Ocurrió en un país centroamericano durante la guerra civil. Un amigo me narró este hecho. Llegó para realizar unas reuniones de negocios. En su trayecto del aeropuerto al hotel, en la calle vio algunas personas tiradas, muertas de un disparo. Horrorizado cuestionó al taxista su frialdad, le preguntó por qué no se inmutaba. El hombre conducía como si nada en medio de aquellos muertos.
“Esto es diario. Si vive aquí, se acostumbrará”.
Luego le narró historias espeluznantes de lo que a diario ocurría.
Mi amigo pensó:
“¿Cómo un ser humano se puede acostumbrar a la tragedia?”
He pensado en esto con cierto temor y dolor. Sabes que las personas sufren y te acostumbras, no haces nada por ellas. El sufrimiento se convierte en parte del paisaje y no le prestas atención.
Hay mañanas en las que me siento a reflexionar y pienso mucho estas cosas, me pregunto: “¿Por qué?” Y creo que se nos adormece la conciencia. Ocurre con frecuencia ante el pecado. El demonio lo sabe bien y lo aprovecha en nuestra contra.
El pecado nos mortifica, pero lo callamos, y tratamos de enterrarlo en la conciencia, algo imposible.
Te daré un ejemplo sencillo. Compra un diario, cualquiera y lee los encabezados. “Muerte, robos, corrupción”. Leerás situaciones indignantes. Llegará el día en que no te vas a inmutar. Te acostumbras a leer estas noticias y al final ni les prestas atención. Hasta que la tragedia toca tu puerta y te preguntas por qué no hiciste algo antes, para evitarlo.
Suelo decir que el demonio es malo con ganas, no tiene escrúpulos y el tiempo para él no es un problema, se sienta tranquilo a esperar que estemos débiles, pasando una aflicción para tendernos una trampa y hacernos caer.
La Beata sor María Romero solía decir:
“Alerta con las tentaciones. El que ha caído una vez, es difícil que no se caiga dos veces. Pero, “fiel es Dios en no permitir que seamos tentados más allá de nuestra fuerza” (1 Co, 10, 13). El Señor nos invita a hacer lo que Él hizo y cómo lo hizo: “Aléjate de mí satanás”.
No te acostumbres al pecado, ni lo veas como algo natural, que a nadie le hace daño. Al contrario, un pecado pequeño que parece poca cosa te lleva a uno más grande hasta que terminas alejándote de Dios.
¿Qué te recomiendo hoy? Si puedes, un “examen de conciencia honesto” y una buena confesión sacramental.
No le des gusto al demonio, no dejes que te venza, sal de esa terrible oscuridad que te mortifica.
Con Dios por delante, podrás recuperar la gracia y un alma pura. Esfuérzate. Vale la pena.
¡Dios te bendiga!
Claudio de Castro, Aleteia
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