Este misionero, entonces alejado de la Iglesia, tuvo un éxtasis cuando estaba secuestrado
Marino Restrepo lleva más de 20 años evangelizando sin descanso, como si cada día fuera el último. Lo hace a través de la asociación “Peregrinos del Amor”, centrada en este anuncio del Evangelio, y por el cual ha predicado ya en más de 90 países.
Esta urgencia surgió en él un día que jamás podrá olvidar. Tras llevar 33 años alejado completamente de la Iglesia, asiduo a la New Age y con problemas con el alcohol y las drogas, Restrepo volvió a su Colombia natal donde fue secuestrado por guerrilleros de las FARC. En pleno cautiverio y cuando pensaba que no sobreviviría tuvo una espectacular experiencia mística. Vio el infierno en toda su realidad, el poder del demonio y de los espíritus del mal, pero también se le mostró el cielo y su “luz extraordinaria”.
Esta experiencia le transformó desde ese instante y para siempre. Aunque siguió secuestrado cinco meses más se sentía más vivo que nunca. Y tras ser liberado tuvo claro que su vida debía estar en servir únicamente a Dios. Ahora en un extenso testimonio explica a Religión en Libertad los detalles más profundos de su vida de perdición, su posterior secuestro y esta experiencia mística que le sacó del abismo y le acabó convirtiendo en un misionero itinerante.
Nueva Era, alcohol, drogas...
Restrepo cuenta que nació en una familia católica, siendo el sexto de diez hermanos. Hasta los 14 años creció viviendo las tradiciones católicas hasta que fue enviado a Bogotá a continuar con sus estudios. En plena revolución de los 60, este adolescente pronto cayó en el estilo de vida hippy, el orientalismo, las drogas, el movimiento proaborto y todo lo relacionado con la revolución sexual en marcha.
“Pasaron pocos meses y dejé la fe católica. Me embarqué en una vida entregada a la Nueva Era”, cuenta este misionero, que recuerda que desde aquel momento entró en una “realidad oscura y peligrosa”.
Poco a poco se fue introduciendo en este tipo de vida, adentrándose más en la magia, el ocultismo y la numerología. Y así fue como se trasladó a Alemania para completar sus estudios, especializándose en composición musical. Siete años después, ya con mujer y dos hijos, se trasladó a Los Ángeles donde en el mundo del espectáculo consiguió mucha fama y dinero.
“Me centré en el dinero, la fama y el poder. Esos eran mis dioses. Vivía encantado con esto y nadie en todos estos años me habló de Dios”. Así llegó el año 1997 donde viajó a Colombia a ver a su familia, llena de sufrimiento en ese tiempo tras la muerte en un corto periodo de tiempo de su esposa, dos de sus hermanos y sus padres. Sus cuatro hermanas vivían este duelo cristianamente, pero él que creía en la reencarnación lo veía desde otro prisma.
Secuestrado por las FARC
Fue este viaje el que dio un vuelco total a su vida. Una de sus hermanas le pidió que por favor le acompañara a la Novena de Navidad del Niño Jesús, pues gracias a ella se podía conseguir una gracia especial. “Para mí, que era materialista, pensé que gracia era algo parecido a suerte. Le pedí un cambio de vida aunque obviamente lo que pedía eran más cosas del mundo. Sin embargo, él me cambió la vida en esa Navidad, pero a su manera”, cuenta Restrepo.
Marino fue secuestrado por la narcoguerrilla de las FARC y trasladado a la selva
Esto ocurrió el 25 de diciembre de 1997. Tras un día entero de fiesta y emborrachándose se fue a dormir a la plantación de café de un tío suyo, pero al llegar de repente fue asaltado y secuestrado por seis guerrilleros de las FARC.
Amordazado y encapuchado, Marino fue llevado a la selva y encerrado en una cueva llena de alimañas. De los seis meses de cautiverio, los 15 primeros días los pasó allí pensando que no sobreviviría, pues el jefe le había dicho que le matarían sí o sí.
La experiencia mística que transformó su vida
Entonces se produjo este éxtasis. Aunque su cuerpo seguía en la cueva, él se vio a la edad de 3 años jugando en el patio de su casa y así fue reviviendo toda su vida, así hasta que pasó “algo doloroso”. “En esos 33 años alejado de Dios mi conciencia se había dormido. Pero de pronto esta conciencia se había despertado. Era un gran dolor espiritual, pero era increíble ver las consecuencias del pecado”, relata Marino, señalando que esto iba aumentando según avanzaba su vida pues los pecados eran mucho mayores.
“De pronto ocurrió algo más misterioso. Lo primero fue una iluminación de la conciencia. De pronto, aparecí en no en la cueva sino bocabajo en una montaña, donde había un silencio perfecto. Cuando levanté la cabeza vi el firmamento, la majestuosidad de la creación. Nunca había visto algo como esto. Miré hacia adelante y vi otra montaña más alta. La cima estaba cubierta de niebla, y poco a poco se fue desvaneciendo. Cuando desapareció me encontré contemplando la ciudad más extraordinaria de luz”.
La voz de Dios y la visión de sus pecados
Estas dos montañas no estaban conectadas entre sí, y en ese instante Marino escuchó una voz que provenía de todas partes. Era –explica- “una voz llena de amor, compasión y misericordia. Cuando me habló en ese instante sabía que era la voz de Dios”.
Este predicador asegura que Dios le explicó el momento en el que Marino se alejó de Él. “Me fue mostrando cómo me fui internando en el pecado y deslumbrado por el mundo entró el espíritu del mal. Después de haberme contaminado con todo esto el demonio comenzó a entrar con una fuerza terrible”.
En ese recorrido por su vida, Dios siguió mostrándole el momento en el que “la autoridad demoníaca empezó a manejarme y me vendió el mundo y estas pasiones por las cosas temporales, haciéndome un instrumento de esto”.
La importancia de los sacramentos
A continuación, el Señor le habló de la Iglesia y le dijo: “La Iglesia Católica es mi Iglesia, la única Iglesia. Pero la salvación es para toda la humanidad”. Y a continuación le mostró el sacramento de la confesión, “el arma poderosa que nos permite mantener la amistad con Dios”. En este punto, Marino pudo ver “algo terrible” y que era ver que el pecado mortal “es una persona, un nombre propio” y que “cuanto más tiempo estemos en ese pecado más espíritus de esa legión vienen a nuestra vida. Cada día hay una batalla por nuestra alma”.
Después Dios le mostró la fuerza de la Eucaristía. “Me presentó la realidad de la misa, de la consagración de las especies. Cada vez que se celebra la Eucaristía disminuye la fuerza del demonio contra las almas. Si somos católicos preparados para recibir la Eucaristía y somos instrumentos eucarísticos de reparación, al llegar al altar y recibir la Eucaristía nos convertimos en antorchas de luz. Somos sagrarios vivos por donde vamos y los demonios huyen por donde pasamos. Bendecimos los lugres por los que pasamos”, señala Marino Restrepo.
Una visión del infierno
A continuación ocurrió uno de los momentos más extraordinarios de este éxtasis, el hecho de poder ver el cielo, el infierno y las almas purgantes. “Aparecí en un lago en el que el agua me llegaba a la cintura. Al frente vi una roca preciosa color oro viejo, era muy grande y arriba veía una cabeza que miraba de lado".
Luego en el lago vio una bruma y de ellos salían los espíritus del mal. “Eran cientos de ellos y cuando miraba a alguno de ellos veía perfectamente el pecado. Si no hubiera tenido pecados no estarían en ese lago. Pero eran 33 años alejado de la Iglesia”, recuerda.
A renglón seguido, Marino vio como “Satanás tenía trazada mi vida perfecta hacia un abismo. En ese abismo pude ver perfectamente el infierno. Es imposible describir lo que vi en ese abismo, es algo espantoso”.
Las almas purgantes y el cielo
Al otro lado, sin embargo, pudo ver a las almas purgantes. “Estaban ascendiendo poco a poco hacia la luz, que estaba encima de la roca. Estas almas a pesar de las complicaciones estaban resolviendo lo que quedó sin resolver en la vida terrena. Son preciosas a pesar de que muchas parecían como deformes y no tenían claridad. Pero estaban llenas de amor”, explica
Encima de Marino estaba su ángel guardián, que le mostró más cosas de aquel lago. Entonces, cuenta que “después la roca se llenó de manera extraordinaria de luz. Era la misma luz que vi en esa ciudad de la montaña. Sabía que esa luz era Jesús. Miré hacia el lago porque no podía mirar esa luz. Luego sentí una presencia y miré de reojo y vi que era la Virgen”.
En ese momento salió del éxtasis y volvió a la cueva en la que se encontraba secuestrado. Sabía que había vivido algo extraordinario. “Estuve cinco meses y medio más secuestrado. Yo ya era una persona transformada, pero en ese momento no sabía cuánto”. Ahí empezó la vida de este predicador y evangelizador incansable.
Javier Lozano / ReL
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