Hablar a la ligera de los demás puede causar grandes daños que ni siquiera imaginamos
Monseñor Charles Pope, aleteia
Una de las “categorías” de pecado que acostumbramos minimizar con más frecuencia es la de los pecados de la lengua o de la palabra. Sin embargo, tal vez la manera más común de pecar sea precisamente el mal uso de la palabra. Con gran facilidad, casi sin pensar, nos involucramos en chismes, rollos, mentiras, exageraciones, ataques venenosos y observaciones sin caridad.
Una de las “categorías” de pecado que acostumbramos minimizar con más frecuencia es la de los pecados de la lengua o de la palabra. Sin embargo, tal vez la manera más común de pecar sea precisamente el mal uso de la palabra. Con gran facilidad, casi sin pensar, nos involucramos en chismes, rollos, mentiras, exageraciones, ataques venenosos y observaciones sin caridad.
Con la lengua, podemos esparcir el odio, incitar a los demás al miedo y la malicia, difundir desinformación, fomentar la tentación, desanimar, enseñar el error y arruinar reputaciones. No cabe duda de que podemos causar graves daños por medio del don de la palabra, con el que podríamos, por otro lado, hacer mucho bien.
Y también podemos causar estragos por omisión, ya que, con frecuencia, permanecemos en silencio cuando deberíamos hablar; dejamos de corregir los errores del prójimo cuando deberíamos abordarlos con la debida discreción y gentileza.
En nuestra época, el triunfo del mal está ampliamente amparado por el silencio de los buenos; por nuestro silencio como pueblo cristiano, incluso. Los profetas deben anunciar la Palabra de Dios, pero nosotros, muchas veces, encarnamos lo que dijo Isaías en el capítulo 56, versículo 10: “Sus vigías son ciegos, ninguno sabe nada; todos son perros mudos, no pueden ladrar; ven visiones, se acuestan, amigos de dormir.”
Bien decía Santiago: “Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto” (Stg 3,2). Es verdad que no todo el pecado de palabra es grave o mortal, sin embargo, podemos infringir grandes males con nuestro hablar: por eso, los pecados de la lengua pueden llegar, sí, a ser graves y mortales. Jesús nos advierte: los hombres tendrán que dar cuenta, el día del Juicio, de toda palabra ociosa que hayan dicho (cf. Mt 12,36).
Por ello, vamos a concentrarnos en un aspecto del pecado de la palabra que comúnmente llamamos “chisme”.
En una definición general, ese término puede aplicarse a comentarios triviales sobre la vida ajena, más aún cuando es considerada específicamente como pecado, el chisme consiste en hablar de alguien de manera injusta, mediante la mentira, la divulgación de asuntos personales o privados que no se refieren a nadie, excepto a la propia víctima del chisme
Generalmente, el chisme implica conversaciones inapropiadas y sin caridad sobre personas que no están presentes. Además, el chisme casi siempre añade errores y variaciones en la información que se transmite.
Santo Tomás de Aquino incluye el chisme en su tratado sobre la justicia (II, IIae 72-76) en la Suma Teológica, ya que, a través del chisme, perjudicamos la reputación de los demás. El Catecismo de la Iglesia Católica también incluye los chismes como materia del octavo mandamiento, el de “no darás testimonio falso contra tu prójimo”.
Con base en las diversas formas de injusticia en el hablar, identificadas por santo Tomás de Aquino, podemos mencionar varias modalidades de pecados de la lengua:
1 – La ofensa o injuria
Consiste en deshonrar a una persona, normalmente en su presencia y, con frecuencia, también frente a terceros. La ofensa o injuria es cometida de forma abierta, audible y generalmente motivada por impulsos de rabia y falta de respeto personal. Puede incluir insultos, malas palabras y hasta “malos deseos”.
En el día a día, no siempre nos damos cuenta de que la injuria es una forma de ataque a la reputación de la persona ofendida, pues, al contrario del chisme, que en general es hecho a sus espaldas, la injuria u ofensa es “hecha a la cara” de la persona, que, por lo tanto, tiene oportunidad de defenderse.
Incluso así, la injuria debe ser mencionada cuando citamos los pecados de la lengua porque camina codo a codo con la deshonra, perjudicando la buena fama de la víctima. Su esencia es muy cercana a la del chisme. Injuriar es un pecado que tiene la intención de causar vergüenza o deshonra personal. Hay formas más adultas y cristianas de resolver los malentendidos.
2- La difamación
Consiste en hablar mal del prójimo de manera injusta y a sus espaldas. Es menoscabar el buen nombre de alguien frente a terceros, pero sin que la víctima lo sepa. Este tipo cobarde de chisme impide que la persona de quien se habla pueda defenderse o aclarar lo que está siendo dicho a su respecto. Podemos mencionar dos modalidades de difamación.
a) La calumnia: Consiste en decir mentiras sobre alguien a sus espaldas.
b) La detracción o maledicencia: Consiste en decir verdades sobre alguien a sus espaldas, pero verdades que son perjudiciales para ese alguien y que los demás no tienen necesidad alguna de conocer. Se trata de información que, por más verdadera que sea, tiene el potencial de ofender innecesariamente la reputación o perjudicar el buen nombre de la víctima frente a los demás. Por ejemplo, puede ser verdad que fulano tiene ciertos problemas con alguna adicción, pero es una información que no necesita compartirse con cualquiera. Hay momentos, está claro, en que podría ser importante compartir ciertas verdades con los otros, pero solamente si fuera con personas que, por una causa justa, necesitan conocer esa información. Además, mejor sólo compartir legítimamente la información que es estrictamente necesaria, evitando un informe excesivo, motivado por la curiosidad fútil y mezquina.
3 – La murmuración-sabotaje
Podemos identificar un tipo específico de chisme que se parece mucho a la difamación, pero que tiene matices particularmente graves. Mientras que el difamador habla por la espalda con el objetivo de perjudicar la reputación de la persona ausente, el murmurador-saboteador es un chismoso que, además de hablar a las espaldas, crea problemas concretos en su víctima, llevando a las personas a actuar contra ella. Tal vez pretenda perjudicarla profesionalmente; tal vez su objetivo sea incitar reacciones de ira o incluso de violencia contra la víctima de sus intrigas. El hecho es que el chismoso que practica la murmuración-sabotaje quiere incitar alguna acción contra la persona de quien chismea. Esto va más allá del prejuicio de la reputación: en este caso, el intrigante pretende perjudicar, por ejemplo, las relaciones, la economía, la situación legal de su víctima, etc.
4 – La ridiculización
Consiste en hacer que las personas se rían de alguien, de alguna característica física o de comportamiento, manera de ser, etc. Esto puede parece algo leve, pero muchas veces, es un tipo de rumor que se transforma en burlas o en palabras humillantes y ofensivas, que disminuyen a la persona o la deshonran dentro de la comunidad. En no pocos casos, la ridiculización se transforma en lo que hoy en día se conoce como “bullying”.
5 – La maldición o “malos deseos”
Es el deseo públicamente expresado de que una persona sea víctima de algún mal o sufra algún daño. El “mal deseo” puede o no decirse frente a la propia víctima; pero el hecho es que se trata de un tipo de pecado de la lengua que también provoca la deshonra de la víctima frente a terceros. El objetivo es maldecir a alguien, con frecuencia, es incitar a otros a tener rabia contra esa persona.
La seriedad de esos pecados
La seriedad de esos pecados de la palabra o de la lengua depende de una serie de factores, entre los cuales el alcance del daño cometido contra la reputación de la víctima, las circunstancias de lugar, tiempo y lenguaje usado y cuántas y cuáles personas oyeron los comentarios venenosos.
Uno de los tesoros valiosos de cualquier persona es su reputación, ya que en él reposa su posibilidad de relacionarse con otros y de involucrarse en casi todas las formas de interacción humana. Es muy serio, por lo tanto, perjudicar la reputación de alguien.
¿Cuándo es necesario hablar algo sobre alguien?
Es verdad que, a veces, necesitamos tener conversaciones sobre personas que no están presentes. Tal vez estemos en busca de consejos para lidiar con una situación delicada; tal vez necesitemos algún incentivo para lidiar con una persona difícil o tengamos que hacer una verificación legítima de hechos. Tal vez, especialmente en contextos profesionales, seamos invitados a evaluar a algunos colegas, funcionarios o situaciones.
En casos como esos, tenemos que limitar el objetivo de nuestras conversaciones a lo estrictamente necesario, abordando solamente las personas y hechos que de verdad necesitan ser abordados.
Al buscar consejo o incentivo, debemos hablar solamente con personas que sean de confianza y que puedan razonablemente ser de ayuda. Siempre que sea posible, debemos omitir detalles innecesarios, entre los cuales el nombre de la persona de quien estamos hablando. La discreción es la palabra clave también en las conversaciones necesarias sobre el prójimo.
Por otro lado, es importante saber que el sigilo extremo puede ser inútil y hasta perjudicial. Hay momentos en que las situaciones flagrantes necesitan abordarse de manera directa y bien clara. En este tipo de casos, tenemos que seguir las normas establecidas por Jesús en el Evangelio de Mateo:
“Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano” (Mt 18, 15-17).
En otras palabras, la discreción debe abrir espacio también a la trasparencia en determinadas circunstancias, como en las que una comunidad necesita tratar ciertas cuestiones de forma pública y clara.
El Salmo 141, 3 eleva a Dios esta plegaria:
“Pon, Yahveh, en mi boca un centinela, un vigía a la puerta de mis labios”.
Nosotros también podemos hacer oraciones como esta:
“¡Ayúdame, Señor! Mantén tu brazo sobre mi hombro y tu mano sobre mi boca. Pon tu palabra en mi corazón, de modo que, cuando hable, seas Tú, en realidad, quien habla por medio de mí. Amén”
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