Ante la dura exigencia del ganarse la vida y la educación de los hijos, los esposos pueden descuidar su relación afectiva. Como le sucedió a este matrimonio que nos comparte su experiencia.
Soy asesor de empresas y con frecuencia recurro al término sinergia que hace referencia a la capacidad de trabajar en equipo por parte de dos o más personas para encontrar una mejor solución que aquella que se lograría por cuenta propia. Es decir: no es tu forma o la mía, sino una mejor, una más elevada.
“¿Cómo te fue?”, suele preguntarme mi esposa cuando regreso de una de mis “magistrales conferencias”. “¡Magnífico! Seguí tus sugerencias y casi me sacan en hombros!”, le respondo entusiasmado. Y ella termina esbozando una amplia sonrisa.
No era así hace un tiempo, ya que cuando me ufanaba de mis aptitudes de experto en comunicación, mi esposa se me quedaba viendo con la expresión de quien analizara el perfil de un sapo. Tenía sus razones.
Y es que a mí se me podía aplicar el dicho: “Candil de la calle y oscuridad en la casa”, pues yo, un “experto” no estaba comunicándole mi cariño.
Empecé a preocuparme cuando un día en cierto lugar público quise tomarla de la mano y la retiró con discreción. Luego, empezó a poner cara de enfado cuando yo le contaba tal anécdota; a reclamarme por mis tiempos de trabajo o salidas con mis amigos; y con frecuencia, a expresar celos sin razón alguna. Al menos así lo consideraba, pues le era fiel, responsable y muy trabajador.
Y llegamos a un enfriamiento tal en la relación que ella reaccionó volcando todo su amor en nuestros nuestros hijos. A mí no se me ocurrió otra cosa que refugiarme en el trabajo y en el alcohol.
Por fortuna recomenzamos.
Para evitar reincidir en lo que consideré el problema, pretendí atacarlo haciendo un chequeo de la calidad de mi amor, con un formato que me saqué del manga, parecido al que uso en el diagnóstico de clima organizacional en las empresas.
Eran cuatro preguntas puntuales en las que para entonces estaba seguro de sacar un diez.
Estas fueron:
- ¿Cumplo con todas las responsabilidades como principal proveedor de todo lo materialmente necesario para el hogar? Respuesta: sí.
- ¿Me involucro satisfactoriamente en las labores domésticas? Respuesta: sí.
- ¿Me implico totalmente en la educación de los hijos? Respuesta: sí.
- ¿Te sabes amada por mí? Respuesta: Sí, pero no lo siento.
Ella se sabía, pero no se sentía amada. Se volvían a encender los focos rojos. ¿Qué pasaba?
Un mal día le hice la observación de que ya no se arreglaba igual que antes, ¡Jamás lo hubiera hecho! Pues eso detonó en “un dime y te diré” que nos asustó.
Le pedí entonces que solicitáramos ayuda profesional, en donde nos quedó claro que teníamos problemas de incomprensión, agravados por una mala comunicación que mi esposa confundió con falta de amor, perdiendo la confianza.
No fue fácil recuperarla, pues hizo falta mucha humildad para reconocer errores como:
- Adoptábamos una actitud crítica ante el menor conflicto.
- Con frecuencia sumábamos a ello una emocionalidad inútil y dañina.
- No sabíamos corregirnos con delicadeza y terminamos reprimiendo nuestros pensamientos y sentimientos.
- Pasada la tormenta, después del enfado seguía la ardua tarea de desenfadarnos, tras más de una vez habernos ofendido, algo que iba dejando pozo, de tal forma, que cada vez tardábamos más en reconciliarnos.
- Por todo lo anterior no conciliábamos nuestros respectivos puntos de vista ante situaciones o problemas que requerían de nuestra mutua ayuda, de acuerdo a nuestras capacidades naturales.
- Por lo que estábamos afectando y desaprovechando uno de los nobles fines del matrimonio: la complementariedad y mutua ayuda.
Lo más grave:
Yo consideraba que era suficiente con que mi esposa se supiera amada, pues en mi psicología de varón no entendía que por mis incomprensiones, le estaba haciendo pensar y sentir que ya no me gustaba, que en mí no despertaba ya emociones y que la había empezado a dejar de amar.
Afortunadamente estamos recomenzando por el camino correcto, poniendo en el centro de todo el valor de nuestra relación afectiva y velando por mantener la confianza en nuestro amor.
Amo profundamente a mi esposa y soy consciente de que debo ayudarle a mantener una actitud positiva hacia sí misma, segura de merecer ser amada. Estoy seguro de que ella también desea lo mismo para mí.
Es posible distinguir tres tipos de amor humano:
- Gustarse: apela a lo corporal
- Querer: algo más emocional, afectivo, propio del corazón
- Amar: definitivamente volcado a la esfera más espiritual del hombre, al alma).
Lo ideal sería que los esposos se gustasen, se quisiesen afectivamente y cuidaran de su amor personal.
Por lo contrario, se pueden encontrar tres tipos de egoísmo:
- físico: acaparamiento sexual
- afectivo: afán posesivo
- espiritual: orgullo.
Artículo realizado por Orfa Astorga, responsable del Consultorio Matrimonial y familiar de Aleteia. Consúltanos en: consultorio@aleteia.org
Vea también: ¿Qué tienen en común el sexo en el matrimonio y la santa misa?
Y: La evangelización de la sexualidad: ¡para la alegría de los esposos!
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