Tres días después de la matanza perpetrada por el grupo terrorista Estado Islámico contra los peregrinos cristianos egipcios, diferentes relatos atestiguan lo admirable de su último momento: todas las víctimas se negaron a apostatar, algo que les pedían sus verdugos a cambio de salvar la vida.
Roger Anis / DPA
aleteia Francia
El viernes 26 de mayo, con motivo de la fiesta de la Ascensión, docenas de peregrinos coptos se dirigían en autobús al monasterio de San Samuel, en la provincia de Minia, situado a 200 kilómetros al sur de El Cairo, cuando cayeron en una sangrienta emboscada tendida por la organización terrorista Estado Islámico.
El viernes 26 de mayo, con motivo de la fiesta de la Ascensión, docenas de peregrinos coptos se dirigían en autobús al monasterio de San Samuel, en la provincia de Minia, situado a 200 kilómetros al sur de El Cairo, cuando cayeron en una sangrienta emboscada tendida por la organización terrorista Estado Islámico.
El balance es terrible: al menos 29 muertos y 25 heridos por las balas de los terroristas. Es el último atentado anticristiano de una lista siempre demasiado larga. A comienzos de abril, 45 fieles coptos murieron en unos ataques suicidas contra dos iglesias.
En el caso del ataque de Minya, según varios testimonios coincidentes, todo parece indicar que los coptos egipcios asesinados, muchos niños entre ellos, murieron como mártires por su fe. Según los testimonios, después de haber despojado a los peregrinos de su dinero, joyas y otros efectos valiosos, los asesinos les habrían incitado a apostatar y a pronunciar la profesión de fe islámica: la shahada. Los cautivos, arrodillados, se habrían negado categóricamente. De inmediato habrían sido abatidos de un disparo en la nuca, la cabeza, la garganta o el pecho.
El diario Libération en su edición del lunes, publica el conmovedor reportaje de su enviado especial al pueblo de Nazlet, que llora a siete víctimas:
“Una decena de hombres enmascarados y armados nos han cortado el camino. Nos han pedido renunciar a Dios. Les dijimos que no, sin dudarlo. Entonces comenzó la masacre”, relata una mujer de luto.
El sacerdote Pernaba Fawzi Hanine, que sirve en la parroquia de Nazlet, no duda en usar el término “mártir”:
“Debemos estar orgullosos de nuestros muertos. Ninguno de ellos renunció a Dios. Murieron como creyentes. Son nuestros mártires”.
El corresponsal de la Agencia France-Prese informa sobre testimonios similares en un despacho publicado el domingo:
“Hicieron descender a los hombres del autobús, tomaron sus tarjetas de identidad y el oro que llevaran con ellos, sus alianzas o sus anillos”. Luego “les pidieron que pronunciaran la profesión de fe musulmana”, indica Maher Tawfik, un hombre que viajaba de El Cairo a Bani Mazar, en la provincia de Minya, para apoyar a su parroquia enlutada.
El padre Rashed, como su compatriota de Nazlet, destaca también el heroísmo y la lealtad de las víctimas:
“Les pidieron que renegaran de su fe cristiana, uno a uno, pero todos se negaron”, cuenta el sacerdote.
El domingo, el mismo papa Francisco empleó el calificativo de “mártir” durante la oración del Regina Cœli para referirse a las víctimas de la masacre:
“Las víctimas, incluidos los niños, son fieles que se dirigían a un santuario para rezar y han sido asesinados tras haberse negado a renunciar a su fe cristiana. Que el Señor acoja en su paz a estos testigos valientes, estos mártires, y convierta los corazones de los terroristas”, ha destacado el Soberano Pontífice.
Emotiva coincidencia es que el presidente Al Sisi hiciera construir, a expensas del Estado, una iglesia en la ciudad de Minya para rendir homenaje a 20 coptos egipcios y otro ciudadano africano, degollados por Daesh en una playa de Libia el 15 de febrero de 2015. Las víctimas, originarias de la región, también son consideradas mártires. Muchas de ellas habrían pronunciado el nombre de Jesús antes que les cortaran la garganta. Desde entonces figuran en el catálogo de santos coptos y son venerados el 15 de febrero.
“Solamente dijeron: ‘¡Jesús, ayúdame!’. Fueron asesinados por el mero hecho de ser cristianos. (…) El que fueran católicos, ortodoxos, coptos o luteranos no tiene importancia: ¡son cristianos! La sangre de nuestros hermanos es un testimonio que grita”, comentó el papa Francisco el 16 de febrero de 2015.
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