regreso merece la pena sobrevivir para llegar a verlo.
Las palabras de Nietzsche son muy claras:
«El que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo«.
Por eso explica Viktor Frankl:
«Siempre que se presentaba la menor oportunidad, era preciso infundirles un porqué, un objetivo, una meta a sus vidas, con el fin de endurecerles para soportar el terrible cómo de su existencia«.
Un día tras otro
Y normalmente el motivo de mi existencia es el amor. Ese amor que doy y ese amor que recibo.
El desprecio, la indiferencia, o el olvido abren una herida profunda en el alma. Tengo claro que no saberme amado me hiere y enferma por dentro. Pierdo la fortaleza y no sé enfrentar los problemas.
El amor se juega en presente. No necesito que todos me quieran. Que el mundo me quiera. La admiración no siempre va unida al amor.
Sin admiración no hay amor, eso está claro. Pero no necesariamente amo a quien admiro. Hay personas cuya vida me parece admirable, pero no las amo. Las admiro de lejos.
La admiración que desemboca en el amor es la que sucede en las cortas distancias. Admirar al que veo de cerca no es tan sencillo. Porque de cerca no sólo aprecio lo bello, también resalta lo vulgar, lo feo, lo menos noble de la persona amada. Y puedo, con el paso del tiempo, dejar de admirarlo.
La admiración es algo mágico. Admiro lo que no poseo, lo que es distinto a lo que yo tengo, lo que es noble porque brilla.
El problema del amor hecho rutina es que la vida se juega en lo cotidiano. Y ahí quizás hay más razones para la condena y el desprecio que para la admiración.
El peligro entonces es que al faltar la admiración deje de amar. Y comienzan así el desprecio y la indiferencia a apoderarse de mi alma.
Libre para amar
El amor es la raíz de mi vida. Es lo que me levanta cada mañana y me lleva a luchar. El amor matrimonial, el filial. El amor a un padre o a una madre. El de un amigo, o de un hermano. Ese amor que doy y recibo de forma incondicional.
Doy gracias a Dios por poder palpar ese amor en mi vida. Por los amores concretos que me levantan. El amor sana siempre el alma.
Soy libre para actuar siempre desde el amor que guardo en mi corazón. En lugar de quedarme atado a rencores y desprecios sufridos.
Soy dueño de mi historia, no esclavo de mis propias heridas que manejan a su antojo mi estado de ánimo. Esa libertad para elegir cómo vivo el ahora es lo que marca mi camino.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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