Por supuesto, la oración fue fundamental. Incluso, su fama se debe a que tenía el don de exorcizar el mal con sus plegarias. Dos anécdotas lo comprueban:
Ambas anécdotas son sobre intentos de envenenamiento. Sus detractores habían vertido veneno en su bebida, él hizo una oración sobre ella e inmediatamente la copa se hizo añicos. En otra ocasión, le ofrecieron pan envenenado, pero igualmente hizo oración sobre él y un cuervo se lo llevó.
Orar con humildad y abandono
Para san Benito era muy importante rezar y cantar los salmos. La lectura de la sagrada Escritura tiene un lugar preferente para la edificación espiritual. Por eso, del capítulo 8 al 19 de su Regla se regula el oficio divino -la liturgia de las horas -, en las que todos los monjes deben participar.
En el capítulo 20, destaca la reverencia en la oración:
"Si cuando queremos pedir algo a los hombres poderosos no nos atrevemos a hacerlo sino con humildad y respeto, con cuánta mayor razón deberemos presentar nuestra súplica al Señor, Dios de todos los seres, con verdadera humildad y con el más puro abandono".
La fórmula de su oración
Después, afirma lo que es más importante para que Dios nos escuche, así como el publicano del evangelio (Lc 18, 13):
"Y pensemos que seremos escuchados no porque hablemos mucho, sino por nuestra pureza de corazón y por las lágrimas de nuestra compunción".
San Benito recomienda que la oración no se alargue, a menos que Dios inspire con su gracia al que reza:
"Por eso, la oración ha de ser breve y pura, a no ser que se alargue por una especial efusión que nos inspire la gracia divina. Mas la oración en común abréviese en todo caso, y, cuando el superior haga la señal para terminarla, levántense todos a un tiempo".
Seguir el ejemplo de san Benito para orar usando la liturgia de las Horas, además de nuestra oración espontánea, nos ayudará a crecer espiritualmente de manera efectiva.
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