Intentamos no perder el tiempo pero es como si nuestro barco tuviera grietas por todas partes. Aquí van algunas propuestas para salir airosas en el día a día.
Estamos en la “sociedad líquida” y vivimos con muy pocas certezas pero, desde luego, una de ellas es que cada día de nuestra vida tiene 24 horas, ni una más ni una menos. ¿Dicen algunos que todo es relativo? Si mañana es el último día para pagar los impuestos y no lo hago, les aseguro que nada es tan absoluto como la multa que me llegará a casa (y en breve). ¿Todo depende de mi opinión? Pues miren, no. El tiempo de cocción de un huevo duro es el que es. Si no llego, me tomo el huevo poché y si me paso, a lo mejor incendio la cocina.
Digo esto porque, nos guste o no, la condición humana está sometida al tiempo y al espacio. Y el tiempo son horas de 60 minutos y semanas de 7 días. Transcurre ni lento ni rápido, pero unas veces nos da la sensación de que vuela y otras de que el reloj se ha parado. Sin embargo, no hay sensación peor que la de haber perdido el tiempo. Es el regusto amargo que deja algo que ya no vas a poder cambiar. ¿Perdiste la mañana? Pues no hay cómo recuperarla. ¿Perdiste el fin de semana? Será mejor que comiences a pensar cómo no perder el siguiente.
Vale, todos hemos perdido el tiempo alguna vez. Incluso lo hemos perdido de manera consciente. ¿No te ha ocurrido nunca que entraste en unos grandes almacenes a por una compra de 5 minutos y saliste a las dos horas? ¿Y no te ha pasado jamás que un sábado querías dejar la casa como los chorros del oro y al acostarte el domingo pides a Peter Pan que exista y al menos te ponga una lavadora? Cuando una lleva tiempo observándose y comentando la jugada con amigos, llega la auténtica liberación: ¡no soy la única! Eso le pasa al 101 por ciento de la población. Eso sí, hace el propósito de intentar que no vuelva a suceder.
Y aquí me tienen, intentando pergeñar una lista de buenos hábitos, que nos sirvan a partir de mañana. Si les parece, vamos a hacer esto como un juego: yo comienzo la frase y cada una que la acabe según se adapte a su estilo de vida, ¿ok?
Comenzamos por la casilla de partida:
1. La noche anterior. Qué previsora te vas a sentir si a última hora de la noche das un vistazo a las tareas de mañana. No vale agobiarse: si te agobian, revisa la lista y tacha las que exceden tus posibilidades. Al revisar la tareas, podrás preparar material, chequear horarios de transporte, asegurarte de que tienes los billetes de viaje en el bolso, etc.
2. Al despertar. Levantarse. Sí. Levantarse. No mirar el despertador y cambiar la hora para que suene 10 minutos más tarde. ¿Has pensado cuánto tiempo de tu vida pierdes dando media vuelta en la cama? Echa cuentas: a lo largo de tu vida podrías haber llegado a perder ¡cuatro meses y medio! Sé que este punto es especialmente duro para las personas que, como yo, somos más de noche. Por algo se le llama “el minuto heroico”. Ánimo y a por él. Una recomendación personal: ponte una buena razón para levantarte de la cama sin negociar.
3. A primera hora de la mañana. Echa un ojo a tu lista de tareas. Revisa qué has de hacer y si hay algún inconveniente (si llueve y entonces no puedes programar una visita de obras o una sesión de fotografías en la casa del cliente). Piensa de nuevo en el material que necesitas para que no tengas que volver a casa innecesariamente: llaves de todos los sitios donde vas a estar, carnés, documentos médicos y oficiales, instrumentos de trabajo, prenda de vestir, otros zapatos, ropa de deporte, el vestido que hay que devolver a la tienda… En el coche siempre llevo bolsa de compras reciclable y bolsa de congelados, por ejemplo. Puedes hacerque tu maletero sea un gran aliado.
4. Durante el día, encaja piezas. Unas caben dentro de otras, posiblemente. Si recuerdas que tienes que llamar a tu amiga justo cuando estás trabajando, toma nota y aprovecha el descanso del almuerzo o el tiempo del metro de vuelta a casa para hacer esa llamada. Si vas en auto, puedes aprovecharpara pasar por la tintorería antes de entrar en el trabajo y recoger la prenda al salir de vuelta a casa (eso lo aprendí en una conferencia de Mar Raventós, presidenta del Grupo Codorníu y madre de 6 hijos). Aprovecha la hora del almuerzo para conversar con esa tía anciana que vive sola y a la que sabes que le debes una visita.
5. Siempre. Rompe tu dependencia del celular. Si notas que tu vida sin teléfono móvil sería… no, imposible, no sería porque no quieres ni imaginar que tu celular desaparece más de dos segundos de tu vista; entonces necesitas un programa de desconexión. La firma de cosmética Natura Bissé ofrece 2 horas de spa libre de tecnología y tratamiento regenerador por unos 300 euros. Mi propuesta es más económica: comienza por cerrar el celular a la hora de las comidas (almuerzo y cena). Y dedica ese rato a convertirlas en un acto social: con la familia, con los colegas, con amigos… Vas a ver lo que te perdías cuando no hablabas con ellos y simplemente mirabas la bandeja de entrada del mail o el twitter. Poco a poco podrás ponerte al día de lo que les ocurre, de lo que podéis hacer juntos… Vas a ver cómo se aprovecha el tiempo conversando con la familia y los amigos.
6. Controla tu sed de redes sociales. Cada quien sabe lo que necesita y para qué usa Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, Snapchat… Pero una puede escarmentar en cabeza ajena. La directora creativa y fotógrafa Berta Bernad cerró este año su cuenta de Instagram por ansiedad. También lo hizo la subdirectora de una revista de moda. Berta tenía 95.000 seguidores. Quizá no tienes tantos, pero la sensación de “no me quiero perder nada” es algo que te asalta desde el primer minuto en una red social. ¿Cómo acertar en tu caso personal? Una solución muy sencilla: antes de meterte, di cuántos minutos vas a dedicarle y sé inflexible contigo misma.
7. ¿Sabes en qué empleas tu tiempo? Claro que lo sabes, me dirás, pero me refiero a si puedes rellenar esos tiempos que quedan algo “muertos”: una sala de espera en el médico o el dentista, el traslado en el metro o el autobús, el viaje en coche hasta otro punto de la ciudad o hasta otra localidad, el rato de running… Rellena ese tiempo no de cualquier cosa sino de una actividad para la que difícilmente encontrarías minutos: estudiar un idioma, leer literatura, actualizar conocimientos de tu profesión. Los audiolibros ayudan desde los años 90 a incrementar el índice de lectura en Estados Unidos: se difundieron entre los conductores que tardaban más de dos horas al día en llegar a casa o al trabajo. Además, Random House tuvo la gran idea de lanzar una colección de clásicos nada menos que con la voz de actores y actrices famosos. “Mujercitas” en la voz deJulia Roberts: sugerente, ¿verdad?
8. Por la noche. Deja el móvil fuera del radio de alcance de tu mano. No en la mesilla de noche. Y no lo digo porque las ondas nos vayan a producir un tumor en el cerebro, que del todo no está comprobado científicamente todavía. Lo digo porque la de horas de sueño que nos robamos con el uso del móvil cuando ya estamos acostados es infinita. En el Infierno de la “Divina Comedia” de Dante no se habla de eso porque en el siglo XV no existían los móviles, que si no… Pero dice que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Ahí lo dejo.
Otras razones: 1) La luz de la pantalla activa el cerebro y produce insomnio, con lo que cual al día siguiente vamos más cansados y rendimos menos, otra forma absurda de perder el tiempo. 2) Como a esas horas la voluntad está más débil, ya no somos capaces ni de querer cerrar el móvil para dormir y seguimos leyendo el Facebook o páginas web en una especie de letargo. 3) Podemos llegar a hacer llamadas inconvenientes porque nos dormimos y se pulsó una tecla sin querer: ¿a alguien le gusta que su colega de trabajo le oiga roncar? Pues puede ocurrir, señores.
Recuerda: dormir es una excelente forma de aprovechar el tiempo.
9. Lleva tu agenda. Es el clásico consejo, pero es que funciona. Da igual si está en Google o si es de papel de arroz, pero el caso es que ayuda. Cada uno tenemos nuestra estructura mental y nuestro orden, y vale la pena encontrar una agenda donde quede reflejado nuestro día, el que está por venir y el que hemos cumplido. Ahí podemos tachar, mover de día u hora y también examinar. Nos servirá para hacer una valoración de cómo aprovechamos cada jornada y si realmente hicimos lo más importante.
10. Determinación. Anota lo que vas a hacer y no cambies el plan. ¿Tan rígido hay que ser? Por supuesto que la vida está llena de imprevistos. La vida ordinaria suele estar llena de extraordinarios. Pero eso no quita que queramos regirnos por una escala de valores. Al decidir qué hacer, piensa qué es lo más importante. Atención: no lo más urgente sino lo más importante. Lo más urgente puede esperar, lo más importante no debe esperar. ¿Habrá cambios de planes? A montones, y serás tú quien deba juzgar a qué categoría pertenecen.
11. Dirige tu horario al fin que te habías propuesto y no te vayas por las ramas. Al preparar los exámenes en la escuela y en la Universidad, no era raro el día en que descubría que un cajón no estaba del todo ordenado o que las cosas del armario podían estar mejor colocadas. ¿A quién no le ha dado por querer cambiar los muebles de su habitación en plena preparación de oposiciones? Cuando te pase, haz como Ulises con las sirenas: se ató al mástil y las oyó cantar hasta que el barco pasó de largo. Sigue estudiando y recuerda que las sirenas no eran mujeres bellísimas y encantadoras: eran solo medio cuerpo de mujer y el otro medio era un monstruo que devoraba. Eso es lo que harías con tu tiempo si dejaras de concentrarte en el estudio.
12. ¿Te surgen ideas nuevas? Espléndido. Anótalas. Si eres creativa, eso es bueno, pero hay que encauzar las propuestas de la imaginación. Si te están interrumpiendo otra tarea, anótalas y al acabar lo que estás haciendo ya decidirás cuándo les pones patas. Pero ojo, no dejes de ser nunca un volcán de ideas. Solo es cuestión de encauzar la lava…
Dolors Massot, aleteia
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