Mientras que el adolescente es más rebelde y rechaza las ayudas que se le ofrecen en casa, para confiar ciegamente en sus amigos, ocasionando cambios a los que los padres tanto temen enfrentarse.
¿Hasta qué punto la sensación de riesgo y adrenalina puede llegar a nublar el juicio de los jóvenes? ¿Se sienten invencibles? ¿No tienen límites? ¿Son capaces de cualquier hazaña? Lo cierto es que los adolescentes de 12 o 13 años, sí son conscientes de su vulnerabilidad y limitaciones, aunque no lo quieran manifestar. Sin embargo, muchas veces arriesgan su integridad, en beneficio de la sensación de placer que pueden extraer de la situación, más que escuchar a la voz de su razón. Es fundamental que los padres tengan claras algunas nociones básicas a la hora de vivir con ellos.
En vez de alejarse – dejándolos “tranquilos” para que no se sientan presionados – resulta más bien imprescindible que se sientan acompañados y apoyados en todas sus necesidades, lo que reforzará una confianza mutua. No se trata de invadir sus espacios y limitar sus anhelos. Más bien, se trata de transmitir a los jóvenes la seguridad y la libertad suficientes para sentirse libres de conversar cualquier preocupación que puedan tener. Eso no se logra preguntándoles todos los días “¿Qué has hecho hoy?”, pero sí con una actitud de compañía, de hacerlos sentir acompañados; que sepan que hay un alguien que los ama, que los quiere y que están dispuestos a hacer lo que fuese necesario para su propio bien. Esa “compañía silenciosa” – la llamo yo – le da al joven el “colchón afectivo” que necesita, para superar situaciones, que por su propio orgullo y afán de “libertad personal” ya no pueden superar. Para esto, vale la pena decir a los padres, que todavía tienen hijos pequeños que hay cosas fundamentales en la que deben formar a los hijos. Dentro de varias están: la humildad y reconocimiento de las propias limitaciones; la confianza; la apertura y transparencia; la honestidad. Cualidades imprescindibles para “mantener una canal abierto” cuando estos chicos ya sean adolescentes. Lo digo, pues no es poco común, que un padre, a los 13 o 14 años de su hijo, “recién” se pregunte: “¿Qué le pasa a mi hijo?” Claro, si mientras pasaban los años, nunca existió esa preocupación ya descrita, es totalmente comprensible, que el adolescente no quiera la ayuda de los padres, cuando realmente la necesite.
La niñez, así como la adolescencia son dos momentos claves en la vida. Momentos en los que la persona descubre respuestas importantes para su vida y sobre esos “fundamentos” construirá su forma de vivir. Asumir riesgos es una cualidad que no tiene por qué ser considerada maliciosa a priori. En los más pequeños se traduce como una manera de poner a prueba sus límites y, a pesar de que surge en los padres un inevitable instinto para protegerlos de cualquier daño, son esas caídas, raspones en la rodilla y chichones en la cabeza los que les ayudan a superar sus miedos. El niño confía en sus padres y acepta su ayuda. Como se puede apreciar, a esta edad, los padres todavía juegan un rol decisivo en la vida de sus niños. Mientras que el adolescente es más rebelde y rechaza las ayudas que se le ofrecen en casa, para confiar ciegamente en sus amigos, ocasionando cambios a los que los padres tanto temen enfrentarse. El afán por ser uno más del grupo, por quedar bien ante los amigos, nubla muchas veces el buen juicio de los jóvenes, que se arriesgan a regañadientes para evitar ser excluidos. Ese “pertenecer” a un grupo, les confiere la identidad que tanto están buscando. La falta de autodominio y fortaleza de estos adolescentes hace que predominen estas malas decisiones frente a un comportamiento más meditado. Debe entenderse que, a esta edad, el joven busca afirmarse en su propia identidad, lo cual necesariamente conlleva cierto distanciamiento de los padres. Pero no como un rechazo, sino más bien, como un suerte de mecanismo psicológico de “auto identificarse”. Permanecer en el “ámbito” de los padres, no lo permite “hacerse” un hombre o mujer, que se vale por sí mismo.
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Una parte de la labor de los padres durante la temida “edad del pavo” es conocer el mundo de sus hijos fuera de casa, sobre todo en lo que se refiere al entorno que les rodea. Las diversiones que comparten, las películas que les gustan y las amistades que frecuentan pueden resultar datos reveladores para que se impliquen y tengan la posibilidad de evitar tragedias. Esto, obviamente no es fácil. Implica de los padres mucho compromiso, involucración, dedicación, sacrificio por “entender” las complejidades de sus vidas, pero sin entrometerse. Promover una comunicación sincera con estos, más allá del “¿a dónde vas?”, “¿con quién?” y “¿cuándo vuelves?” . Pasar tiempo con los hijos puede parecer, en principio, una medida evidente, pero su eficacia es notable cuando se incluye una conversación sincera en la que los padres les expresen algunas de sus preocupaciones personales y los hijos, a su vez, les pidan consejo, con lo que se consigue que los adolescentes se sientan apreciados y comprometidos.
Qué importante es que los adolescentes se conozcan a sí mismos “en lo referente a capacidades y limitaciones personales”, además de ser rebeldes y contestones, introvertidos o vergonzosos, inquietos o tranquilos, populares o solitarios…cada uno responderá con un ritmo y un carácter propios que dictará la forma en la que se desenvuelvan en ese camino hacia la madurez. En esto, cómo ya lo decíamos, los padres tienen un rol protagónico. Es más, ese tiempo de la adolescencia se “complica”, pues hoy en día presentan una prolongación de la inmadurez propia de estas edades y la causa principal no deriva del ámbito individual, sino del cultural y social que les rodea. Internet se posiciona como un nuevo canal que les presenta las imprudentes hazañas de miles de usuarios que son premiadas con millones de “likes” y que hacen populares prácticas nada favorables.Ahora, simplemente vale la pena entender, la equivocada manera como Internet proporciona la aceptación de los amigos, retrasando así muchísimo la propia madurez personal. Es decir, uno madura, en la medida en que aprende a poner su valor en lo que realmente vale la pena. Por ejemplo, ¿cuánto me esfuerzo por ayudar y servir a los demás? Esta es tan sola una pregunta, pero creo que deja claro, como la autoafirmación por medio de Internet es algo que no tiene contenido y asidero en lo real, ¿cuánto vale un “like”? ¿Cuánto significa un “seguidor?”
Para resumir, lo padres no deben desistir, o “tirar la toalla” cuando sus hijos llegan a la “edad del pavo” y tienen actitudes jamás vistas. Es parte normal de su desarrollo psicológico personal. Es cuando más necesitan su compañía. Pero de modo distinto, no como el niñito que se puede lastimar su rodilla, sino como alguien que está buscando respuestas trascendentales para su vida. Generar el ámbito de confianza y cercanía es clave, para que sus hijos descubran papás que pueden ayudarlos en ese camino hacia la felicidad.
Artículo del Centro de Estudios Católicos originalmente publicado en Conectacec
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