El diluvio informativo al que estamos expuestos no permite que nos podamos enfocar en lo importante
En los años noventa, el psicólogo británico David Lewis acuñó el concepto de “Síndrome de Fatiga Informativa” (IFS) o cansancio por exceso de información.
Publicó un informe titulado Dying for information? (¿Muriendo por la información?), donde identifica un cuadro sintomático, cuya característica principal es el agotamiento producido por el consumo y manejo excesivo de información que agota física y mentalmente, desbordando a la persona por vivir “sobreinformada”.
Suele ir acompañado de problemas de atención, concentración, dificultad para el análisis y la toma de decisiones, ansiedad y trastornos del sueño.
El Dr. Eduard Estivill, responsable de la Unidad de Alteraciones del Sueño del Instituto Dexeus en Barcelona, explica que el IFS no se encuentra en los manuales médicos como algo a diagnosticar, pero reconoce que la situación existe y que es una consecuencia de la vida actual.
Lo cual nos haría pensar si no es una de las tantas “alteraciones culturales” de las que varios analistas contemporáneos se hacen eco.
Según el filósofo coreano-alemán, Byung-Chul Han, en su ensayo “El enjambre” (Herder, 2014), donde analiza la “revolución digital” y de qué manera las redes sociales y nuevas tecnologías han transformado la esencia misma de la sociedad, cambiando nuestro modo de percibir la realidad, de relacionarnos, de pensar y de convivir, sostiene que todos estamos de una u otra manera, en mayor o en menor medida, aquejados por el “cansancio informativo” (IFS).
Han sostiene que la masa no filtrada de informaciones hace que se embote por completo la percepción y que los afectados se quejen de la creciente parálisis de su capacidad analítica, de atención y una inquietud general y constante.
La dificultad de los “cazadores de la información”
El exceso de información hace que se atrofie el pensamiento y disminuya la capacidad reflexiva. Según Han como la capacidad analítica consiste en prescindir, en la percepción, de todo lo que no es esencial, estamos perdiendo la capacidad para distinguir lo esencial de lo no esencial.
Esto sucede porque el diluvio informativo al que estamos expuestos no permite que nos podamos enfocar en lo importante.
Y es que más información no conduce necesariamente a mejores decisiones: “Más información y comunicación no esclarecen el mundo por sí solas… Cuanta más información se pone a disposición, más impenetrable se hace el mundo”.
Insiste en que llega un punto en que la información excesiva deforma y desinforma, y la comunicación ya es solo acumulación sin sentido. “La información es acumulativa y aditiva, mientras que la verdad es exclusiva y selectiva”.
En contraposición con la información, la verdad no se amontona. El saber mismo no se alcanza sino es a través de una larga experiencia y su temporalidad es completamente distinta a la de la información. El tiempo de la información es breve y fugaz.
Lo que Han llama “cazadores de información” corren detrás del último dato, aunque no saben para qué lo quieren. En cambio, los “labradores del saber” son aquellos que saben de la paciencia, de la renuncia y del cuidado.
Los “cazadores de la información” son impacientes y acechan en lugar de esperar, no soportan la espera. Viven en un “presente total” y pierden el campo de visión.
Por eso es necesario recuperar la mirada larga, la que demora las cosas sin explotarlas y sabe descubrir lo esencial en medio del diluvio de informaciones y estímulos.
Es aquello que Heidegger distinguía entre el pensar calculador y el pensar contemplativo. Han entiende que necesitamos recuperar la dimensión contemplativa del mirar.
El problema no es la aceleración, sino el sinsentido
Han sostiene que el problema de nuestro tiempo no es la aceleración, como muchos afirman, sino la crisis de la temporalidad, donde el tiempo se atomiza en instantes fugaces inconexos, sin sentido, sin rumbo, sin final; donde tampoco se sabe para qué se quiere la información, pero se vive bajo el “dogma” incuestionable de que hay que estar todo el tiempo informado y llegar antes. ¿A dónde? No importa. Porque cuando se llega, ya no interesa porque se sigue corriendo por llegar a ninguna parte.
En otro ensayo, “El aroma del tiempo”, el filósofo Han afirma que la aceleración que hoy experimentamos es solo un síntoma del verdadero problema, que es la dispersión temporal en que vivimos, donde el tiempo no tiene un ritmo ordenador y al vivir atomizados no se experimenta el valor de la duración.
Así se entiende que vivamos en el “imperio de lo efímero”.
Para Han la crisis actual del exceso informativo y la dispersión del tiempo, no se soluciona buscando hacer pausas, sino saliendo de la absolutización de la vida activa, que reduce a la persona a su dimensión laboral y productiva.
Recuperar la vida contemplativa es la respuesta a la fatiga contemporánea. Y no es caer en el autoengaño de intentar “desacelerarnos”, sino de cambiar la mirada y los valores que rigen un modo de vida sobre el que no reparamos.
Cuando las personas descubren el sentido de su vida y el sostén interior de su vivencia del tiempo, ya no se convierte su presente en fugaces instantes inconexos, sino que se recupera el hilo de la vida, la tensión entre pasado, presente y futuro que ordena el horizonte del vivir cotidiano.
Tomar las riendas de la vida
Quien no devora informaciones, sino que sabe disfrutar del saber, crece en experiencia y sabiduría, permaneciendo abierto y en tensión a lo venidero, a lo sorprendente de un futuro por construir.
No hay que “matar el tiempo”, sino que vivimos en él y construimos futuro en cada presente con sentido.
Elegir entre las muchas posibilidades es ejercer la libertad y hacernos responsables de en qué se nos va la vida.
La experiencia de la vida como una continuidad con sentido y no como una sucesión desordenada de vivencias e informaciones, es la que permite asumir compromisos y vivir equilibradamente, priorizando unas cosas sobre otras.
La promesa y la lealtad necesitan de una genuina vivencia del tiempo. La mentalidad del “corto plazo” conspira contra la esperanza, por eso autores como Han invitan a pensar en un horizonte que ensanche el presentismo en el que solemos vivir.
Eso exige no dejarse arrastrar por el diluvio informativo, sino de elegir cómo queremos vivir. Pensar en profundidad requiere el paso del tiempo y no puede acelerarse. Hasta nos venden libros para aprender las cosas “en menos tiempo”.
¿El problema es de cantidad de tiempo? La crisis de la temporalidad también afecta el modo de relacionarnos con los demás, la responsabilidad ante el otro, el compromiso y la entrega necesitan de la duración.
La calidad de nuestras relaciones también puede ser un simple intercambio de informaciones y estímulos fugaces, o verdaderos vínculos profundos que echen raíces con el tiempo y nos arranquen del aislamiento y la superficialidad.
Miguel Pastorino, Aleteia
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