Tuvieron que escribirse antes del año 70
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Stéphane Bern es una de las grandes estrellas de la televisión francesa, a la que llegó en 1994 tras pasar por prensa y radio. Experto en casas reales, ha participado en muy diversos formatos televisivos, y desde 2015 es el comentarista del festival de Eurovisión. Uno de los programas que más fama le ha dado es Secrets d'histoire [Secretos de la Historia], diez años ya en antena. Cada programa se centra en una figura histórica y en las riquezas del patrimonio artístico y cultural de la humanidad.
El pasado 5 de mayo el protagonista del programa fue Jesucristo, por segunda vez en cinco años. Se anunció como una continuación del programa de 2013, a la luz de los "nuevos descubrimientos arqueológicos". En realidad no hubo tanto nuevo y sí una reiteración sutil de la idea de una datación tardía de los Evangelios.
"No se atrevieron a decir que se trata de piadosas leyendas, pero eso no ha hecho sino más eficaz el trabajo de demolición", lamenta en Reinformation la profesora Marie Christine Ceruti-Cendrier, licenciada en Filosofía por la Sorbona, quien ha enseñado distintas disciplinas religiosas en los destinos de todo el mundo a donde ha acompañado a su marido diplomático, Giovanni Ceruti. Especialista en la historicidad de los Evangelios, ha consagrado al asunto un libro profundo y divulgativo: Les Évangiles sont des reportages [Los Evangelios son reportajes], significativamente subtitulado Mal que le pese a algunos.
Y ¿quiénes son esos a quienes les pesa? Entre ellos, quienes en Secrets d'histoireretrasaron tanto la fecha de redacción de los Evangelios que su credibilidad como testimonio histórico quedase al nivel de las fábulas o de la recreación de acontecimientos no vividos, solo para alimento de la piedad de las primitivas comunidades cristianas. Esto es, un prejuicio racionalista mucho más viejo que cualquier supuestamente nuevo "descubrimiento arqueológico". La profesora Ceruti-Cendrier responde a ese prejuicio recordando tres hechos capitales que, al contrario, sitúan la composición de los primeros textos evangélicos muy cerca de los acontecimientos.
La profesora Marie Christine Ceruti-Cendrier aporta argumentos que justifican la redacción de los Evangelios bastante antes del año 70, por tanto estando vivos muchos testigos de los hechos.
La destrucción del templo
En el año 70, los romanos destruyeron el Templo de Jerusalén, mataron a buena parte de los habitantes de la ciudad y deportaron a los supervivientes por todo el Imperio, en lo que se llamó la diáspora y selló el final de la gran época histórica del pueblo de Israel.
La destrucción del Templo había sido profetizada por Jesucristo, según los Evangelios. ¿Cómo es que entonces, si fueron escritos mucho tiempo después de esa fecha, no recogen el cumplimiento de la profecía? “Es curioso que el ‘falsario’ que se la habría inventado, o sus discípulos autores de los Evangelios, no hayan sacado todo el partido posible de la mentira, subrayando el cumplimiento de la profecía”, explica la profesora Ceruti-Cendrier.
“¿Veis todo esto? Yo os aseguro: no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida” (Mt 24, 2), le dijo Jesús a los Apóstoles señalándoles el Templo. ¿Quién habría escrito estas palabras después del año 70, sin citar su verificación? No uno sino tres lo hacen (Mateo, Marcos y Lucas), señal inequívoca de que su relato es anterior al hecho profetizado.
La lengua semítica de redacción
Precisamente por la dispersión terrible del pueblo judío, continúa Ceruti-Cendrier, “si los Evangelios hubiesen sido escritos después de esta catástrofe, no habría sido en Tierra Santa, y sobre todo no en una lengua semítica”.
Sin embargo, tres de los principales estudiosos de las Sagradas Escrituras en las últimas décadas certifican que lo fueron en hebreo o arameo, las dos lenguas que hablaban los judíos contemporáneos de Jesús.
Se trata del padre Jean Carmignac (1914-1986), que contribuyó decisivamente a descrifrar los manuscritos de Qumrán; Claude Tresmontant (1925-1997), helenista, hebraísta y teólogo de la Sorbona; y Francis Marion, autor de una traducción completa de los Evangelios a partir del texto hebreo.
Incluso San Juan habría escrito su Evangelio antes del año 70, sostiene Tresmontant, no solo por la impronta hebraica de su texto sino porque, como en el caso de los tres sinópticos, no se encuentran en él “afirmaciones destinadas a convertir a los paganos (solo hay un Dios, etc.), sino solamente a los judíos (Jesús es el Mesías esperado y el Hijo de Dios)”. Algo absolutamente inverosímil si los textos evangélicos datasen de tiempos muy posteriores a la diáspora.
Los nombres de los Evangelios
Ceruti-Cendrier añade un tercer argumento que olvidaron los “sabios” del programa de France 2: la naturaleza de los nombres propios que aparecen en los Evangelios.
Peter Williams, de la Universidad de Cambridge, Tal Ilan, profesora de estudios judíos en la Universidad libre de Berlín, y Richard Bauckham, profesor de la Universidad de St Andrews en Escocia, han estudiado los nombres propios más frecuentes en Israel entre los años 330 a.C. y 200 d.C., pero sobre todo entre el siglo I antes de Cristo y el siglo I después de Cristo. Sus fuentes son los escritos de los osarios, textos de Flavio Josefo, los documentos del Mar Muerto, los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, los testimonios encontrados en la fortaleza de Masada y las fuentes rabínicas tanaíticas (de maestros cuyas enseñanzas se incorporaban a la Mishná).
El resultado de la investigación es que estos nombres variaron muy poco durante el periodo, pero los de los judíos de la Diáspora, y en particular los de Egipto, eran muy diferentes.
Pues bien: el análisis estadístico de los nombres contemporáneos de Jesús en Tierra Santa muestra que se parecen enormemente a los citados en los Evangelios: “¿Cómo es que Evangelios escritos lejos de Israel, por personas que no conocieron ni a Jesús ni sus contemporáneos, han podido concretar tan perfectamente los nombres característicos de ese lugar y tiempo? El porcentaje y la clasificación de esos nombres en los Evangelios se corresponde de forma extraordinaria con los de esa zona en la época de Jesús”.
Y así, los muy comunes, como Simón, Santiago o María llevan un calificativo: Simón el Celote, Santiago hijo de Zebedeo, María de Magdala, etc. Mientras que los menos comunes, como Felipe, no lo llevan. ¿Por qué redactores muy posteriores a la época de Jesús y desconocedores de la zona, habrían incluido esas especificaciones?
Los Evangelios apócrifos, por ejemplo, estos sí escritos en el siglo II, “solo citan (¡si es que citan!) uno o dos nombres propios”. Del mismo modo, los apócrifos, escritos después de la destrucción del Templo, citan muy pocos detalles geográficos, a diferencia de la abundancia y precisión de los que aparecen en los Evangelios.
* * *
Solo con estas tres razones, concluye la profesora Ceruti-Cendrier (“aunque podrían aportarse numerosos argumentos suplementarios”), puede considerarse que los Evangelios son obras históricas escritas por personas (y para personas) contemporáneas de Jesús, que habrían podido desmentir el relato de no haber correspondido con la realidad.
PARA AMPLIAR IDEAS SOBRE LA HISTORICIDAD DE LOS EVANGELIOS
El pasado Martes Santo tuvo lugar en el programa Tiempos Modernos, que dirige Fernando Paz en Intereconomía TV, una tertulia en torno a las pruebas fehacientes de la historicidad de la persona de Jesucristo, asi como del valor documental y testifical de los Evangelios, mayor que cualquier otra fuente historica de la Antigüedad. César Barta, Gabriel Ariza, Nicolás Dietl y Luis Antequera completaron una tertulia riquísima en datos. Vale la pena verla entera, pero
Vea un resumen de los argumentos aportados:
Durante diecisiete siglos nadie puso en duda la historicidad de la persona de Jesucristo. Fue con la Ilustración cuando empezaron a surgir hipótesis que la cuestionaban, no sobre la base de hallazgos o descubrimientos nuevos, sino a modo de re-interpretaciones de los Evangelios que los incorporaban a una teoría general sobre la mitología antigua, y siempre sobre la base de un prejuicio racionalista que niega la posibilidad de la Revelación.
Sin embargo, las fuentes históricas permiten asegurar con absoluta certeza que existió un hombre en la Palestina del siglo I llamado Jesús de Nazaret, un predicador que hacía milagros y profecías y que se proclamó Dios, y que fue crucificado por orden de Poncio Pilato bajo las presiones del sanedrín.
¿Cuáles son las fuentes históricas que justifican esta afirmación? A ello consagró el pasado Martes Santo un programa especial Tiempos Modernos, el espacio que dirige el historiador Fernando Paz en Intereconomía TV, una tertulia en la que participaron: Luis Antequera, autor de El Cristianismo desvelado y Jesús en el Corán, y bloguero en ReL; César Barta y Nicolás Dietl, ambos físicos y miembros del Centro Español de Sindonología; y Gabriel Ariza, director de Infovaticana y director de la editorial Homo Legens.
Las fuentes judías. Flavio Josefo (c. 37-101), fue un historiador judío que en su Libro de las Antigüedades (año 90) hace dos breves menciones a Jesucristo, una directa de unas ocho líneas y otra tangencial (al referirse a Santiago) de menos de una. La cita directa es un párrafo panegírico que habla bien de Jesús y dice que podría ser una figura divina que hace milagros. Algunos han pretendido quitar valor a esta alusión, alegando que podría ser una interpolación cristiana, pero el caso es que el texto figura así en todas y cada una de las copias que se conocen. También se ha dicho que Flavio Josefo podría ser un cristiano oculto, pero entonces cabe esperar que habría mencionado a Cristo algo más que de pasada y con mayor implicación que una simple referencia contextual.
Las fuentes paganas. Plinio, Suetonio y Tácito, todos ellos anteriores al año 120, mencionan mínimamente a un personaje llamado Cristo. No es importante lo que dicen de él, aunque sí que recojan su existencia. Se da además alguna interrelación con las fuentes cristianas. Suetonio habla de la expulsión de los judíos de Roma en tiempos de Claudio, y en las cartas de San Pablo se habla de una pareja de judíos víctimas de esa expulsión.
Abundancia de fuentes. Las fuentes documentales sobre Jesucristo son más abundantes que sobre cualquier otro personaje de la Historia. Hay que tener algunos datos para entender con perspectiva lo que esto significa. Por ejemplo, que el primer manuscrito firmado por su autor que se conserva es de Petrarca (1304-1374). Que de Sócrates, de cuya existencia y pensamiento nadie duda, solo sabemos por Platón. Que la traducción más antigua que se conserva de las obras de Platón es catorce siglos posterior a su redacción (del siglo IX: el filósofo griego vivió en el V antes de Cristo). De La Guerra de las Galias, de Julio César, que nadie cuestiona como fuente histórica, la copia más antigua que se conserva es once siglos posterior a los hechos. De los Evangelios, sin embargo, se conservan más copias que de ningún otro libro de la Antigüedad, más de 40.000 en infinidad de lenguas y prácticamente coincidentes; solamente manuscritos griegos de finales del siglo I y principios del siglo II se conservan 6.000, y están apareciendo copias cada vez más antiguas.
La datación de los Evangelios. Los Evangelios son muy próximos a los hechos narrados en ellos, lo cual refuerza su veracidad. Esto puede deducirse de una mera crítica interna. Con certeza, los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) están escritos antes del año 70, dado que citan la profecía de Jesús sobre la destrucción del Templo, que tuvo lugar ese año, pero no el hecho mismo. Por lo mismo, los Hechos de los Apóstoles son escritos por Lucas en torno al año 60, que es cuando se separa de Pablo, o bien poco después. Ahora bien, Lucas dedica los Hechos a Teófilo evocándole el Evangelio que ya le ha mandado. Luego el Evangelio de Lucas es como mínimo anterior al año 60-70. Pero, a su vez, tanto Lucas como Mateo beben en Marcos, como se deduce de la crítica interna. Todo esto fue corroborado además por el famoso papiro 7Q5 de Qumrán, en el que el padre O’Callaghan identificó un texto de Marcos 6, 52-53. Ahora bien, los papirólogos datan ese manuscrito en torno al año 50. Pero es que la vasija en la que fueron hallados esos papiros se cree que venía de Roma, esto es, no se trataría de una primera copia, sino de una copia del Evangelio procedente de Roma, donde ya circulaba.
El relato de la Pasión. La Pasión y Muerte de Cristo, tal como la relatan los Evangelios, es por sí misma una prueba de veracidad. Primero, porque el simulacro de proceso se vio condicionado por la presencia en Jerusalén de Poncio Pilato, quien tenía su residencia en Cesarea Marítima; nada habría sido igual sin él allí, lo que aporta una prueba inequívoca de veracidad al relato. Segundo, por la existencia de dos métodos de ejecución, la flagelación y la crucifixión, una singularidad en la Historia porque eran métodos alternativos; de hecho, la muerte de Jesús en la Cruz es muy rápida, tres horas frente a los seis días de agonía que suponía en otros casos; y a él no le parten las piernas para acelerar su muerte, porque su propia debilidad en las piernas ya le está asfixiando.
Sin embargo, las fuentes históricas permiten asegurar con absoluta certeza que existió un hombre en la Palestina del siglo I llamado Jesús de Nazaret, un predicador que hacía milagros y profecías y que se proclamó Dios, y que fue crucificado por orden de Poncio Pilato bajo las presiones del sanedrín.
¿Cuáles son las fuentes históricas que justifican esta afirmación? A ello consagró el pasado Martes Santo un programa especial Tiempos Modernos, el espacio que dirige el historiador Fernando Paz en Intereconomía TV, una tertulia en la que participaron: Luis Antequera, autor de El Cristianismo desvelado y Jesús en el Corán, y bloguero en ReL; César Barta y Nicolás Dietl, ambos físicos y miembros del Centro Español de Sindonología; y Gabriel Ariza, director de Infovaticana y director de la editorial Homo Legens.
Las fuentes judías. Flavio Josefo (c. 37-101), fue un historiador judío que en su Libro de las Antigüedades (año 90) hace dos breves menciones a Jesucristo, una directa de unas ocho líneas y otra tangencial (al referirse a Santiago) de menos de una. La cita directa es un párrafo panegírico que habla bien de Jesús y dice que podría ser una figura divina que hace milagros. Algunos han pretendido quitar valor a esta alusión, alegando que podría ser una interpolación cristiana, pero el caso es que el texto figura así en todas y cada una de las copias que se conocen. También se ha dicho que Flavio Josefo podría ser un cristiano oculto, pero entonces cabe esperar que habría mencionado a Cristo algo más que de pasada y con mayor implicación que una simple referencia contextual.
Las fuentes paganas. Plinio, Suetonio y Tácito, todos ellos anteriores al año 120, mencionan mínimamente a un personaje llamado Cristo. No es importante lo que dicen de él, aunque sí que recojan su existencia. Se da además alguna interrelación con las fuentes cristianas. Suetonio habla de la expulsión de los judíos de Roma en tiempos de Claudio, y en las cartas de San Pablo se habla de una pareja de judíos víctimas de esa expulsión.
Abundancia de fuentes. Las fuentes documentales sobre Jesucristo son más abundantes que sobre cualquier otro personaje de la Historia. Hay que tener algunos datos para entender con perspectiva lo que esto significa. Por ejemplo, que el primer manuscrito firmado por su autor que se conserva es de Petrarca (1304-1374). Que de Sócrates, de cuya existencia y pensamiento nadie duda, solo sabemos por Platón. Que la traducción más antigua que se conserva de las obras de Platón es catorce siglos posterior a su redacción (del siglo IX: el filósofo griego vivió en el V antes de Cristo). De La Guerra de las Galias, de Julio César, que nadie cuestiona como fuente histórica, la copia más antigua que se conserva es once siglos posterior a los hechos. De los Evangelios, sin embargo, se conservan más copias que de ningún otro libro de la Antigüedad, más de 40.000 en infinidad de lenguas y prácticamente coincidentes; solamente manuscritos griegos de finales del siglo I y principios del siglo II se conservan 6.000, y están apareciendo copias cada vez más antiguas.
La datación de los Evangelios. Los Evangelios son muy próximos a los hechos narrados en ellos, lo cual refuerza su veracidad. Esto puede deducirse de una mera crítica interna. Con certeza, los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) están escritos antes del año 70, dado que citan la profecía de Jesús sobre la destrucción del Templo, que tuvo lugar ese año, pero no el hecho mismo. Por lo mismo, los Hechos de los Apóstoles son escritos por Lucas en torno al año 60, que es cuando se separa de Pablo, o bien poco después. Ahora bien, Lucas dedica los Hechos a Teófilo evocándole el Evangelio que ya le ha mandado. Luego el Evangelio de Lucas es como mínimo anterior al año 60-70. Pero, a su vez, tanto Lucas como Mateo beben en Marcos, como se deduce de la crítica interna. Todo esto fue corroborado además por el famoso papiro 7Q5 de Qumrán, en el que el padre O’Callaghan identificó un texto de Marcos 6, 52-53. Ahora bien, los papirólogos datan ese manuscrito en torno al año 50. Pero es que la vasija en la que fueron hallados esos papiros se cree que venía de Roma, esto es, no se trataría de una primera copia, sino de una copia del Evangelio procedente de Roma, donde ya circulaba.
El relato de la Pasión. La Pasión y Muerte de Cristo, tal como la relatan los Evangelios, es por sí misma una prueba de veracidad. Primero, porque el simulacro de proceso se vio condicionado por la presencia en Jerusalén de Poncio Pilato, quien tenía su residencia en Cesarea Marítima; nada habría sido igual sin él allí, lo que aporta una prueba inequívoca de veracidad al relato. Segundo, por la existencia de dos métodos de ejecución, la flagelación y la crucifixión, una singularidad en la Historia porque eran métodos alternativos; de hecho, la muerte de Jesús en la Cruz es muy rápida, tres horas frente a los seis días de agonía que suponía en otros casos; y a él no le parten las piernas para acelerar su muerte, porque su propia debilidad en las piernas ya le está asfixiando.
C.L./ReL
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