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Este domingo estrenaremos el tiempo de Adviento, esas semanas que
nuestra madre la Iglesia nos regala para que meditemos y contemplemos
el inminente nacimiento del hijo de Dios y nos preparemos interiormente
para recibir toda la gracia divina que acompaña a este hecho.
Uno puede creer o no que Cristo es Dios pero lo que queda fuera de toda
discusión es que existió y que el tiempo, la Historia, se divide en “antes de
Cristo” y” después de Cristo”, así que es indudable que el paso de Cristo por
la Tierra tuvo su importancia.
Pero al margen de esto quiero detenerme en el porqué de este tiempo litúrgico, no como teóloga, que no lo soy, sino como cristiana corriente que desea prepararse para la venida de Dios al mundo.
¿Qué es para mí el adviento? ¿Para qué me sirve? ¿Qué se supone que debo hacer durante estos días? ¿De verdad es necesario y útil para la santidad de los cristianos?
Pues bien, el Adviento, aunque está al final del calendario marca el comienzo del año litúrgico. Empieza el domingo más cercano al 30 de Noviembre y termina la noche del 24 de Diciembre, Nochebuena.
La palabra “adviento” procede del latín “adventus”, que significa llegada, venida. Estas semanas constituyen un tiempo de preparación espiritual para el nacimiento de Cristo en el que la Iglesia pretende avivar en los cristianos el deseo de la llegada del Mesías.
Los ornamentos litúrgicos son de color morado, indicador de penitencia y austeridad, pero también de esperanza y anhelo de encontrar a Jesús.
A lo largo de mi vida no siempre lo he entendido ni vivido igual; como todo y todos, las cosas no se viven igual cuando somos niños que cuando somos adolescentes, jóvenes o adultos.
De niña el adviento lo vivía en mi casa como un tiempo festivo e ilusionante; se sacaban los adornos de navidad, el belén, el Niño Jesús grande de mi hermana y se ponían villancicos en el tocadiscos de “la sala”, que para mí era una habitación que imponía porque se usaba en ocasiones especiales.
En un mueble adornado para la ocasión con unas telas muy bonitas y velas se ponía la cunita vacía, puesto que el Niño Jesús aún no había nacido. Y esto suscitaba en mí un gran deseo de que naciera de una vez para poder verle y darle besos, ¡porque tenía prohibido cogerlo, no fuera a caérseme y romperse!
De mi adolescencia recuerdo que el día de la Inmaculada hacíamos “el amigo invisible” y así al pensamiento de que iba a nacer el Señor se sumaba la persona a la que tendría que sorprender con mi regalo: quién era, qué le gustaba, qué le haría ilusión… Sea como fuere tenía en la cabeza cosas que me hacían no pensar en mí y prepararme para acontecimientos especiales, pues los regalos del amigo invisible se entregaban en Nochebuena, si no recuerdo mal.
Ya de jovencita el adviento adquirió una dimensión espiritual más profunda, lo vivía de forma similar a la cuaresma, como un tiempo de conversión y penitencia con el fin de tener el alma bien limpia y acogedora para que Dios pudiera nacer en ella y permanecer.
Pero siendo ya adulta y más aún desde que fui madre por primera vez, la vivencia cambió radicalmente.
Podía imaginar los sentimientos de la Virgen María durante su propio adviento; la indescriptible ilusión con que esperaría a Jesús e iría preparando su ajuar; la incertidumbre acerca del alumbramiento, de cómo debería cuidarlo, alimentarlo, lavarlo… Y sobro todo las enormes ganas de verle por fin y abrazarlo y comérselo a besos.
Yo particularmente he obtenido de mi propia experiencia de la maternidad una comprensión más profunda del adviento y la navidad, en la medida de mi propia capacidad y sin que esto signifique que quien no haya sido madre o padre no pueda alcanzar una comprensión mucho más exacta y perfecta que la mía particular.
La expectación, la ilusión, el amor que surge y va creciendo junto con la criatura, el deseo de tenerlo en los brazos, la certeza de que una vez nacido ese hijo la vida será distinta para siempre, más compleja pero más grande, más alegre, más plena.
Pues así es como entiendo yo el adviento, como un tiempo de espera lleno de ilusión y preparativos, festivo y muy alegre, en el que todo se lava, se limpia y se abrillanta para que cuando llegue el Niño Jesús esté tan a gusto en mi alma y se sienta tan querido que quiera quedarse en ella para siempre.
En nuestra casa además, como hay niños, añadimos “elementos motivacionales externos” como los calendarios de adviento con chocolatinas –los que tienen motivos navideños cristianos son difíciles de encontrar, mira tú por dónde- y la caja de los besos, que nos estimulan a portarnos bien cuando no nos apetece para proporcionarle al Niño Jesús un lecho cálido y amoroso en el pesebre.
Para estimular el deseo de que nazca Jesús en nuestra alma, en nuestra casa y en nuestra vida y para compartir la ilusión de la espera adjunto un archivo de audio con una preciosa canción sobre el adviento.
Canta y camina, ReL
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