Pasamos la noche pascual en familia y rodeados de jóvenes. Mi mujer y mis tres hijos, en Oviedo, con otros 100 jóvenes y con una vela en la mano de cada uno, celebrando que Jesús había resucitado y que su luz impregnaba cada uno de los rincones de nuestras vidas. No había pensamiento, sentimiento, rincón, sueño, proyecto, recuerdo, anhelo, emoción… que no quedara bajo el paraguas de la Resurrección.
El tiempo pascual es un tiempo idónea para celebrar en pareja. El día a día nos consume de tal manera que es bueno, llegada esta hora, celebrar con Cristo que también nuestro matrimonio y nuestra familia está llamado a dar vida plena, a ser testigo del Amor, a ser baluarte de la Verdad que vence todo mal. ¿Cómo hacerlo? ¿Hay que ser santos para conseguirlo? ¿Hay que tener una familia fuera de serie para salir en la portada de algún medio católico, como ejemplo de familia cristiana? No. Rotundamente no. Simplemente hay que abrirse al don recibido y vivir agradecidos desde ahí.
El tiempo de Pascua es un tiempo ideal para recuperar la alegría de estar y vivir juntos una existencia compartida desde el amor. Es mirarnos el uno al otro, reconociendo el bien que cada uno ha traído a la vida del otro. Es dar gracias por habernos conocido y por seguir renovando nuestro compromiso cada día. Es tiempo para reír juntos, para revisar algunas fotos familiares, para contar historias a la hora de la cena, para decirnos lo que nos gusta el uno del otro.
Son días especialmente propicios para hacer alguna escapada solos. No tiene por qué durar días. A veces basta con una cenita o una buena película en el cine. Los niños se quedan encantados con algún abuelo, tío o niñera. Pero es tiempo para disfrutar de la mutua compañía, para degustar la maravilla de estar juntos, de pasarlo bien juntos, de salir del mundanal ruido diario, colgar las botas de trabajo y ponerse guapos para el otro.
La Pascua es tiempo para darse luz mutuamente, para decirnos cosas bonitas. Si no nos las hemos dicho nunca, ole por la originalidad. Si nos las hemos dicho muchas veces… pues como si fuera la primera vez que las escuchamos. ¡Hay tantas cosas buenas del otro que nos podemos decir y que normalmente no nos decimos! Ahí están. Forman parte de la rutina, de la normalidad. ¡Pues no! ¡Saquémoslas a la luz! Qué bien te ha quedado este plato, que bien te queda ese jersey, cómo me gusta mirarte cuando lees, me encanta que tararees música por el pasillo, me gusta tu olor cuando sales de la ducha, qué bien tratas a tus padres, me enamoras cuando estudias con tus hijos, me encantan tus ojos, me estremecen tus caricias…
Y sin querer alargarme más, sólo recordar que es bueno también rezar juntos en este tiempo de Pascua. Y si no eres creyente, pues un ratito compartido en silencio o de un pequeño compartir íntimo. ¿Cómo andan nuestros sueños? ¿Soy feliz? ¿Estoy inquieto? ¿Hay algo que me haga sufrir? ¿Tenemos que cuidar mejor algún aspecto común? ¿Qué querrá Dios de nuestras vidas? ¿A quién nos enviará como familia? Rezar juntos, poner la vida gastada en común delante de Dios y seguir ofreciéndola para que Él haga de ella lo mejor para otros. Seguir siendo familia que descorre las piedras de sus tumbas para salir ahí afuera y llenarlo todo de buen aroma.
¡Feliz Pascua a todos! ¡Aleluya!
Un abrazo fraterno – @scasanovam
Santi Casanova, aleteia
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