Desde el principio de los tiempos que Dios hizo que el hombre le dedicara espacios “sagrados” es decir “separados” para el culto y la oración. Cuando Jesús oraba, buscaba siempre un lugar apartado y secreto. Y la Iglesia siguió con esa costumbre desde los primeros siglos.
El hombre necesita tener lugares especiales desde donde dirigirse a Dios, y, como somos seres corporales, necesitamos también que esos lugares “dirijan” nuestros pensamientos y oraciones a Dios. Por eso, también la Iglesia, en todos los lugares de culto, y desde los primeros tiempos, comenzó a utilizar símbolos e imágenes que representaban de algún modo los misterios a contemplar. El pez fue uno de los primeros símbolos usados por los cristianos, porque pez en griego se escribía “??T?S”, y era un acrónimo que significaba ??s??? ???st?? Te?? ???? S?t?? (Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador). Mientras los cristianos eran perseguidos tenían la costumbre de dibujar una curva en la arena o el polvo de los caminos, y si había otro cristiano presente, dibujaba la otra mitad, así ambos sabían que eran cristianos y que podían hablar libremente.
Luego, en los lugares de culto se comenzaron a representar imágenes que recordaban escenas de la vida del Señor y luego crucifijos representando a Jesús en el momento de nuestra salvación. Como Dios había prohibido en el antiguo testamento hacer imágenes (Ex 20, 4-5), muchos cristianos comenzaron a querer combatir esta “nueva” costumbre y se generaron muchas disputas durante los primeros siglos de la cristiandad. El segundo concilio de Nicea (787) zanjó definitivamente la cuestión, afirmando:
«Siguiendo el camino real, fieles al magisterio divinamente inspirado de nuestros santos Padres y a la tradición de la Iglesia católica, pues la reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella, definimos con todo esmero y diligencia, que lo mismo que la de la preciosa y vivificante cruz, así también hay que exhibir las venerables y santas imágenes, tanto las de colores como las de mosaicos o de otras materias convenientes, en las santas iglesias de Dios, en los vasos y vestidos sagrados y en los muros y tablas, en las casas y en los caminos: a saber, tanto la imagen de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como la de nuestra inmaculada Señora, la santa Madre de Dios, y las de los honorables ángeles y de todos los santos y piadosos varones».
Entonces, comenzó un florecimiento del arte sagrado en todo el mundo, y los cristianos comenzaron a tener también en sus casas imágenes sagradas representando a Jesús, a la Virgen, a los santos y a escenas de la vida sagrada. Estos objetos empezaron a ser ayudas para la piedad: así como una foto de un ser querido nos recuerda a ese ser querido (y no amamos a la foto sino al ser querido) las imágenes sagradas nos ayudan a recordar a Jesús, a la Virgen, a los santos y nos ayudan a dirigir nuestra oración con más eficacia.
Dios está presente y actúa en todas partes. Sin embargo, así como en la tierra hay lugares más fértiles y lugares menos fértiles, Dios se manifiesta más en ciertos lugares… pero eso no quita que nosotros no podamos “fertilizar” algunos lugares para que se conviertan en lugares de oración, en lugares en los que sintamos con más fuerza la acción de Dios. Con esa idea, el Padre José Kentenich fundó el movimiento de Schoenstatt, pidiéndole a la Virgen que “se establezca” en un pequeño santuario, para cuidar y proteger a unos seminaristas que tenían que ir a la Primera Guerra Mundial.
Pero además, el Padre Kentenich, pensó que es en los hogares donde se gesta la humanidad y que sería una gran cosa convertir a cada hogar en un “Santuario Hogar”, lugar de santificación personal y familiar. A partir de allí, todos los matrimonios de la obra de familias del movimiento de Schoenstatt tenemos un itinerario de formación para convertir nuestras casas en santuarios. A partir de esa experiencia, se me ocurre que puedo contarles algunos tips para crear un pequeño santuario en sus casas, en sus habitaciones o en sus trabajos.
1. Escoger un lugar ideal
Para poder hacer un buen huerto tenemos que buscar un terreno con buena orientación, al que le dé el sol durante la mayor parte del día. Para nuestro pequeño santuario también buscaremos un lugar donde podamos “estar” con Dios. Tiene que ser un lugar que nos invite al recogimiento y a la oración. Cada uno conoce su casa mejor que nadie, y sabe dónde puede encontrar un lugar donde poder poner este pequeño “santuario”.
2. Escoger las imágenes
Tenemos que escoger imágenes que sean representativas para nosotros, para nuestra familia, para nuestro trabajo. Por ejemplo, si se va a hacer un santuario en el trabajo, y trabajamos en un club, podemos poner una imagen de san Sebastián, patrono de los atletas y deportistas. O si somos maestros podemos poner una imagen de san Juan Bautista de Lasalle. Siempre es bueno que haya un crucifijo y una imagen de la Virgen María bajo alguna advocación a la que seamos devotos.
3. Que la palabra esté presente
Dios se comunica con nosotros de muchos modos. Pero principalmente lo hace a través de su Palabra que está recogida en las Escrituras. Por eso, tiene que haber un Evangelio o una Biblia completa en nuestro santuario. A nosotros nos gusta meditar las lecturas del día y tenemos un Evangelio que tiene un índice con las lecturas del día, para poder leer y meditar qué es lo que nos quiere decir Dios. A otros les gusta abrir los Evangelios al azar y leer el primer párrafo que cae ante su vista, otros van leyéndolo capítulo a capítulo. Cualquiera de estos modos es válido, siempre y cuando lo hagamos asiduamente.
4. Santos, reliquias, devocionario…
Además de las imágenes, de las que ya hablamos, podemos tener reliquias de santos, beatos o siervos de Dios, devocionarios y oraciones que nos ayuden a entrar en contacto con Dios. ¿Qué son las reliquias? Son objetos que estuvieron en contacto durante la vida de estas personas tan cercanas a Dios. Estas cosas nos sirven para “fertilizar más” nuestro terruño de oración. Y tienen un origen escriturístico: «Dios hacía grandes milagros por medio de Pablo, tanto que hasta los pañuelos o las ropas que habían sido tocadas por su cuerpo eran llevados a los enfermos, y éstos se curaban de sus enfermedades, y los espíritus malignos salían de ellos» (Hch 19,11-12).
5. Que no sea un simple adorno, que sea realmente un lugar de oración
Y por supuesto que este es el primer objetivo. ¿Tenemos un lugar de oración? Usémoslo para orar, pero para orar de verdad. Que sea un lugar de encuentro para nosotros, para nuestra familia y nuestros amigos. Que los demás vean el ejemplo y quieran unirse a nosotros en oración. Si lo hicimos en nuestro puesto de trabajo, hagamos una pequeña oración de consagración del trabajo antes de empezar la jornada y una acción de gracias al final para agradecer los frutos recibidos. Que nos vean rezar va a ser un gran acto de evangelización.
Como vemos, los altares pueden estar en todas partes. Pero también es importante prepararnos un “terreno fértil” para encontrarnos con Dios. Es importante hacer de nuestro corazón un santuario vivo, un lugar de encuentro con Dios.
Andrés D' Angelo, catholic-link
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