Diálogos del consultorio de Aleteia. En esta ocasión, una mujer plantea un problema de pareja debido a cómo se presenta vestida
—Mi esposo me cela demasiado, tanto que ha llegado a hablar de divorcio. Lo conozco y sé que habla en serio, algo que me duele muchísimo, pues lo amo en verdad —se expresaba muy acongojada en consulta una joven señora.
Y continuaba explicando su caso:
—Piensa que llamo la atención y soy coqueta, porque voy al gimnasio y uso ropa un poco ajustada. Me insiste que debo vestir en forma más recatada, y lo he hecho, pero no veo la razón en dejar de vestirme a la moda, o como a mí me gusta.
Lo cierto es que mi esposo se casó conmigo, tal cual mi apariencia, y ahora resulta que no le parece. Ya me imagino saliendo a la calle con un burka, como las mujeres de los taliban, faltaba más.
«Usted puede ser muy atractiva…»
—Pasa que usted puede ser muy atractiva, sin necesidad de llamar la atención, me refiero a ser aún más femenina. Un cambio por el que puede lograr que su esposo la redescubra, como la persona con quien se casó y sigue enamorado.
—No lo entiendo del todo, pues para mí ser atractiva y femenina, no está reñido.
—Bueno, es importante aclarar que, en su sexualidad, lo propio de la mujer es la belleza de su feminidad que cualifica a toda su persona, no solo en lo corporal. No es solo la belleza de una cara, un cuerpo o una cierta forma de vestir, sino una belleza que atrae y reúne por sus cualidades, como el ser muy práctica, intuitiva, servicial y, sobre todo, sensible.
Una belleza que no es provocadora, sino que convoca y agrada desde su trato personal. Un trato en el que, expresando su sexualidad con dignidad, su vestido, accesorios y maquillaje, siendo de buen gusto,no llaman más la atención que su persona misma.
Dicho de otra manera, la sexualidad atrae en lo sensible, pero la feminidad convoca el amor personal.
—Ahora que lo dice, recuerdo malas experiencias con pretendientes que se la daban de seductores con manos largas, y no faltó que uno de esos atolondrados me propusiera matrimonio, lo que rechacé sin pensarlo.
Todo fue muy distinto cuando conocí a mi esposo.
—¿Podría platicarme, por qué se enamoraron hasta tener la voluntad de casarse?
—Bueno, yo bien sé que le atraje físicamente, pero a diferencia de otros, él tuvo la buena voluntad de respetarme y tratarme, hasta conocerme. Lo que a mí también me dio esa oportunidad. Pienso que fue de esa manera, que ambos supimos captar nuestra realidad en su bondad personal, y entonces, dispusimos nuestra voluntad para enamorarnos hasta llegar al matrimonio.
Ahora que lo estoy explicando así, en los mismos términos que usted usó, comienzo a reconocer mi error.
—Pues lo está haciendo muy bien… siga explicando por favor.
Evitar que el cuerpo oculte a la persona
—Entiendo que, al estar más pendiente de mi físico que de mi espíritu, mi cuerpo ha comenzado a ocultar a la persona de la cual mi esposo se enamoró, y eso es lo que ha comenzado a afectar su amor.
«Voy a ganar mucho»
También comprendo que cuento con mi libertad para enmendar mi error, vistiendo más recatada pero con buen gusto, así como en reeducarme en ciertos aspectos de mi feminidad. Bien pensado, parecería que voy a perder algo, cuando en realidad voy a ganar mucho.
—Eso es una gran verdad, y te felicito por tus conclusiones, que señalan toda una tarea para el bien vivir la sexualidad, al servicio del amor.
«El cuerpo humano sexuado en su significado esponsal, permite descubrir al otro y al mundo como don. Este significado está profundamente ligado con la libertad, pues quien no se autoposee tampoco puede darse libremente al otro, no puede donarse.» (José María Yanguas)
Por Orfa Astorga de Lira
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