La ira entrenada en la virtud puede aportar grandes cosas al reino de la justicia y el amor
Aunque la ira puede convertirse fácilmente en una pasión que nos consume, no es inherentemente malvada. Como explica el catecismo, «las pasiones son elementos naturales del psique humano».
De hecho, santo Tomás de Aquino dijo: «La falta de la pasión de la ira también es un vicio». Y citó un documento normalmente atribuido a san Juan Cristósomo que dice: «Peca quien no se enfada cuando tiene causa».
Ciertamente hay mucho por lo que estar justamente enfadado en nuestro mundo, y los cristianos debemos responder al mal y a la injusticia con un enojo santo que nos impulsa a la oración y a la acción.
Debemos resistir la tentación de acostumbrarnos tanto al mal que dejemos de estar indignados; por el contrario, tampoco debemos dejar nunca que nos consuma la ira justa.
Mientras buscamos responder correctamente ante la ira, santos que no tuvieron miedo de gritar en defensa de la justicia pueden acompañarnos e interceder por nosotros.
Santa Eulalia de Mérida (292-304)
Era una dulce virgen consagrada de 12 años que fue ultrajada por la persecución de los cristianos.
Aunque sus padres intentaron evitar que se enfrentara a los oficiales involucrados en la persecución, Eulalia se escapó y fue a la ciudad, donde reprendió al juez y a sus soldados por su idolatría y por intentar desviar a los cristianos, gritando finalmente: «¡Hombres miserables! ¡Bajo mis pies pisotearé a vuestros dioses!«.
Procedió a escupir al juez en la cara y a patear sus ídolos y fue martirizada por su arrebato.
San Nicolás (270-343)
Nicolás no estaba inclinado a expresar un carácter fuerte, y no solo en el (quizás apócrifo) asalto al hereje ario en Nicaea.
Una vez, volviendo de un viaje se enteró de que tres hombres habían sido sentenciados a muerte.
Nicolás corrió a la ciudad, alcanzando a los condenados justo a tiempo para tomar la espada de las manos del verdugo y liberarlos antes de recorrer la ciudad para reprender al gobernador, quien había condenado a los hombres a cambio de un soborno.
«¡Sacrílego derramador de sangre!«, gritó. «¡No lo olvidaré ni te perdonaré!». Cuando el gobernador se arrepintió y perdonó a los hombres, el obispo Nicolás se alegró de que su justo enojo hubiera dado fruto y perdonó al gobernador.
Santa Columba Ki Hyo-im (1814-1839)
Era una virgen con votos coreana. Arrestada por su fe junto con su hermana santa Inés Kim Hyo-ju, fue desnudada, torturada y lanzada a una celda con los peores prisioneros masculinos.
Cuando finalmente fueron llevadas frente a un juez y condenadas a muerte, Columba describió el acoso que habían soportado con una ira apenas oculta.
«Ya sea la hija de un noble o una plebeya», dijo, «la castidad de una mujer joven debe ser respetada. Si quieres matarme de acuerdo a las leyes del país, aceptaré de buena gana el castigo. Sin embargo, no creo que sea correcto tener que sufrir insultos que no forman parte de la ley y me opongo a ellos».
El juez mandó castigar a los responsables, pero Columba e Inés fueron martirizadas de la misma forma.
Francisco de Paula Víctor (1827-1905)
Fue el primer sacerdote negro brasileño. Aunque respondió mansamente al racismo que soportó a lo largo de su vida como niño esclavo, seminarista e incluso sacerdote, su disposición a poner la otra mejilla se extendía solo al abuso de sí mismo, no al de otros.
Una vez, una multitud de hombres armados llegó a la ciudad con la intención de quemar la casa de un abolicionista que estaba dando cobijo a esclavos fugitivos.
Víctor se puso en la entrada de la ciudad sujetando un crucifijo para enseñarles la cara sangrienta de su Salvador, quien se había convertido en un esclavo por ellos.
«¡Entrad!» gritó. «¡Entrad! Pero por encima del cadáver de vuestro sacerdote». Se contuvieron y muchas vidas fueron salvadas esa noche.
Emilian Kovch (1884-1944)
Era un cura católico ucraniano, esposo y padre, quien repetidamente arriesgó su vida para predicar contra el prejuicio y el antisemitismo.
En una ocasión, las tropas nazis habían atrapado unos judíos en una sinagoga y estaban tirando bombas incendiarias dentro.
Sin importarle su seguridad, Kovch corrió a la sinagoga, bloqueó las puertas, y furiosamente ordenó a los soldados que se fueran. Para el asombro de todos, ¡le obedecieron!
Habiendo vencido a una multitud de nazis, Kovch entró a la sinagoga para salvar a la gente que se estaba quemando dentro.
Sus esfuerzos para proteger a los judíos de los nazis le llevaron a su arresto y muerte en un campo de concentración.
La Sierva de Dios Dorothy Day (1897-1980)
Tenía un fuerte temperamento. En vez de reprimirlo, eligió dirigir su ira en contra de la injusticia, la pobreza y la proliferación nuclear.
Un hombre que la conocía dijo: «Ha estado en mi casa cierto número de veces y siempre ha estado enfadada. Los santos no se enfadan…». Parece que no entendió el poder que la ira puede tener cuando se pone al servicio del Señor.
Mientras Day continuó luchando con su temperamento. Un día le dijo a una persona que le pidió que lo controlara: «aguanto más temperamento en un minuto de lo que tú aguantaras en tu vida entera».
Y así descubrió que Dios usaba su condición para mayor efecto en su trabajo como fundadora del movimiento trabajador católico.
Vea también El Valor y el Carácter inviolable de la Vida humana - San Juan Pablo II
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