Hace mucho me percaté que los grandes eventos en mi vida, ocurren siempre un jueves. No comprendía por qué hasta que lo relacioné con los Jueves Eucarísticos. Ahora son días muy especiales para mí. Me levanto temprano sabiendo algo muy bueno ocurrirá.
Procuro ir a misa con Vida, mi esposa, y participamos con fervor de la Adoración Eucarística. Sé que es Jesús, mi mejor amigo desde la infancia, ¿cómo no estar feliz?
Cuando algo extraordinario te ocurre varias veces un mismo día, piensas que es una coincidencia. Cuando te ocurre muy a menudo, lo llamas Dioscidencia, pero cuando ya es demasiado evidente… lo llamo “pequeños milagros de amor”. Sé que vienen de la mano de Dios, que es todo amor y misericordia, ¿qué otro nombre podría darle? Son los pequeños milagros de los Jueves Eucarísticos con los que el buen Jesús nos consiente a todos.
Cuánta emoción cuando entonamos en la Hora Santa “Cantemos al Amor de los Amores”, mi buen Jesús, el gran amor de mi vida, cuánto te quiero.
He aprendido a ver las cosas de mi vida, como venidas de la mano de Dios.
Hoy, por ejemplo, fui a una iglesia cercana a mi casa a la misa de 6:00 p.m. Me gusta llegar temprano sobre todo los jueves que hay adoración al Santísimo. Y allí ocurrió uno de esos pequeños milagros que todos recibimos, pero no nos damos cuenta.
Pasan desapercibidos porque estamos distraídos con las cosas del mundo y los problemas que nos afligen.
Cuando entré una señora se me acerca y me dice:
“Claudio, leo tus escritos, me encanta cuando dices que Dios “a todos” nos consiente como hijos suyos. En mis oraciones se lo recuerdo, le digo a Dios: “dice Claudio que eres un Padre misericordioso…”, pero no lo siento cerca, no lo veo, ni me concede lo que le pido. ¿Qué debo hacer?”
Honestamente, me quedé de una pieza. “Persevere”, le respondí “Debe perseverar en su oración”.
En la banca, antes que iniciara la misa me quedé pensando, sobre lo que había ocurrido, “¿qué respuesta debí darle? ¿Cómo saberlo?”
Empezó la misa. Leyeron el Evangelio y el sacerdote inicia su homilía contando una historia de fe.
“Erase un niño que fue con su padre a un río. El niño se quedó arriba y el padre bajó hasta el río, revisa que todo está bien y le grita: “Tírate hijo.” Y el hijo atemorizado responde: “No lo haré”. “¿Por qué?” pregunta el padre. Y el hijo responde: “No te veo padre”. El papá sonríe amorosamente y le grita desde abajo: “Pero yo a ti, sí te veo”.
“Esto mismo nos ocurre con Dios”, continuó diciendo el buen sacerdote. “Decimos que se ha alejado de nosotros, que nos abandonó, que no lo vemos ni sentimos, que nunca nos concede lo que le pedimos. Es un error pensar así. Dios nunca, jamás, nos abandona. Puede que tú no lo veas, pero Él sí te ve. Y está pendiente de tus necesidades. Es un padre amoroso y bueno. Recuerda, cuando le grites a Dios: “No te veo”, Él responderá: “PERO YO A TI, SÍ TE VEO”.
Fue increíble, el sacerdote sin saberlo estaba respondiendo mi inquietud.
Ahora sabía la respuesta. Es maravilloso… DIOS NUNCA NOS ABANDONA.
Claudio de Castro, Aleteia
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