La felicidad está muy lejos de amontonar productos en el baño, el bolso o el armario.
¿Eres inmune al consumismo? Decimos que sí, pero suele ocurrirnos que en cuanto vemos el rótulo de rebajas, descuento o outlet, vamos corriendo a ver qué nos ofrecen. Y la curiosidad mató al gato, ya saben…
El grupo Inditex tiene comprobado que “pasear” por las tiendas de su grupo ya forma parte de los hábitos sociales en Occidente: vamos a echar una mirada y “a ver” si cae algo.
En ciudades como Londres, París, Madrid o Barcelona (España) ha surgido un nuevo tipo de turismo que consiste en tomar un vuelo “low cost” a esta ciudad, alojarse en un hotel de 4 o 5 estrellas durante un fin de semana y ser transportado sábado y domingo en un autobús lanzadera hasta un centro comercial “outlet” que aglutina decenas de tiendas de marca con importantes descuentos. El turista de este tipo de viajes solo pisa la ciudad para cenar, dormir y desayunar.
Estos turistas son muy reconocibles porque se ven en el aeropuerto con la maleta extendida en el suelo haciendo malabares para que les quepan las compras y no tengan que pagar exceso de equipaje a compañías como Ryanir (emoji del guiño por la veces que he mirado pensando que quizá en el último momento les sobra algo…).
¿De verdad necesitamos todo lo que compramos en un atracón de fin de semana? No es cuestión de señalar con el dedo a los que lo hacen para declararlos culpables, porque ¿quién no ha sucumbido a un mercadillo de verano en la playa o a un Christmas market o a una merienda de amigas versión 2.0 de las reuniones de Tupperware para vendernos cosméticos?
Nos creamos necesidades: no sin mi… Soñamos con ellas, suspiramos por ellas. Y cuando ya las poseemos, todos hemos comprobado que al poco se desvanece su encanto.
Las cosas materiales nunca nos acaban de llenar
El niño sueña con el skate, luego con la bici, luego con la moto, luego con el coche, luego con “ese” coche deportivo… La mujer sueña con ese conjunto, con ese bolso, con ese viaje…
El consumismo tiene forma siempre de espiral creciente. Más tenemos, pero más queremos.
Y todo porque nuestra naturaleza humana no se conforma con lo material. Ese afán de posesión está desordenado, nos guste o no, por el pecado original (llámalo error de fábrica, si prefieres), y nos cuesta ponernos un supervisor de cuentas que frene o permita lo que nos apetece.
Pero el apetito sensible, el de las cosas materiales, no sacia, porque nuestra alma es mucho más importante y aspira a algo superior. No nos sacia el montón de compras ni nos sacia una “experiencia”, aunque sea emocionalmente potente.
¿Has probado a ser sobrio? Ser sobrio porque sí es un rollo. Pero ser sobrio porque eso te da alas para implicarte en proyectos de más altura, eso mola más.
Ser sobrio es vivir la templanza, es pensar cuáles son mis gastos necesarios e imprescindibles. El resto va fuera.
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Ser sobrio es hacer un reset a mi estilo de vida. Ante esa compra loca que he hecho este mediodía, vuelvo a pasar la mirada como un escáner (o sea, hago examen) y quizá veré que era totalmente innecesaria.
Ser sobrio es apuntar a metas más altas y, para ello, no dejarse “enganchar” por lo que nos hace perder tiempo.
Apúntate a un trabajo solidario, echa una mano (o las dos) en casa, visita a tus familiares, colabora en tareas del barrio o la ciudad, estudia un idioma, prepárate mejor profesionalmente…
Todo eso exige horas, meter la cabeza en organizar tu propia vida… Invierte en ti para dar lo mejor de ti mismo a la sociedad. Eso no es ser egoísta, es prestar un servicio. Y te hace rico interiormente.
El Papa Francisco animaba recientemente a vivir la sobriedad:
Dolors Massot, Aleteia
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