Por nada te pierdas esta lista de cosas que Benedicto XVI dice que recibirás si pasas unos cuantos minutos cada día con Dios
La oración es una necesidad absoluta para los seres humanos. He aquí cómo —y por qué— rezar.
Reza para conseguir lo que necesitas para enfrentarte a la vida.
Dios nos ha hecho más grandes que todo lo demás que creó. Más grande que los animales, las montañas o los ángeles. Por lo tanto, nada en la tierra nos satisfará. Solo Dios.
“Nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti, Señor”, dijo san Agustín.
Esto se debe a que Dios lo hizo todo y escribió las reglas del universo. La única manera de ser feliz es estar en sintonía con Todo. La única manera de hacerlo es tener contacto frecuente con Dios.
El papa Benedicto XVI explicó una vez lo que obtenemos si pasamos tiempo con Jesucristo y lo consideramos nuestro amigo:
“Una relación de profunda confianza, de auténtica amistad con Jesús puede dar a un joven lo que necesita para afrontar bien la vida: serenidad y luz interior, capacidad para pensar de manera positiva, apertura de ánimo hacia los demás, disponibilidad a pagar personalmente por el bien, la justicia y la verdad”.
Momentos para rezar
Imagina que tu mejor amigo también fuera tu compañero de piso o de trabajo, una compañía constante.
Reza en cualquier momento en que habrías hablado con Dios si Él fuera ese amigo. Porque debería serlo.
Reza cuando te levantes, cuando comas, cuando tomes una decisión importante, cuando viajes y cuando te vayas a dormir.
Reza para tener consuelo en el sufrimiento, paciencia en la adversidad, gratitud en los buenos tiempos y resignación en los malos.
Habla con Dios sobre cualquier cosa trascendental o trivial que te concierna y dedica un tiempo especial a conversar con Dios todos los días en meditación.
Cómo meditar
Los santos dicen que la oración contemplativa diaria es una obligación absoluta: meditación sobre Dios y las verdades de la fe. Aquí dispones de un método de meditación diaria que me ha resultado útil. Encuentra uno que funcione para ti.
Si no puedes hacer más, empieza rezando cinco minutos al día. Poco a poco, ve añadiendo más tiempo.
1. Entra en la presencia de Dios
No se trata de hacer presente a Dios, sino de recordarte Su presencia.
Arrodíllate o siéntate respetuosamente. Tu cuerpo y tu alma son uno. La postura de tu cuerpo te anima a recordar y reverenciar la grandeza de Dios.
Haz un acto de fe, esperanza y amor con tus propias palabras o usa las que aquí se dan.
Un acto de fe: Señor Dios, creo firmemente y confieso todas y cada una de las cosas que la santa Iglesia católica propone, porque Tú, oh Dios, revelaste todas esas cosas, Tú, que eres la Eterna Verdad y Sabiduría que no puede engañar ni ser engañada. En esta fe está mi determinación de vivir y morir. Amén
Un acto de esperanza: Espero, Señor Dios, que, por Tu gracia, consiga la remisión de mis pecados y, después de esta vida, la felicidad eterna, porque Tú lo prometiste, Tú que eres infinitamente poderoso, fiel y misericordioso. En esta esperanza está mi determinación de vivir y morir. Amén.
Un acto de caridad: Señor Dios, Te amo sobre todas las cosas y a mi prójimo por causa de Ti, porque eres el Sumo Bien, infinito y perfectísimo, digno de todo amor. En esta caridad está mi determinación de vivir y morir. Amén
2. Expresa adoración, contrición, agradecimiento y súplica (petición)
Tu imaginación puede ayudarte en la oración. Si te sirve, imagina a Jesucristo sentado contigo. Luego, repasa cada una de estas categorías.
Adoración: Repite “Oh Dios mío, te adoro. Eres tan grande y yo tan pequeño”. O recita el Gloria lenta y meditativamente. Adora a Dios tan sencillamente como lo hicieron los pastores en Belén o María en la cruz.
Contrición: Recuerda tus pecados y ofrece reparación por los pecados del mundo. Di: “Jesús, siento mucho haberte ofendido. Por favor, perdóname. Te amo”. Si te ayuda, imagina besar cada una de sus heridas mientras expresas tu dolor.
Agradecimiento: Da gracias a Jesús por todo lo que ha hecho por ti, tu familia, tus amigos, tu comunidad y el mundo. Dale gracias especialmente por tu fe. Sé específico y minucioso. Agradécele este momento de oración.
Súplica: Habla directa y sinceramente con Dios acerca de lo que otros necesitan y tú necesitas. Pide por lo que más necesitas en la vida espiritual y reza por orientación y fuerza para seguir cualquier luz que hayas recibido. Ora por los necesitados de tu familia, ciudad, nación y de todo el mundo. Reza por la gracia de perseverar en la oración.
3. Medita
Cristo es el mejor objeto de meditación y los Evangelios son el mejor lugar para empezar. Los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento –los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan– relatan lo que Jesús realmente hizo y dijo y sus interacciones con la gente.
Lee un breve pasaje del Evangelio. Imagínate lo que sería estar allí durante la historia. Nota cómo Cristo respeta, cuida y desafía a las personas. Lee el pasaje de nuevo, aplicando sus lecciones a tu vida.
4. Comprométete
Comprométete a realizar algún acto que ayude a acercar tu oración a tu día; por ejemplo, una buena obra o una palabra amable. Termina agradeciendo a Dios este tiempo de oración.
Y eso es todo.
Hay un océano de gracia esperando para fluir en tu vida si empiezas a abrir un poco ese canal. Puedes hacerlo a través de la oración.
Tom Hoopes, Aleteia
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