Todos tenemos amigos. Ya el filósofo griego Aristóteles decía que el ser humano era un zoon politikón, que quiere decir «animal social / político». Todos nos relacionamos con otros y ninguno pasa su vida solo. Todos también sabemos que, sin embargo, no todas las personas con las que nos relacionamos son nuestros amigos. Pero ¿en qué consiste un amigo?, ¿qué es la amistad?
¿Alguna vez te lo has preguntado? Bueno, santo Tomás sí. Por lo tanto, te invito a que en este artículo descubras en qué consiste la amistad para este santo doctor de la Iglesia.
Tres clases de bienes
La amistad es un tipo de amor. Sin embargo, antes de hablar de ella tenemos que explicar qué es el amor, y antes de hablar del amor debemos dedicar unas cuantas palabras acerca de qué tipos de bienes existen. Para esto debemos retomar una clasificación que hace nuestro querido Aristóteles acerca de los bienes (la cual es retomada por Santo Tomás en: Suma de teología I, cuestión 5, artículo 6).
Distingue que existen tres tipos de bienes: los útiles, los deleitables y los honestos. Los bienes útiles son aquellos que nosotros buscamos para conseguir algún fin determinado. Por ejemplo, cuando compras una lapicera para poder tomar apuntes en clase. Obviamente, si la lapicera no tuviera tinta, no la comprarías.
Es decir, como no es útil, la descartarías. Los bienes deleitables, en cambio, son buscados por nosotros no por su utilidad sino por el placer que nos proporcionan. Por ejemplo: cuando compras para comer una deliciosa pizza (espero yo que sin ningún tipo de piña ni cosas raras arriba).
Por último, los bienes honestos son aquellos a los que buscamos no por su utilidad ni por el placer que nos provocan, sino por ellos mismos: estos bienes constituyen un fin en sí mismos. Ahora ahondaremos en esta cuestión.
¿Qué es el amor?
Nuestra voluntad busca todos estos bienes, por supuesto. A esta tendencia de nuestra naturaleza que nos lleva a buscar bienes se la llama “apetito” (y no solo de la pizza, sino de toda cosa que percibimos como un bien).
Acá aparece un tema importante, porque es con relación a esto que Santo Tomás define lo que es el amor: «El primer movimiento de la voluntad y de cualquier potencia apetitiva es el amor, porque el acto de la voluntad y de cualquier potencia apetitiva tiende hacia el bien y hacia el mal como a sus objetos propios» (Suma de teología I, cuestión 20, artículo 1).
Es lo que veníamos diciendo: el amor es lo primero que nos mueve a buscar bienes, por eso es el primer acto del apetito y del cual todas las demás tendencias salen. Y esto es la amistad: un tipo de amor muy especial que se fundamenta en la idea de un bien honesto.
Eros y ágape
Sin embargo, pensemos algo: no siempre amamos a las cosas de una misma manera ni con la misma intensidad. Digo, no creo que ames comer una pizza lo mismo que amas a tu mamá, a tus amigos o a Dios mismo (entiendo que la pizza sea muy rica, pero tampoco creo que sea para tanto).
Santo Tomás también se da cuenta de esto y, por tanto, distingue que existen dos tipos de amor: el de concupiscencia y el de benevolencia (este último también llamado, efectivamente, el amor de amistad): «Hay dos clases diversas de amor: uno es el de amistad y otro el de concupiscencia. En el segundo amor, las cosas de afuera las atraemos hacia nosotros (con el afecto), amándolas en cuanto que nos resultan útiles o deleitables. Pero en el primer amor sucede lo contrario: nos extendemos hacia las cosas que están afuera de nosotros, pues a quienes así amamos, los amamos como a nosotros mismos» (Comentario al Evangelio según San Juan 15, lectura 4).
Podemos resumir estos dos tipos de amor con dos nombres griegos: «eros» y «ágape». El eros es cuando queremos algo con relación a nosotros. Sin embargo, un amor con otra persona real y duradero no puede sustentarse solamente en el eros, porque sería un amor egoísta: «te quiero solo en la medida en que me vea beneficiado».
El amor verdadero y duradero se sustenta en el ágape, que también podemos llamar «caritas» (caridad). Este es el tipo de amor que Dios tiene por nosotros: Él no nos ama ni porque le seamos útiles para algo ni porque le seamos agradables, sino que nos ama como un padre ama a sus hijos, incondicionalmente.
La esencia de la verdadera amistad
El amigo verdadero, entonces, es un bien honesto: lo buscamos por sí mismo y no por otra cosa. Nuestros amigos son un fin en sí mismos y no un medio para otra cosa.
Esto no significa, claro, que no sintamos placer al estar con ellos, ni tampoco quiere decir que ellos no nos puedan resultar de mucha «utilidad» cuando estamos pasando por una situación difícil. Sin embargo, ni por la una ni por la otra de estas razones, somos amigos de esas personas.
El amor de eros es condicional, mientras que el de la caridad es incondicional, y todo amor humano fuerte empieza siendo un amor de concupiscencia que lentamente va creciendo y madurando hasta ser un amor de benevolencia: «El amante sale fuera de sí y se traslada a lo amado, en cuanto quiere su bien y pone sus afanes en procurárselo como si de sí mismo se tratara» (Suma de teología I, cuestión 20, artículo 2).
Pero ¿qué es lo que busca un amigo para su amigo?
Santo Tomás responde: «Cualquier amigo verdadero quiere para su amigo: que exista y viva; todos los bienes; el hacerle el bien; el deleitarse con su convivencia; y finalmente, el compartir con él sus alegrías y tristezas, viviendo con él en un solo corazón» (Suma de teología II-II, cuestión 25, artículo 7). Todo esto es lo que constituye una verdadera amistad.
Esa última expresión que usa Santo Tomás, tan hermosa, la define muy bien: la amistad es cuando distintas personas viven «en un solo corazón». Y cuando esto sucede, muchos frutos salen a la vista: hay confianza, honestidad, afecto, corrección fraterna, gratuidad…
La amistad a la que Dios nos invita
El mismo Jesús, que es el Amigo por excelencia, nos dice: «Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre os las he dado a conocer» (Evangelio según San Juan 15, 15). Su amor es honesto, el más honesto de todos en la emisión y el más inefable en la recepción.
Nos ama y nos ha amado siempre, incluso desde antes de que nazcamos: «Cierto que las criaturas no son eternas más que en Dios; pero precisamente porque están en Él desde la eternidad, es por lo que desde la eternidad las conoció en sus propias naturalezas, y por esto también las amó» (Suma de teología I, cuestión 20, artículo 2).
Esto es, entonces, lo que como amigos debemos hacer: amar a nuestros amigos como Jesús nos ama a nosotros. Eso significa: buscar siempre su bien, corregirlos para su perfección, sostenerlos en las dificultades, consolarlos en los dolores y, por supuesto, que vivan en comunión con Dios, todo lo cual querríamos también para nosotros mismos.
¡Qué gran bendición es tener amigos! Verdaderamente, como dicen las escrituras, haberlos encontrado es un gran tesoro (Eclesiástico 6, 14).
Thiago Rodríguez, catholic-link
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