Para el mundo son Inés y Antonio. Ella, paralítica; él, ciego. Pero en sus
casas son una madre y un padre: cuidan de sus hijos, se ocupan de las
tareas del hogar y, en definitiva, se las ingenian para sacar adelante a
sus hijos, como unos padres de familia más. Así comienza Marta Peñalver
un artículo en la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más
leída por las familias católicas de España.
Inés tenía 16 años cuando sufrió un accidente de tráfico que cambiaría su vida para siempre. “Piensas que esas cosas no te pueden pasar a ti”, cuenta. No sin dificultad, superó el duelo de haber perdido la movilidad de sus piernas, y hoy está casada y es madre de “tres hijos en la tierra y tres más en el Cielo”.
Cuando se casaron, hace 9 años, Inés y Daniel no tenían claro cómo afrontarían su posible paternidad. Ella podía tener problemas para concebir y, en caso de quedarse embarazada, suponían que no sería fácil. Sin embargo, siempre confiaron en que Dios iría por delante. “Mi primer embarazo lo vivimos con interrogantes, pero tranquilos, y finalmente todo salió bien”, relata. Después vinieron dos hijos más y dos embarazos que no llegaron a término.
Cuando nació su primer hijo tuvo que adaptarse y “buscarme las habichuelas”. “Cuando eran bebés, me ataba el cojín de lactancia a la espalda y los llevaba recostados en mi regazo, ¡iban encantados! Más adelante los llevaba sentados en mis piernas y, cuando empezaban a andar, usaba un arnés con el que iban enganchados a la silla de modo que no podían ir muy lejos”.
Cuando le preguntamos cómo afronta el día a día, contesta entre risas: “Pues como cualquier madre”. Ante todo, recuerda que se complementa con su marido a la perfección. Y asevera: “claro que tengo más dificultades que si pudiera andar, pero no lo pienso a diario, tiro para adelante con las circunstancias que Dios me ha puesto porque sé que Él me da fuerzas para superar el día a día”.
Ver a los hijos con el corazón Antonio y Marina son padres de 9 hijos, entre los 22 y los 8 años. A la singularidad de una familia tan numerosa se añade que Antonio es ciego desde los 18 años, cuando una enfermedad degenerativa le robó la vista para siempre. “Me levanté una mañana, encendí la lámpara y pensé que se había estropeado; entonces subí la persiana de mi habitación y en ese momento lo supe: me había quedado ciego”, cuenta. Conoció a Marina cuando ya no podía ver y así ha criado a sus nueve hijos.
Cualquiera que lo observe en familia diría que no es posible que no vea nada, pues se mueve como si sus ojos le fueran mostrando el camino: sabe dónde está cada uno de sus hijos y los señala con toda naturalidad.
Antonio cuenta como él y su familia se han ido adaptando a cada situación. “Cuando les daba de comer a mis hijos, ellos enseguida aprendían que yo no les llevaba la cuchara a la boca, sino que eran ellos los que tenían que venir a buscarla”. Asegura que no verles no le ha impedido reconocerlos también físicamente: “Me encantaba bañar a mis hijos, peinarlos, echarles crema… Esos gestos me ayudaban a ir viendo cómo iban creciendo”.
Aunque explica que hay cosas que se ha perdido, como “las expresiones, los gestos, la comunicación visual…”, afirma que, por otro lado, tiene “una relación más profunda, un conocimiento mayor de la personalidad de unos y otros, y de sus necesidades. En vez de en su aspecto físico, me fijo en cómo son, y soy capaz de ver cuándo están mejor o cuándo me necesitan…”.
Vivir con el interior Antonio no duda de que su enfermedad le ha hecho más fuerte para afrontar los problemas del día a día. “La discapacidad –dice– me ha ayudado a saber que dependo de Dios, y a darme cuenta de que la vida es tal cual Dios la ha preparado para que yo sea feliz; aquí, y, sobre todo, en la eternidad. No ver me impide hacer cosas que como padre me hubiera gustado hacer, pero, en el fondo, la vida la vives en tu interior”.
Y continúa: “Yo no estaba preparado para casarme y tener hijos, pero Dios me regaló una mujer que es un ángel, y confió en mí para tener 9 hijos; eso es increíble”. Por eso, afirma rotundo que “la familia es una escuela de vida al cien por cien”.
Rel
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