Es crucial tener una relación sana y fuerte en la que el niño pueda acertar, equivocarse y sentirse querido tal y como es
Es en el hogar donde los niños experimentan los afectos verdaderos e imprescindibles para construir su vida. El amor que perciben desde la más tierna infancia les hace sentirse acogidos, respetados, comprendidos y alentados. Es la base de la confianza que sienten hacia sus padres, un valor esencial para la educación de los hijos.
La confianza se obtiene en el trato cotidiano del niño con aquellos que le cuidan y protegen
Alimentarla cada día es fundamental pues, aunque crezcan y sean más autónomos, servirá de “salvavidas” para cuando surjan los conflictos. Los niños necesitan contínuamente el afecto y apoyo incondicional de sus padres. Es la clave para desarrollar una sana autoestima. Y es que la imagen que vamos construyendo de nosotros mismos es el reflejo que nos devuelven nuestros seres más queridos. Un vínculo estrecho hace que el niño se sienta bien consigo mismo y se sienta querido, simplemente, por existir y por ser quien es.
De la mano de la autoestima
Esta autoestima es sana y más sólida que aquella que se fundamenta, como sucede en demasiadas ocasiones, en las cosas que uno hace bien o mal. Mucha gente cree que el único camino para obtener una alta autoestima alta es reforzar sus conductas positivas y alabar aquello que hace bien para que el niño se sienta bien consigo mismo. Es cierto que esto puede ayudarle a mejorar la percepción de sí mismo, pero en el momento en que se equivoque puede sentirse defraudado consigo mismo y creer que puede perder el amor de quienes le amaban cuando hacía las cosas bien.
Por esta razón lo importante es tener una relación sana y fuerte en la que el niño pueda acertar, equivocarse, portarse bien y portarse mal y no se sienta menos querido por ello. El amor no tiene que ver con lo que nos gusta o no nos gusta de nuestros hijos.
Conviene tener claro también que gracias a la confianza el hijo asocia a sus padres con sentimientos de seguridad, afecto y tranquilidad. Pero, ¡cuidado! Se trata de un valor muy frágil que puede perderse por culpa de imprudencias, de traiciones, de distanciamientos, de olvidos o de dudas.
Para obtener esa anhelada confianza es necesario crear espacios de intimidad con nuestros hijos, dedicarles tiempo e implicarnos activamente en conseguir su bienestar, en escucharles y en abrazarles.
Algunos consejos para potenciar la confianza con los hijos
- Enseñarles a establecer y a respetar los límites. Ayudar a los niños a reconocer el derecho que tienen a no permitir que les hagan daño y el deber de no hacer daño a los demás, les enseña a poner límites sanos en sus relaciones y les permite confiar en que no se harán daño ni serán blanco de agresión o maltrato. Cuando el niño interioriza sus límites aprende a respetarse a sí mismos.
- Ayudarles a cumplir. Enseñarle a ser puntual, entregar sus tareas a tiempo, asistir a las actividades que ha elegido, terminar lo que ha comenzado y cumplir con lo que se ha comprometido, permite que los demás confíen en él y le enseña a confiar en sí mismo, a saber qué puede hacer y qué no. El ejemplo de los padres es fundamental: si ellos cumplen con lo que se comprometen los niños también lo harán.
- Permitirles hacerse cargo. Se puede confiar cuando los padres y los hijos se hacen cargo de lo que les corresponde. Hay que dejar que los niños tomen algunas decisiones, reconozcan y acepten lo que hacen, piensan y sienten. Acompañarlos en el proceso de tomar decisiones, de acuerdo con su edad, los prepara para enfrentar los errores y las dificultades de la vida y confiar en que pueden hacerlo. Aprender a reconocer cuándo se equivocan, disculparse, perdonar y reparar sus faltas es necesario para valorarse a sí mismos y construir relaciones sanas con los demás. Una cosa importante: los adultos también deben disculparse con los niños.
- No mentirles. La mentira, aunque la llamemos piadosa, hace daño a las relaciones. Cuando los padres mienten a los niños destruyen la confianza que existe entre los dos. No se trata de contarles todo. Hay que tener en cuenta lo que les corresponde saber de acuerdo a su edad y, en lugar de mentirles, aclararles que son temas de adultos. Si los padres dicen mentiras frente a los niños, les enseñan que está bien hacerlo para no sentirse mal o hacer sentir mal al otro. Es fundamental que los niños aprendan a ser honestos con ellos mismos para que puedan reconocer sus sentimientos, fortalezas, fallas y limitaciones.
- Fomentar la comunicación. Mantener el diálogo abierto y sincero con los niños, escucharles para entenderles, disfrutar de sus historias y permitirles preguntar construye la confianza. Es importante que los padres encuentren el tiempo y el lugar propicio, donde todos se sientan cómodos y tranquilos para hablar sin interrupciones. Recibir lo que el niño dice sin molestarse ni juzgar, comprender que no siempre le es fácil contar lo que ha sucedido y que lo que necesita es ayuda. Los niños tienden a confiar más en los padres que comparten sus experiencias con ellos.
- No contar lo que ellos nos cuentan. Con frecuencia los padres comentan con otras personas las historias y vivencias de los niños sin darse cuenta de que al hacerlo están afectando la confianza que existe entre los dos. Cuando el niño descubre que su relato no fue guardado como esperaba, se siente traicionado y puede dejar de compartir sus experiencias con ellos.
- Ser comprensivos. No supongas que el niño ha actuado con la intención de hacer daño, molestar a sus padres o que le vaya mal. No quiere equivocarse a propósito; trata de entenderlo, buscar las causas de su comportamiento, ayudarle a encontrar soluciones y a afrontar la situación. Cada uno debe poder expresar cómo se siente y lo que espera del otro. Ayúdale a aceptar sus errores y a identificar lo que puede cambiar para que la experiencia no se repita. Esto le enseña a confiar en sí mismo y en los demás.
Artículo realizado en colaboración con Javier Fiz Pérez, psicólogo, profesor de Psicología en la Universidad Europea de Roma, delegado para el Desarrollo Científico Internacional y responsable del Área de Desarrollo Científico del Instituto Europeo de Psicología Positiva (IEPP).
Blanca de Ugarte, aleteia
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