La forma de evaluar el acto moral de vestirse, como en toda teología moral, es mirar el acto en sí, la intención de la persona y las circunstancias que lo rodean. Por ello, te compartimos las reflexiones sobre la virtud de la modestia al vestir de tres doctores de la Iglesia: Santo Tomás de Aquino, San Francisco de Sales y San Alfonso María de Ligorio.
Santo Tomás de Aquino
Santo Tomás de Aquino entendió que la modestia es parte de la virtud de la templanza (véase Suma Teológica, II-II, Q. 160), que es la virtud que nos ayuda a moderar nuestros deseos.
En ese sentido, la templanza nos ayuda a no excedernos en nuestros deseos y a actuar de acuerdo con la razón. Por ejemplo, la usamos para no comer demasiado o muy poco y para ayudarnos a ayunar en días rápidos y comer alimentos de celebración moderadamente en días festivos. La humildad es un tipo de modestia interior: debemos ser honestos con nosotros mismos de que somos criaturas limitadas que necesitan a Dios.
Por ello, cuando Santo Tomás de Aquino habla de modestia al vestir, explica que la honestidad se refleja en nuestra indumentaria, y que esto se aplica a hombres y mujeres, niños y niñas. Lo que usamos retrata algo a los demás sobre quiénes somos y qué estamos haciendo.
Asimismo, Santo Tomás cita a San Ambrosio expresando que “el cuerpo debe ser adornado de forma natural y sin afectación, con simplicidad, con más descuido que esmero, no con ropa costosa y deslumbrante, sino con ropa ordinaria, para que no le falte a la honestidad y a la necesidad, sin embargo, no se agregará nada para aumentar su belleza” (ST, II-II, Q. 169, Art. 1). La forma en que nos vestimos debe ser hermosamente decorada.
San Francisco de Sales
Este santo tiene una explicación similar cuando habla de la elegancia en el vestido, y enfatiza que parecer limpio y ordenado demuestra respeto con uno mismo y con los demás:
“Estudia para ser ordenado y no permitas que nada de ti sea descuidado o desordenado. Es una afrenta para aquellos con los que se asocia el estar vestido de manera inadecuada, pero evite todas las presunciones, vanidades, galas y afectación. Adhiérase lo más posible a la modestia y la simplicidad, que sin duda son los mejores adornos de belleza y la mejor expiación por su deficiencia. (Introducción a la Vida Devota, III.25).
El punto interesante aquí es que vestir modestamente es tanto para hombres y mujeres, y debe enfatizar la belleza que Dios les dio. Si colocamos un marco agradable alrededor de una foto artística o una pintura increíble, cuánto más cuidado deberíamos poner en la forma en que vestimos nuestros cuerpos que han sido dados por Dios.
Si la modestia es una forma de templanza, entonces uno no está modestamente vestido cuando no se viste de manera moderada. Santo Tomás explica que una falta de moderación al vestir es no vestirse de acuerdo con las costumbres de nuestra sociedad y de acuerdo con nuestro estado en la vida. (ST, II-II, P. 169, Art. 1).
San Francisco de Sales también habla de seguir las costumbres de nuestra cultura: es modesto vestirse a la moda y no hacer una demostración de nosotros mismos vistiendo de una manera que se destaque.
Explica que “en cuanto al material y la moda de la ropa, la propiedad en estos aspectos depende de varias circunstancias, como el tiempo, la edad, el rango, aquellos con quienes se asocia; y varía en diferentes ocasiones” (Introducción a la Vida Devota, III.25). Lo que usamos debe coincidir con lo que estamos haciendo.
Por ejemplo, no usaría botas de jardinería y jeans llenos de barro para asistir a la Misa de Pascua, ni trabajaría en el jardín con mi vestimenta de Pascua. Deberíamos vestirnos con la ropa adecuada para saber dónde estamos y qué estamos haciendo, puesto que hacerlo de otra manera sería vestirse deshonestamente y, por lo tanto, ser inmodesto.
Santo Tomás explica que también es inmodesto tener un apego excesivo a lo que usamos, es decir, que tiene más importancia la ropa que usamos que aquello que es realmente importante.
Por ejemplo, si gastamos en ropa más dinero del que se debería, nos estamos enfocando excesivamente en la comodidad de la misma, independientemente de si son necesarias para la ocasión; así como también si pasamos demasiado tiempo pensando y prestando atención a cómo nos vestimos y cómo nos vemos. Podríamos estar demasiado preocupados sobre si nuestra ropa está de moda, o si contrariamente, somos completamente flojos en el vestir.
Es una cortesía para los demás vestirse apropiadamente, bañarse y tener el cabello limpio. Debemos tener humildad en la forma en que nos vestimos, no buscando exagerar o decrecer, sino estar conformes con nuestra forma de vestir de acuerdo con nuestros medios, y no anhelar más de lo que tenemos o necesitamos.
En el artículo 2 de la pregunta 169 de la Segunda Parte de la Suma Teológica, Santo Tomás profundiza en la discusión sobre “el adorno de las mujeres”, donde analiza cómo los hombres y las mujeres pueden inducirse a la lujuria de manera intencional o no.
Primero cita la carta de San Pablo a Timoteo enfatizando la moderación en la vestimenta: “Que las mujeres sepan revestirse de gracia y buen juicio, en vez de adornarse con peinados rebuscados, oro, joyas o vestidos caros. Que se adornen más bien con buenas obras, como corresponde a mujeres que se tienen por piadosas” (1 Timoteo 2: 9-10).
Cuando una mujer está casada, es modesto y correcto que se vista para mostrarle a su esposo su amor por él y su cercanía. De la misma forma, el esposo debe vestirse de manera que complazca a su esposa; de lo contrario, estaría siendo inmodesto.
San Francisco de Sales comparte esta opinión y añade: "La esposa puede adornarse para complacer a su esposo, y es lícito que las doncellas deseen agradar a los ojos de sus amigos". (Vida devota, III.25)
En ese sentido, Santo Tomás también habla sobre mujeres solteras y termina con un punto sobre los hombres: “Pero aquellas mujeres que no tienen esposo ni desean tener uno, o que están en un estado de vida inconsistente con el matrimonio, no pueden, sin cometer pecado, desear dar placer lujurioso a los hombres que las ven, porque esto es incitarlos al pecado. Y si de hecho se adornan con esta intención de provocar a otros a la lujuria, pecan mortalmente; mientras que si lo hacen por frivolidad o por vanidad en aras de la ostentación, no siempre es mortal, sino a veces venial. Y lo mismo se aplica a los hombres a este respecto”. (ST, II-II, P. 169, Art. 2)
San Alfonso María de Ligorio
La intención importa. Ciertamente es pecaminoso inducir a lujuria a alguien o desear darle placer lujurioso a otra persona. Aquí es donde los hombres y las mujeres deben tener cuidado con el vestido.
San Alfonso María de Ligorio analiza esta idea más específicamente que Santo Tomás, especialmente en lo que respecta a cómo la costumbre local en el vestido cambia lo que uno podría considerar un vestido modesto. San Alfonso habla de la moralidad de una mujer que “se adorna a sí misma” y “descubre sus senos”, lo cual era una moda en su época. Explica que si una mujer se viste de acuerdo con la costumbre local y no conoce a nadie en particular a quien pueda llevar a la lujuria, y además no tiene intención de llevar a nadie a desear la forma en que se viste, entonces no está pecando.
“Una mujer piensa que algunas personas en general se escandalizarán por ella, pero no cree que alguien en particular se escandalice por ella, y no tiene la intención de incitar a la lujuria, ni estaría complacida por su lujuria (aunque ella estaría contenta de ser elogiada por ser hermosa), entonces no está obligada a abstenerse de la ornamentación, incluso la ornamentación superflua, como el maquillaje o descubrir sus senos si esa es la costumbre local, y no sería un pecado mortal para ella realizar esto. Sin embargo, es un pecado mortal si el descubrimiento de los senos o la ornamentación eran vergonzosos en sí mismos y estaban dirigidos a provocar lujuria. (Teología moral, Libro 2, Tratado 3, Sobre la caridad, Capítulo 2. 55)
Tenemos que ver si estas formas de vestir se ajustan a nuestras costumbres locales y cuáles son nuestras intenciones al usarlas. De la misma manera, los hombres y las mujeres también deben evaluar el creciente descuido en la vestimenta, y si esa costumbre es apropiada o adecuada para la comprensión de la modestia de las tradiciones católicas.
Es casi imposible establecer reglas duras y rápidas sobre lo que es modesto cuando las costumbres y circunstancias locales siempre están en constante cambio. Pero una aplicación razonada de todos estos principios a cada situación debería ayudar a uno a tomar una decisión moral sobre qué ponerse.
Para Santo Tomás de Aquino, San Francisco de Sales y San Alfonso María de Ligorio, la moda local guía la forma aceptable y modesta de vestir tanto para hombres y mujeres.
Una mujer puede vestirse de una manera que en otras culturas puede ser entendida como inmodesta, siempre y cuando no tenga intención de provocar lujuria. Los hombres también deben considerar esto, en cuanto a si la forma en que se visten provoca lujuria.
Incluso más allá de evitar la lujuria en otras personas, todos estamos llamados a cuidar cómo nos vestimos y a considerar lo que es apropiado y se ajusta a nuestras costumbres. Asimismo, no debemos destacar, sino encajar en nuestra sociedad de una manera hermosa y con decoro.
Traducido y adaptado por Carla Marquina García. Publicado originalmente en National Catholic Register.
ACI Prensa
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